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Categoría: Infantiles

Kiara aprende sobre humildad

Érase una vez, una niña llamada Kiara quien vivía con todos los lujos que se espera que una familia adinerada tenga.  Cada día por las mañanas le llevaban el desayuno a la cama, tomaba clases de piano, ballet y pintura, sus padres le cumplían cada capricho que ella tenia, por pequeño que fuese.  Era una pequeña presumida y altanera.

 

Un buen día, Kiara vagaba por los alrededores de su casa y se encontró con una niña que tenia la misma edad que ella quien se encontraba en el patio trasero jugando con una sucia muñeca de trapo. Kiara, quien solo jugaba con muñecas de porcelana se rió por lo bajo y pregunto:

 

–       ¿Y tú quien eres? ¿Por qué juegas con esa muñeca tan fea?

–       Me llamo Beatriz, soy hija de tu nana, y mi muñeca no es fea, simplemente está un poco descuidada.- Respondió la niña

–       Bueno pues a mi no me gusta – dijo Kiara – Tampoco no me gusta que estés en mi jardín, jugando con esa cosa y vestida así.

–       No deberías comportarte de esta forma Kiara, no deberías juzgar a otros por lo que tienen o por como visten.

–       ¿Ah no? Yo hago lo que yo quiero y pienso lo que quiero – Dicho esto se dio la vuelta y se marchó.

 

Años después, por azahares del destino, la familia de Kiara perdió todo su dinero, y de lo único que vivían era del dinero que les quedó por vender la casa. La madre de Kiara estaba enferma y su padre se había marchado a otra ciudad para encontrar trabajo.

A unas cuantas calles de donde vivían, había una cafetería muy famosa, cada que pasaba por ahí  el pan del exhibidor y el olor a café hacían que a Kiara le diera hambre y se le antojara, pero claro, por la situación de su familia no podía comprar ninguno de los dos.

Cierto día, caminando hacia su casa, vio un letrero colgado en la cafetería en el que solicitaban personal, sin pensarlo dos veces Kiara entró a la cafetería y habló con la dueña quien con una sonrisa y un gesto pensativo le dijo que el trabajo era suyo.

Las cosas iban mejorando para Kiara y su familia, su padre había encontrado trabajo y les mandaba dinero semanalmente, su madre se había recuperado de su enfermedad gracias a las medicinas que Kiara pudo comprar con el dinero de su trabajo.

Pasaron varios meses para que Kiara tuviera la oportunidad de hablar con la dueña de la cafetería por segunda ocasión. Grande fue su sorpresa al enterarse que la dueña era nada más y nada menos que Beatriz, la niña con la que una vez se comportó tan déspota y grosera.

 

Kiara aprendió su lección: Nunca debes de ser grosero con nadie, ni juzgar a la gente por lo que tienen, al contrario, debes de ser humilde porque no sabes los planes que el destino tiene preparados para ti.

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