—Déjame tiempo a reflexionar sobre lo nuestro— fue lo último que la escuché decir, mientras Vera se alejaba para perderse en mis sombras.....
—Bien— me dije y decidí rápidamente refugiarme cerca de la playa. Para ello era propietario de una cabaña ubicada en Caserón, alrededores de Iquique. Adoraba el ruido del mar y ese canto interminable y adormecedor de las olas mojando la arena. Empaqué con gran precaución mi ordenador y bastante material de escritura. Dispuse todo con precaución en mi destartalada citrola y emprendí viaje. Llevaba alimentos para varios días calculé al vaciar mi refrigerador y ya que no necesitaba otra cosa, que la gran tranquilidad que otorga la soledad marina, emprendí el viaje. —En dos horas estaré llegando a Caserón— me dije...
El camino fue de una arrogante espectacularidad, la noche estaba tibia, la luna de una enormidad desmesurada y el cielo estrellado como nunca. Cerca de las once de la noche estaba llegando a las cercanías de Caserón. Una vez en la cabaña, sentí un remanso de paz. Aspiré profundo mientras desembarcaba los elementos. Verifiqué rápidamente que todo funcionaba bien, tuve precaución de abrir las ventanas de mi dormitorio y sin darme cuenta me dormí con una tranquilidad casi preocupante.
Tempranísimo con el despertar del día, fui a caminar la playa. De súbito en medio de ese caminar un tanto agitado, me pregunté, con un frío automatismo: ¿y si lo mato? ¿qué podría ocurrir?— pasado el sobresalto, decidí regresar a mi refugio, mientras preparaba mi desayuno, instalé mi ordenador, le saqué punta a mi lápiz y escrbí casi riendo: Premeditación seguida de la misma pregunta súbita y espeluznante —¿y si lo mato?— segui pensando —tiene que tratarse de un crimen perfecto—
Un escalofrío recorrió mi fatigado cuerpo, decidí entonces distraerme de aquellos malditos pensamientos y luego del desayuno, salí al balcón y entre el ruido del mar y el canto de las gaviotas fui a recorrer mis recuerdos. Me vino el gusto de regresar lo más atras en éstos, y el amor naturalmente se apoderó de ellos, —tengo que matarlo— repetí y me voví a asustar, en este hormoso ejercicio estaba y de pronto surgió la idea de ir a buscar casi con exactitud meridiana, la fecha y quién había sido aquella que se había apoderado la primera de mi voluntad y la primera culpable de mis desvaríos amorosos. Cerré los ojos encantado por la luminosidad de la mañana y de pronto me detuve magistralmente en un sitio que identifiqué casi de inmediato. Era el Colegio Primario del Carrascal del 50, “Guadaloupe English Shcool” fije mi vista en los bancos de aquel colegio y dulcemente, absorto entre mis pensamientos, desfilaron, con criminal lentitud, nombres como: Práxedes Fernández, Fabiola Dauden, Herminia Seco.... hasta detenerme en Adriana mi profesora, comprendí que esa era una simple atracción de niño que se deja acariciar por primera vez por otras manos que no son las de su madre. Segui en mi búsqueda y ahi estaba, con sus ojazos verde oscuro en su carita de miel, la culpable.... mi culpable, Margarita Lagos.... sonreí conmovido por una extraña felicidad al tiempo que recordaba cada una de las penitas que tuve que sufrir hasta lograr olvidarla. —¡Tengo que matarlo!— me despertó de esa tragi-cómica reflexión en la que estaba sumido.
En ese momento la inquietud hizo presa mi entendinmiento y me asusté... sin embargo con el café en la mano me dirigí al ordenador, abrí un documento word y anoté en orden: Premeditación; Margarita Lagos; crimen perfecto; ¡tengo que matarlo! Y volví a salir a caminar la playa, dejando el desayuno que parecía atragantarme. La mañana era joven aún. Decidí acercarme a los pescadores que arrimaban sus tesoros plateados del mar, tirando de coloridos tejidos.
Cerca del mediodía me acerqué a un terminal pesquero y disfruté plenamente un exquisito mariscal. Voví a mi cabaña y en segundos apena, me quedé profundamente dormido.
Me desperté sobresaltado con la idea del crimen perfecto y con la actitud cada vez más certera y casi precisa que no tenía otro remedio que el de matar. Me pregunté bastante inquieto, casi con susto, mientra el pecho parecía desbordar de inquietud, —¿Vine a reflexionar yo también o a planear un crimen, un asesinato sin más?— Algo de los dos supuse y me dedique a ordenar mis ideas. — Debe ser premeditado, puesto que será el resultado de una larga reflexión— dije como conclusión. —Debe ser perfecto, sin embargo, la víctima deberá conocer su destino de mi propia boca— agregué. —Debo ser valiente y frío, sin embargo, no debe haber sufrimientos innecesarios— —Debe ser una muerte violenta, en cuanto a rapidez me dije, no debo arrepentirme, debe ser una muerte liberadora—
Sobresaltado de turbación me volví contra mi propio yo y traté de buscar, tal vez, una solución pacífica a mi ya terrible determinación. Volví atrás en mis recuerdos, Leonor me trajo la felicidad corporal y el dolor espiritual. —¡Entonces debe morir!— repetí con acento casi enfermizo y cada vez más seguro de mi. Ernestina llena de ternurta abecedaria de mis colegios y adornada de tanta y tan pena. —¡Debe morir!, ¡debe morir! Pilar apareció temblando cristales vestida de novia, y segui gritando, blasfemando...¡debe morir! En una esquina casi olvidada apareció mi ex-esposa, recorrí de nuevo toda la felicidad que me fue ofrecida, sin embargo, cuando recordé mis llantos, comprendí que la decisión tomada, no tenía vuelta. —Debe morir y debe ser hoy...— repetí varias veces...
Volví a empacar los elementos y emprendí el regreso a casa. El crimen perfecto tomaba la ruta de la ciudad.
Bajé de mi citrola y corrí excitado en busca del arma del crimen. La miré con frialdad y levanté lentamente el brillante juguete de la muerte y lo detuve a la altura de mi sien derecha, una fría transpiración inundó mi cara e hizo resbalar casi el arma del crimen de entre mis frías manos.
Sin dudar un instante más y apoyando mis dedos en su nuez, señalé el número de Vera y fríamente le dije: —Acabo de aseninar el amor que en mi quedaba, ya no tiene caso tu reflexion.
Del otro lado del teléfono me dijo casi riendo y con una prueba de alivio evidente, —lo mío era una reflexión, lo tuyo fue una cruel Premeditación... Nos reímos.
FIN