LA CINTA
Luego de unos kilómetros de audacia y súbita ceguera aceptó la invitación hacia aquel cuarto, tan pequeño... alfombrado y sin ningún sonido por escuchar.
Sólo observó el inmenso espejo delator en el cielorraso del lugar y en cuyas paredes abundaban los spots de colores por doquier.
Después... calor. Tanto calor como el que sienten las chicharras cuando jadean en el paisaje árido bajo las cortinas de una simulada ventana que no daba a ninguna parte.
Y un encuentro... de fuego también. Confuso.Por momentos inevitable, por instantes ráfagas de un sorpresivo sueño amenazador. Para él fue como sentirse en llamas, acalorado. Recordando cada momento vivido. Cada palabra oída... que nunca había escuchado antes y que por ese motivo jamás olvidaría.
Y con las saladas gotas de sudor que lloraban los poros de todo su cuerpo se alejaban los sinsabores, el exceso de frivolidad recibido, la vergüenza y hasta el pudor.
Todavía revivía cada momento. Quién sabe si alguna vez lo olvidaría... si se repetiría... o si fue el primero y a la vez el último. Aunque así fuera, ya no era el mismo. Nada sería igual. El gozo, el placer permitido, el éxtasis multiplicado a la enésima potencia ¿Sería como un elixir inyectado en las venas?
No vaciló, supongo. Tal vez ante otras decisiones sí lo hubiera hecho. Pero de esto estaba más que seguro, lo deseaba con todo el corazón. Lo físico fue accidental, la esencia estuvo en el sentimiento. Los suspiros y jadeos que secaban su garganta fluían más allá de ésta proviniendo de un alma dichosa y colmada con intensa pasión.
Nervios?...Tal vez sí.
Miedo?...Quizá más aún. Temor a que sólo fuera en efímero momento para ella.
Luego de la exhausta hora de candor aún la sentía en su cuerpo. E inexplicablemente no existía arrepentimiento. Se lo veía feliz por aquel pecado de amor.
Y los sentimientos eran una miscelánea. Fue como llegar al cielo o al infierno¿Así sería el infierno? se preguntó, esperando que alguna traviesa brisa se filtrara entre cualquier hendija para aspirar una bocanada de aire.
Muchas impresiones le quedaron grabadas: la inquieta sangre movilizándose en las venas, la lengua descubridora de sabores, como en sus años juveniles.
De repente un miedo atrapado en el estómago. Cierta opresión en el pecho, tan inexplicable... amalgama de gozo, dolor, muerte o de pasión empecinada. ¡Quién sabe!Todo le pareció una infame celada de la cual no podría zafar. Que ya nada... ni nadie le haría olvidar... Tal vez hoy sí no se lo perdone.
Así fue que aquel atardecer, al abrir la encomienda y descubrir el cassette lo supo. Captó -rabiosamente-que ese lugar había sido montado a propósito con el sólo motivo de descubrirlo.
Y se vio una y otra vez como un jinete absurdo y tonto montando a aquella potranca negra. Sin caerse... intentando domarla... sobreviviendo, enrollando sus emociones... ¡Una y otra vez!
Luego de caer en la realidad recordó cuando ésta se acomodó casi reflejándose en el centro del espejo¡Y cómo la maldijo!
Deseaba buscarla y oprimir su cuello hasta matarla, pero lo único que pudo hacer fue romper la cinta del vídeo.
Pasaron unos minutos, descendió de su departamento hacia la avenida principal soportando un llanto que le pesaba como una piedra. Y se vio pequeñísimo casi como una gota de rocío que es evaporada por el sol albañil tolerando la cruel asechanza del destino.