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LA CURVA

Antonio era un conductor prudente, de esos que hay a centenares, de esos a los cuales los agentes de seguros daban palmaditas en la espalda mientras los engatusaban a la hora de renovar la póliza.
En su ya larga vida como titular de utilitarios baratos, jamás había sufrido un accidente digno de reseña. Nada, cuatro roces estacionando de los que no se libra nadie, algún leve enfrentamiento con el arbolado público y algún intermitente multiplicado por los aires en sus más verdes años de carnet.
Esto último producto sin duda de la comprobación en carne propia de aquella extendida máxima entre choferes noveles. Aquella que asegura que la más atinada conducción se logra únicamente bajo el influjo etílico de una par de cubalibres.
Antonio era pues un conductor prudente, de esos que hay a cientos...
Los conductores prudentes son los que ruedan a quince kilómetros por encima de lo que marcan las señales de tráfico en cada momento. Los peligrosos van a más.

En su dia final, Antonio iba rápidamente al encuentro de una curva. No una en especial, le valía cualquiera de ellas, una de tantas.
No muy lejos pacía ella, aparentemente ajena a todo. Una curva anónima y vulgar, tan antigua casi como los mismos pinos que le daban su moteo de sombras. Una vieja curva que cargaba en su conciencia un triste asfalto de perrillos planos, harta de chirridos y frenazos, encallecida e insensible de tanto ay y tanto susto.
Una curva que de pronto cobró vida.

Y no hacía esto todos los dias. Sólo despertaba de su mineral letargo cuando la gente de los alrededores estaba empezando a olvidar el anterior siniestro.
Esta fatídica curva, en cuanto notó que le entraba el coche y con la sencillez de una labor mil veces hecha, se fue cerrando y cerrando, más cuanto más adentro sentía la presa. Levantándose y enrroscándose como una serpiente que se buscara la cola. Y Antonio había entrado ya.
El instinto, el miedo y quié sabe qué más, tensaron de su cuerpo hasta la última fibra, haciéndolo de una sola pieza, convirtiéndolo en una humana barra de acero, y como el acero, Antonio fue más fácil de romper.

El final del mundo en un relámpago se afirmó y se desvaneció ante los ojos de Antonio inútilmente abiertos.
La plena extensión del tiempo, todas las eras, todas las épocas, todos los tiempos son humillados al fin por su más mínima expresión.
Tras esa fración tan mísera y leve en que ni un dolor cabría, dejan las cosas todas, de existir y de haber existido.
Antonio, pues, por esa curva, no consta ya en el universo.
Pero la curva sigue allí.
Datos del Cuento
  • Autor: luis jesus
  • Código: 5197
  • Fecha: 08-11-2003
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 4.93
  • Votos: 43
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4341
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