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LA GRAN PELEA

Caminaron juntos durante mucho tiempo, y aunque se conocían desde siempre, no hubo lenguaje alguno entre ellos. Ya cerca de su meta, se detuvieron un momento y no por cansancio sino porque era el final del camino; el lugar en donde uno de ellos continuaría, y el otro, quedaría echado por siempre en la tierra y sus muertos.

El más joven, sin mirar al otro, entró al gran coliseo, lleno de gente que esperaba el inicio de la única batalla. El otro, le miraba con odio amargo, mientras tomaba su puñal, pensando en las veces en que lo hundiría en aquel bello y joven cuerpo. "Todo sea por el orgullo" - pensaba. Se paró, y con pasos seguros y duros arrastró su gigante cuerpo hacia el gran coso.

Entraron uno tras el otro al gran coliseo, ante la presencia de un pueblo silencioso que esperaba la contienda. Dejaron sus pesadas cargas, y cuando estuvieron frente a frente, el bello joven miró a su mortal enemigo y, con dulce odio, pensó: "Todo sea por la humildad". Sacó su arma, y por primera vez pronunció una palabra: "¡Sea!". Mientras que el otro, ya ducho en el arte de la pelea, lanzó una risa enloquecida que causó el espanto de los cuervos de la zona, y respondió: “¡Sea!”... Era ya el medio día, cuando un manto oscuro de nubes les ensombreció, provocando una lluvia y fuertes truenos que hacían de aquel preámbulo el umbral de la muerte.

La batalla empezó con ágiles golpes de uno y otro adversario. El tiempo se detuvo. Los alientos de todo el pueblo quedaron suspendidos. Ni la lluvia ni los truenos tuvieron resonancia entre los dos gladiadores. Cuando sus cuerpos, cansados, pidieron reposo, y cuando sus espíritus gimieron sosiego... El odio, que yacía enroscado en las venas del ser, les clamó que él, aún latía en ellos... Avivándoles, motivándoles a continuar la justa.

Pasaron las horas, los días y aún combatían. El pueblo, que aún quedaba en el coso, se aburrieron de mirarlos y se fueron... Entonces, las lluvias dejaron de caer, los truenos dejaron de sonar y el Sol dejó de brillar. Todo se fue. Sólo quedó la noche, sin luna ni estrellas. Sólo el silencio en aquella negrura y el sonido del azote de sus aceros...

Cuando en el ser no quedó ni una gota de odio, ambos gladiadores dejaron de luchar. Se miraron fijamente, y tiraron sus aceros. El bello joven se dio media vuelta y con una sonrisa en los labios salió de la escena; mientras el otro, quedó solo, y con gran amargura en su mirada, le siguió los pasos a su eterno contrario...


Joe 02/07/04
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 10103
  • Fecha: 22-07-2004
  • Categoría: Mitológicos
  • Media: 5.24
  • Votos: 51
  • Envios: 6
  • Lecturas: 2824
  • Valoración:
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