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Categoría: Hechos Reales

LA HISTORIA DE ANGELA

HISTORIA VERÍDICA.

Ángela fue prostituta en la Avenida Santa Rosa (Condado de Sonoma, Santa Rosa, CA., EE.UU.) durante cinco años, desde 1993 hasta 1998. Aparte de que ella entró a la prostitución como adulta, su historia es típica de muchas que trabajan en esa avenida. Ángela nos relata su historia con la esperanza de que podamos comprender la realidad que viven en todo el mundo las trabajadoras del sexo. (Todos los nombres han sido cambiados).

LA HISTORIA DE ÁNGELA

Antes de llegar a Santa Rosa nunca había pensado mucho en la prostitución, menos aun había considerado hacerlo. En ese tiempo yo estaba muy débil emocionalmente. Acababa de empezar a enfrentar el abuso sexual que sufrí en mi niñez. Había comenzado a consumir drogas. Y estaba sola. No pasó mucho tiempo antes de que un hombre llamado Duffy llegara a tocar a mi puerta, literalmente. Un día él apareció, así nomás. Viendo hacia atrás, no hay duda que llegó con todo un plan en mente para mí. Ahora sé que lo mismo había hecho antes con otras jóvenes.

Muy pronto Duffy empezó a llevar hombres al apartamento. Me decía: "Sabes, podrías pasar algún tiempo con él y hacer mucho dinero". Aunque me sentía muy débil emocionalmente, todavía me quedaba algún sentido de dignidad y tener sexo por dinero era inaceptable para mí. Cuando Duffy mencionaba el asunto, yo le decía: "¿Qué? ¡De ninguna manera! ¿Qué? ¿Estás loco?"

Luego un día, más o menos un mes después de conocerlo, el tema salió de nuevo. Mi respuesta fue la misma. En absoluto me iba yo a involucrar en eso. Pero esta vez, cuando dije "¡De ninguna manera!", Duffy de repente me dio un puñetazo en la cara, tan fuerte como pudo. Me quebró la nariz y había sangre por todos lados. Estaba loco de furia. Intenté ir a traer una toalla y me dijo: "Si te mueves otra vez, te voy a pegar más duro". Fue esa violencia, además de mi estado emocional, las drogas y la necesidad de dinero, lo que me hizo empezar a aceptar clientes. Pero para eso yo necesitaba drogarme mucho, muchísimo. Sin eso me era imposible estar con un cliente. Me emborrachaba para hacerlo. Así que muy pronto se convirtió en un círculo vicioso. Necesitaba drogarme para hacerlo, y necesitaba hacerlo para conseguir dinero y así poder drogarme. En general necesitas drogas o alcohol para dejar fuera el repulsivo sentimiento en tu alma - y tener la fuerza para enfrentar el peligro.

Duffy era un novio-proxeneta, que es la situación para muchas de las mujeres de la Avenida. Duffy nunca trabajaba. Yo siempre, SIEMPRE, le entregaba el dinero a él. Habría sido absurdo que yo misma tratara de gastar el dinero. Duffy podía aparecerse en cualquier momento. Su violencia era demente e impredecible. Muchas veces pensé que iba a matarme. Por mucha violencia que yo haya enfrentado en las calles, la verdadera violencia era Duffy. Si yo había estado afuera por una hora y sólo regresaba con US.$60 pero él pensaba que debí haber vuelto con US.$100, no le importaba que le dijera que la policía me había estado hostigando durante 20 minutos. Él iba a matarme.

No importaba cuánto dinero hicieras en las calles. De todas las prostitutas que conocí, ninguna tenía dinero - nunca. Era como si en realidad no fuera tu dinero. Éste simplemente pasaba por nosotras, ya fuera para los proxenetas o los narcotraficantes.

Día tras día... Lo hice en la lluvia, lo hice en las noches más frías, lo hice temprano en las mañanas, lo hice en los feriados. Lo hice en Navidad. La actitud de Duffy era, "Sólo es un día más, sólo un día más".

Desde el primer año me enfrenté a la violencia de los clientes. Una vez me subí a un automóvil y le mostré al hombre dónde estacionarlo. Por el contrario, me llevó a un lugar alejado y luego se puso violento. De repente, casi sin darme cuenta, él salió del auto, le dio la vuelta y me sacó de un jalón. Pude escaparme. Luego él se subió al auto y trató de arrollarme. A otra mujer le quebró un diente.

También he sido esposada, atada, y una vez tuve que quebrar el vidrio del auto de un cliente. Pero, por supuesto, el peor era Bret Crevello. Todo empezó cuando no pudo tener una erección y se le acabó el tiempo. Cuando dije que tenía que irme o él debía pagarme más, me golpeó tan fuerte que quedé inconsciente. Al recobrar el conocimiento traté de salirme del auto. Pero la puerta estaba trabada y no podía abrirla. Él salió del auto, fue a abrir mi portezuela desde afuera y me sacó de un tirón. Me arrastró de la pierna por un estacionamiento. Piedras y granito se incrustaron profundamente en mi cara. Me arrastró hacia un campo abierto detrás de una hilera de autos.

El hombre tenía una furia mortal. Cada vez que yo gritaba, me pateaba y golpeaba más fuerte. Pero seguía gritando. Y luego me volvía a patear y golpear más duro. Me repetía que yo iba a morir. Estaba tan furioso que a mí no me quedaba duda alguna de que iba a golpearme hasta matarme.

Lo que me salvó fue que, por pura casualidad, un conserje estaba trabajando muy tarde esa noche en una de las distribuidoras de automóviles. Me oyó gritar. No podía llegar hasta donde yo estaba debido al cerco, pero sí llamó a la policía. Crevello me había estado golpeando durante 20 minutos. Yo perdía el conocimiento y volvía a recuperarlo. No habrían podido reconocerme. Tenía huesos rotos y todo mi cuerpo estaba hinchado y erosionado. Brevemente recuerdo las luces rojas titilantes y a un hombre de la ambulancia que decía: "Vas a estar bien". Y luego volví a quedar inconsciente.

No quería decirles a los policías lo que había ocurrido. Ellos se rehusaban a devolverme mi dinero y las llaves de mi casa, diciendo que debían retenerlos como evidencia, pero no me hacía ningún sentido que quisieran quedarse con las llaves como evidencia. Tuve que conseguir a una defensora que pudiera convencerlos de que me devolvieran las llaves. Tomó un tiempo; luego yo cooperé y les conté toda la historia.

Si por mí hubiera sido, no habría atestiguado en la corte. No me podía imaginar presentándome allí por mi propia cuenta. Vivía en un miedo total: miedo a las cortes, miedo a las calles, miedo total. La única razón por la que atestigüé fue porque Duffy me obligó a hacerlo. Se aseguró de que yo llegara a tiempo a todas las audiencias en la corte. Era como que Duffy iba a cerciorarse de que el hombre recibiera su merecido por haberse metido con algo que a él le pertenecía.

La razón por la cual las prostitutas no reportan crímenes violentos a la policía, sin importar cuán serios sean, es por la forma como los agentes las tratan. A muchos policías les gusta hostigar a las mujeres. A ninguno le pasó por la mente que yo pudiera haber sido víctima de algo. Para ellos sólo era una puta que estaba con Duffy.

Siempre se acercaban a mí con actitudes realmente racistas y sexistas al máximo. Me gritaban: "¡¿Qué está haciendo esta mujer blanca con este negro?!" Una vez, sin ningún motivo, un policía me empujó y me puso boca abajo encima del capó de su patrulla, me levantó la falda sobre la espalda y luego me cateó. En otra ocasión un policía me tocó toda con el pretexto de que estaba buscando drogas. No importaba que él estuviera infringiendo la ley; sabía que se podía salir con la suya. O me escribían una citación por botar la colilla de un cigarrillo en un desagüe.

Era constante. La única manera para que las mujeres reportaran un crimen a un policía era cuando pensaban que estaban a punto de morir. ¿Me ofrecieron servicios? ¿O me dijeron que podría haber una solución? Nunca, en cinco años, ningún policía me dio a entender que podría haber ayuda para mí o una solución.

Pero aun si alguien hubiera hablado conmigo, no sé si yo habría recibido el mensaje de que había una salida. Sólo hay una forma en que lo habría escuchado. Duffy habría tenido que ser sacado del sistema. Él era la verdadera amenaza para mí. Él era la verdadera violencia. Yo sentía más terror de Duffy que de cualquier cliente. Y él tenía un control total sobre mí con ese terror.

Hubo varias ocasiones, sin embargo, en que probablemente yo habría estado dispuesta a hablar con la policía. Pero esas oportunidades siempre se perdieron de una u otra manera.

Una vez, Duffy me estaba persiguiendo por la calle en una de sus furias repentinas. Corrí al hotel y le grité al recepcionista: "Por favor, llame a la policía. Él va a matarme". Y el hombre dijo: "Váyase al diablo". Yo estaba ahí parada rogándole: "Por favor, llame a la policía. No puedo ir allá afuera. Él va a matarme". El hombre respondió: "Ya se lo dije: ¡váyase al diablo!" Y nunca llamó a la policía.

En otra ocasión, Duffy me estaba persiguiendo con un cuchillo. Alguien vio la escena y llamó a la policía. Cuando los agentes llegaron, encontraron el cuchillo. Y también tenían a los testigos. Pero se acercaron a hablar conmigo mientras Duffy estaba parado ahí mismo y tuve que decirles que nada había sucedido. Los policías sabían que él tenía una larga historia de crímenes violentos, incluso homicidios. Y en ese tiempo yo no tenía ningún antecedente penal. Me quedé perpleja cuando lo dejaron ir.

Ocurrió lo mismo por lo menos ocho veces. Alguien había presenciado o escuchado de la violencia de Duffy cuando me golpeaba. Llamaban a la policía, los agentes llegaban y cada vez me preguntaban, justo enfrente de Duffy, qué había sucedido. Cualquier policía con dos dedos de frente me habría entrevistado a solas, lejos de Duffy. Y si el policía se hubiera esforzado al menos un poco para decirme que le preocupaba mi seguridad, o que me iba a proteger si yo quería salir de la prostitución, yo temía tanto por mi vida en esas ocasiones que aquellos pudieron haber sido los momentos en que habría escuchado el mensaje.

Pero lo cierto es que a ninguno de los policías le importó nunca lo suficiente como para hacer bien su trabajo. Ellos sin duda sabían. Conocían los antecedentes de Duffy. Estaban recibiendo todas esas llamadas de testigos cuando Duffy me golpeaba. Los policías tenían que saber que yo estaba metida hasta el cuello. Y que me estaba ahogando.

La pesadilla empezó a terminar cuando un día Duffy - sin motivo alguno - apuñaló a un hombre frente a mis ojos. Inmediatamente después me obligó a tomar el cuchillo. Pero esta vez los policías sí llegaron. Pude percibir que ellos sabían que el cuchillo no era mío. Y en esta ocasión, cuando me preguntaron, les dije tan claro como el agua: "No es mi cuchillo".

Fue la primera vez en cinco años que me atestigüé contra Duffy. Tan pronto como él fue a la cárcel, empezó a llamarme desde allí. Le respondí un par de veces. Y en cuestión de pocos días simplemente dejé de levantar el auricular. Un año después estaba completamente libre de drogas y forjándome una vida nueva y sana.

De las 12 o más mujeres que conocí realmente bien y que trabajaron en la avenida en los mismos años que yo, tres están muertas.

Hoy, siete años después de haber salido de la prostitución, cada vez que conduzco por la hilera de autos donde el cliente trató de matarme, me pregunto cómo es que tuve tanta suerte de que alguien me oyera gritar pero que nadie haya oído a April Lynn. Porque ella tuvo que haber gritado. Y April Lynn está muerta. Y yo lloro. Pero estoy viva. Les digo a las mujeres que todavía están ahí afuera que yo comprendo - y lo digo de todo corazón.
Datos del Cuento
  • Autor: ángela
  • Código: 12185
  • Fecha: 14-12-2004
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 5.56
  • Votos: 45
  • Envios: 0
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