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Categoría: Hechos Reales

LA MALDICION DE CANDELO

El joven ñu tenia una sed incontrolable, sus debilitadas fuerzas no le permitirían alcanzar a la manada, ni mucho menos llegar al próximo río, y conocía por una cicatriz en su pata trasera izquierda del peligro que entrañaban las corrientes que tenia al frente y que le llamaban a calmar su sed, por eso fue prudente. Antes de inclinar la cabeza a catar el líquido apetecido, conectó todos sus sentidos en atención de algún ruido, sonido o movimiento extraño que provinieran de aquellas aguas belicosas. Permaneció un buen rato con su mirada y demás sentidos oteando toda el área circundante, especialmente el horizonte Norte-Sur y viceversa de aquellas corrientes, famosas por albergar cocodrilos y caimanes de todas las especies.

Dentro del agua, y a menos de un metro de donde él se encontraba, lo observaban inmóviles dos ojazos prehistóricos detrás de los cuales había un cuerpo acuático de una proporción imponente y de un aspecto diabólico. Era Comodoro, el cocodrilo más sabio y feroz de todos. Ningún animal se acercaba cuando Comodoro acechaba una presa, por eso aquel silencio, aquella tranquilidad misteriosa que confundía y a la vez confortaba al joven ñu. Comodoro podía esperar pacientemente toda una vida y de antemano conocía los resultados.

Desde muy pequeñín, me familiaricé con los vocablos loases, petroses, guedeses, metresas. indios, ya que Esther, mi madre, era lo que en la cosmogonía religiosa caribeña se le llamaba caballo, es decir, que a mi infantil parecer, se había bautizado para obtener el privilegio de que esos espíritus ingresaran a su cuerpo y su conciencia para hacer el bien o el mal dependiendo de las exigencias del usuario de sus servicios.

Los miércoles y sábados eran día de fiesta en mi casa, no tan sólo por la gran cantidad de personas importantes que venían a consultar por vía de mi madre a loases como Ogun Balendjo, la Metresili, Toroliza, Bakúlu Baká, Belié Belcan, Anaisa Pyé y algunos otros guedeses y metresas, sino porque después de cada jornada de trabajo, había dinero para todos mis gustos, como para los de mis hermanitos y hermanitas, y se aseguraba el pago de agua, luz, teléfono, telecable, y energía eléctrica del mes, ya que los usuarios pagaban muy bien las labores de mamá de hacer y deshacer amores, producir maldad a terceros, y despojar o ingresar espíritus del bien o del mal a parientes, amigos y enemigos, curar enfermos, y hasta cuestiones tan baladíes como indagar sobre la lealtad de parejas, o la conveniencia o no de realizar planes y proyectos personales, como viajes y negocios. Quizás por esa razón, papá, un obrero de tercera clase con salario mínimo, aceptaba, aún a regañadientes, esta clase de trabajo “espiritual” de mi madre.

Yo disfrutaba, aveces hasta reía a carcajadas, viendo a mamá fumando unos cigarros mas anchos que su frágil muñeca, llamados Tabaqué así como tomando botellas de ron llamadas Tafiá como si fueran vasos de agua, sin embargo me asustaba cuando arribaba un espíritu tipo “loa” que los concurrentes reverenciaban sobremanera y le llamaban Candelo Cedifé, quien cuando se encarnaba en mi madre bramaba como los toros, y repetía à BON SOIR LA SOCIETE, añadiendo luego : OU EST MA PETITE AMIE?, MON CHEVAL, SOIN AVEC MON CHEVAL?, MON CHEVAL EST MOI, SEULEMENT MOI, enfatizaba, refiriéndose a que mi madre le pertenecía y como amenazando a todo aquel que osara interponerse en el camino de ella. Por eso me miraba con desprecio y a mi padre con rencor, ya que en su calidad de espíritu debía conocer el profundo amor que le profesaba a mi madre, y por su lado mi padre nunca conoció a otra mujer. Se despedía con una voz encantadora y melodiosa: La BÉNÉDICTION à TOUS.

Una noche, me despertó un calor tan intenso que mi camastro estaba empapado de mi propio sudor, así como un vaho más penetrante e insoportable que el que se produce en las granjas de cerdos. No había energía eléctrica. La oscuridad era total, al salir zigzagueando en la búsqueda de un fósforo para encender una vela sentí en mi cuello, la punta del metal frío del cañón de la pistola de papá, -¿Quien anda?... Al identificarme, se dejó caer en el sofá, donde aparentemente estaba acostado, y de manera sorprendente, por mi edad, me confesó las penas que le torturaban: Mi hijo, hace ya mucho tiempo que no duermo con tu mamá, ¨El¨ me la ha arrebatado. Ya no recuerdo cuanto tiempo llevo durmiendo en este sofá. “El” se acuesta con ella cuando le place, ahora mismo esta ahí, adherido a tu madre como una sanguijuela; no permite que me acerque, me desafía, no se que hacer.

Yo si sabia, a mi edad había leído a Dickens y a Verne, y la intuición de mis 8 años no me engañaba. Por eso ya había platicado al respeto con la Madame Misuá, comadre de mi madre, quien gozaba del privilegio de ser caballo de Blackaman y Papá Legbá, los espíritus superiores del panteón caribeño. Incluyendo a las 21 Divisiones, por lo que al día siguiente llevé a mi papá a su altar. Y el mismo Papá Legbá, hablando por boca de ella nos advirtió que los celos de Candelo Cedife, Rey del Fuego, no eran contra nosotros, sino contra Tindjó Alagué, el Rey Indio de las aguas, quien era su amante y a quien ella también amaba, asimismo nos explicó que todos los varones de las distintas divisiones estaban por igual enamorados de Esther, por una razón simple, ella estaba en una condición limbótica, vulnerable, ya que no se había bautizado, como inocentemente creía yo. Amaba, según Papa Legbá, a Tindjó Alagué más que a nosotros mismos, y por esa razón Candelo, quien también estaba locamente enamorado, se apoderaba de ella de noche en noche, haciéndose acompañar de un ejército de petroses.

Papá y yo, tratamos de hacer al pie de la letra las recomendaciones de la Madame Misuá, después del ritual de lo que ella le llama el refrescamiento y el aplazamiento, nos dimos un baño de agua bendita, para protegernos de Candelo, y aquella noche imborrable, junto a la madame, llevamos a mamá a las orillas de aquel río, para zambullirla y dejar caer la sangre de una gallina degollada sobre su cabeza, fase indefectible y final de su bautismo, con el consiguiente peligro de que los cocodrilos y caimanes despertaran por el olor de la sangre y fuéramos victimas de sus fauces.

-La boca y los patas del ñu empezaban a encenizarse por la falta de agua, estaba resoplando por el calor intolerable, tenia que tomar una decisión de vida o muerte, y la tomó.

De repente, antes de empezar la ceremonia, el aire fresco y perfumado de la ribera se llenó de aquella hediondez inaguantable, algunos arbustos del bosque cercano a la ribera empezaron a incendiarse, y mi madre empezó a hablar con aquella voz ronca, alegre y melodiosa: BONNE NUIT La SOCIÉTÉ, AVEC MON CHEVAL NE JOUE PAS, Je PRENNENT MON CHEVAL, AU REVOIR, DAMES ET MONSIEUR Y se despidió con las terribles palabras, La MALÉDICTION à TOUS , traducido por mi papá decía mas o menos que con su caballo no se jugaba, que se la llevaba, y nos maldijo, cayendo mi madre en un estado comatoso que la llevó a la muerte tres días después sin recobrar el conocimiento por una cirrosis hepática aguda, según diagnosticaron los galenos que le atendieron.

Dos semanas mas tarde, tuvimos noticias de que Madame Misuá, quien nos acompañó aquella noche, había muerto con todos sus hijos cuando, según las malas lenguas, las llamas de las velas de su altar se convirtieron en una fogata enorme que consumió en fracciones de minutos, toda la casa. -La Maldición de Candelo-, me dijo mi papá, quien al otro día apareció colgado de un árbol, cerca de la ribera del río. -La maldición de Candelo- me repetí muchas veces preocupado, porque yo, aún fuera un niño, también participé de la ceremonia de iniciación de mi madre y a mis oídos también llegaron aquellas palabras siniestras.

Vine a conocer la parte que me correspondía de aquella condenación por las muertes de mis tres esposas de manera natural, pero siempre ligadas al fuego y ahora trato de explicártelo y tú me dices que no, que hablaste con el sacerdote y que te dijo que eso era pura tontería, y que si fuere verdad se remediaría casándonos por la iglesia, que es lo que tú quieres, y no quiero, porque después de la muerte de Mercedes, mi última compañera, juré criar solo a mis hijos y no casarme nunca jamás, y menos contigo, que eres como una santa para mis niños huérfanos, y a quien amo de todo corazón. No quiero sufrir tu muerte segura, pero tu insiste, y acordaste la fecha con el sacerdote, compraste los anillos, alquilaste tu traje , contrataste las bebidas y aperitivos, te encargaste de los padrinos, elaboraste la lista de invitados y aquí estamos como quisiste, en la iglesia, para contraer una nupcias que me plantea nefastos presentimientos.

-Esta lloviznando afuera, dijo el sacerdote, -es un buen augurio, mientras introducía el anillo de boda en el dedo anular de mi mano izquierda, conforme el pianista y el violonchelista, también contratados por ti, tocaban una tonada realmente desagradable, -aunque es un poco extraño que llueva para esta época, prosiguió en voz muy baja el párroco, ofreciéndonos el sacramento y haciéndonos jurar lealtad para toda la vida. Terminado aquel riguroso e interminable ritual nos disponíamos a salir con invitados y padrinos hacia la casa que habías alquilado para la celebración, no si antes atender una llamada del sacerdote, con quien sostuvimos una conversación delante de la puerta del frente sur de su parroquia, en la cual trató de tranquilizarme respecto de lo que él llamaba mis fantasmas particulares.

-Me parece que no es una llovizna cualquiera, repitió esta vez con una voz más alta y preocupante el sacerdote, y no terminó de completar sus palabras cuando el horizonte se obscureció, emergieron como de la nada unas nubes de un gris oscuro, casi negro e inmediatamente el cielo se encendió entre llamaradas de rayos y centellas y los ruidos enloquecedores de los truenos nos hizo comprender que la tormenta eléctrica estaba justamente encima de nosotros.

El ñu forcejeaba desesperadamente, con sus dos patas delanteras tratando de deshacerse inútilmente de aquella poderosa mandíbula antediluviana, cuyos enormes colmillos le atenazaban el cuello al ritmo de feroces zarandeos, halándole hacia aquel liquido cristalino que hacia unos momentos necesitaba para sobrevivir.


JOAN CASTILLO,
08 Marzo, 2004.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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