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LA NIEVE

¿Había conseguido dormir? Al despertar ya sintió algo diferente y frunció el ceño al incorporar el torso en la cama: ¡estaba nevando fuera! A través de la ventana lo podía ver. La persiana estaba medio subida. "Eso es lo que me habrá robado el sueño". Se alegró en extremo con la visión de la nieve. Después, apoyado en la balaustrada de la terraza exterior parecía no dar crédito a semejante nevada, y ya desayunado y aseado sintió el peso de la alegría en el estómago: Los copos caían ralentizados y los árboles y el paisaje estaban todos cubiertos del gruso manto blanco, hermoso; sin embargo pronto notó que algo no funcionaba del modo correcto, como si faltase una pieza, la más nimia, en el engranaje de los segundos que ya consumían tímidos el día. Hubiera necesitado dormir más, sin duda. No hacía frío y el día era brillante y claro, especialmente claro; esto le decepcionó. Sí, allí nacía el sol y pronto derretiría el manto blanco disolviéndolo entre la verde hierba, así que, sin darse cuenta, golpeó la balaustrada con la mano con cierta resignación. "¡Ójala todo se cubriera de blanco, de nieve, ...esta nieve!" Entonces una voz le sobresaltó.

"¡Ah!, ahí fuera está la vida en su esplendor". El se giró haciéndose el sorprendido y allí le vio, con las manos en los bolsillos del pantalón, sonriéndole. Él siempre ganaba. "Pronto el sol derretirá la nieve", continuó acercándose en exceso hasta él apoyando también los codos en la balaustrada. Entonces él se entristeció un poco y por no parecer taciturno le preguntó acerca de si él acaso podía dormir, pero no fue contestado, y comprobó al mirar de nuevo el paisaje que ya el verde de las lejanas colinas se iba escabullendo del blanco que las mataba, cayendo derretdida de los tejados en lotananza y de las copas de los árboles. A pesar de todo la nieve seguía cayendo a cámara lenta. Pero era indudable que no hacía frío. "La nieve va a dejar muy limpio tu coche", pero él quería que la nieve lo inundara todo, y repreimió como un escolar la ira que lo invadía. "Debo ir al trabajo".

El trayecto en coche era corto, pues vivía en medio de la naturaleza. Sabía que era irregular en toda regla que le acompañara, pero no se atrevió a decirle nada, no encontraba fuerzas para ello porque él siempre ganaba, su rostro transmitía confianza y era claro que dormía en condiciones; ante eso era realmente muy poco lo que él podía hacer. La inercia siempre lo vencía, y el enemigo era tan carismáico y seguro... Tan sólo miraba d reojo la eleganciade su ote y s vio idículo a sí mismo con su chaquetón de guarda forestal y la gran gorra forrada de lana y con enormes orejeras que le venía tan grande que casi no acertaba a ver la carretra. Nunca se la ponía, pero como hoy le acompañaba él creyó necesario hacerlo.

Elbosque era inmenso y en seguidacreaba indecisión. Ya la nieve cedía al sol y los troncos, los enormes y gruesos troncos gris pálido que los engullían...

"Es extraño tu caso...", no le quiso escuchar y enfundó sus manos en las manoplas que tenía para combatir el frío, "...la compañía maderera te contrata para proteger el bosque...", no le quería escuchar, "...talan mil árboles y el ayuntamiento es obliga a repoblar uno, ¡y aquí estás tú!...", sólo quería recordar quién era ese hombre, pero caminaba como si estuviese solo, como si nadie huiera junto a él y stuviera haciendo una ronda normal, pero indefectíblemente escuchaba los roces de su liviana ropa tras de sí. Intentó concentar su atención en los sonidos del frondoso bosque odavía con reminiscencias de nieve, de sueño, "...en verdad tú eres el m´´as devastador de los taladores".

Volvió a casa solo, cenó solo y se acostó solo. Como siempre.

Todavía un poco de nieve se amontonaba junto a las paredes. Sólo quedaba una ardua tarea por delante: dormir, pero al fin cayó en un extraño sopor que en realidad nunca le dejaba del todo y el último pensamiento que tuvo fue que hacía el suficiente frío como para que al día siguiente nevara otra vez.

Al despertar se asomó con prisa a la ventana. Apenas había dormido unas horas. Allí estaban las colinas, verdes y resplandecientes, y los árboles florecían. Pensó en volver a dormirse, pero ya sabía que no podría. "Ahí fuera está el amor, ahí es donde se halla", y miró hacia la puerta entreabierta de su cuarto. Allí estaba él.

Es como un señor que te vigila, sí, desde la puerta entreabierta, sonriente y malicioso, como la llegada de algo extraño, como un advenedizo con extraños mensajes. Y yo, claro, siempre me posiciono a la defensiva incapaz de comprender las iniquidades que yo mismo le otorgaré y que él parecerá infundir caprichósamente ante mi débil cuerpo, y es que él posee el poder. Su llamada a mi puerta provoca el desconcierto y pronto se acelera el engranaje y entra la tristeza. Parece no querer dejar que uno se conozca nunca.

La lucha ha de ser contra él, no hay otro camino.

"¿Las armas...", dijo todavía, "...las armas te las ha de otorgar el enemigo", y cerró de un portazo.

Al salir ya no quedaba ni rastro de nieve y la certeza de que en verdad nunca había podido dormir. Sólo el recuerdo de los copos cayendo tan lentamente que parecían bailar en el cielo...
Datos del Cuento
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1 comentarios. Página 1 de 1
Eduardo Ventura
invitado-Eduardo Ventura 22-01-2004 00:00:00

¿Un uno a este cuento? creí que era quizás una de mis páginas más logradas. de Hecho lo es.

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