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Categoría: Hechos Reales

LA OCTAVA MESA

Tomas la servilleta en los labios y filigranas
tu boca. Llueve, la ciudad es de lluvia en esta hora de la tarde; tú distancias pedacitos de torta con la diminuta cucharilla,oígo tus palabras en el trance de la cafetería,cierras los parpados sumida en un oceáno entre nosotros; ahora llueve a cántaros sobre las ventanas donde dibujo el rostro de los personajes,el hostelero viene y va a través del corredor de sillas humedo de cerveza,el mismo hostelero de hace treinta años,pasea con una libreta de notas, es otra vida vieja y pausada,estoy quieto mirando tu cuerpo en el recuerdo,amanecimos agotados de orgasmos cubiertos por sabanas ante el frio, yo, podía acostarme con infinitas mujeres al amarte, tú podías imaginar fantasias al sentir mi falo en tus muslos,semen y sudor,contruimos situaciones inverosímiles en los rincones,ahora tus ojos alcanzan mis ojos, tus ojos,no hay arrepentimiento,ambos miramos nuestras galeria de arrugas a través del tiempo detenido ayí en la octava mesa de la fuente de soda. Lloverá siempre a raudales aunque nos despidamos el uno del otro.
Hace treinta años compartimos tantos traumas; hace treita años llevas la servilleta a los labios:aquí no murio nadie para nacer; yo prosigo bebiendo licor seco, mientras tu degustas el cafecito tinto, comes la torta de chocolate,o prefieres un te de esos tan raros con sabor a caramelo o hierbas:nunca ame tu silencio adherido a una mueca de fastidio,pienso,quiza vivíamos un modo de morir eternamente en una fuente de soda, incluso los sabados al atardecer después de hacer el amor,solíamos iracundos desmoronar la habitación,terminando luego en una copula animal en la alfombra, así luego la salida a
la calle donde respirabamos la asfixia del duelo, esclavizados junto a una mesa con el cansancio del climax; hace treinta años siempre entre rabia y demencia,tu llevas la servilleta a los labios con identico gesto, yo guardo silencio sorbiendo el ron amargo.
Sí, hoy maldigo estos cubitos de hielo en el fondo del vaso, ardían en tus senos pedacito a pedacito,ásperas horas vencidas por años,la culpa de culpas perdidas en la desnudes de los cuerpos,te miro de nuevo,tus cabellos son blancos,secos como mi licor, intentas disimular con esa pintura la vejez;yo visto la mejor camisa a pesar de la neuropatía de miembros inferiores descrita por algun guasón irónico de mi dolencia,tu y yo estabamos acostumbrados a la culpa asesinando alternativas ante un miedo escrito desde el nacimiento, ahora las dentaduras postizas no consolidadas para el beso,pregunto si existe una fabula semejante en este suburbio?,oígo el estertor de tu risa, la mofa de treinta años inclementes,acaso pudo haber alguna compañía por momentos,? nosotros caminamos tomados de la mano y de la muerte, un día tras otro como si estuviésemos tejiendo una madeja de señas hipocritas,luego tu, desprendida de ti misma, acordandote sin memoria,alucinando vivencias sin sentido, nos asesinamos en el salon de la casa,en las habitaciones, en la cocina,luego el miedo a la soledad, cada uno con su venganza,certera, calculadora,ver la carroña de nuestra piel deshidratada,De quién es el dolor, si existe? es caricatura ir al lecho para disfrutar esas grotescas maneras de viejos, no regresamos a este sitio para sentirnos inmortales, hemos tenido pocos logros desde entonces,pero la venganza dio resultado,ambos envejecimos transformandonos en demontres,es una forma de crecer, bendigamos esta muerte.
Quién eras tú?,poco importa, Quién era yo? el caballero de traje negro ajustando la llave a la cerradura,abriendo la puerta, encendiendo la luz del vestibulo, bostezando al verte decir algunas palabras, criticar el techo roto,la pintura resquebrajada de la amplia sala,el desorden de periodicos en el piso,ver el ultimo capitulo de noticias mundiales,soliloquiar,comer, predecir tu enojo,inventar un movimiento de barajas al almanaque para repetir de lunes a domingo todo lo anterior,hacer el amor en identicas posiciones,deleitarme planificando tu deceso mientras penetraba tu cuerpo desnudo.
Ahora estamos aquí junto a la octava mesa en el invierno de la ciudad, la lluvia cae sobre todos los rostros,no dices nada, afuera hay palomas de hielo,tus ojos tienen la dimensión de un hueco,no tienen fin,distancias los pedacitos de torta y bebes el café,yo busco tus púpilas,el mesonero trae la quinta cerveza de la tarde,estas cansada de mirar afuera,yo estoy cansado de mirar adentro,treinta años, tu mano toma la tasita y dibuja los labios en el borde,asume la cucharilla y busca tarros de azucar,el hueco es inmenso,podrían caber multitudes,tu y yo somos únicos, sientes un vertigo exacto, no estoy para ti en ese segundo,
bebes,la saliva emerge por una de las comisuras de tu boca,palideces,pasaron muchos años para alcanzar ese lugar, siempre la octava mesa, ahora todos se acercan al mundo de nosotros,treinta años,este hueco es invisible pero existe,tu piel tiene el color de los cadaveres,ya no respiras,finjo querer ayudarte,los demas seres humanos contemplan este minuto, pero no ven los treinta años en el espejo del pasado,soy libre para morir en paz durante mi ancianidad,los agentes policiales te acompañaran a la morgue, yo ya no debo acompañarte.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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