*Son RELATOS:
"Durante el viaje se canta y charlotea;
los islotes están frente a la costa,
más allá de la Isla, y el viaje es largo".
Knut Hamsum.
LA OCTAVA PLANTA
Sin dejar de apuntarme a la cara con su dedo, la voz de mi amigo se tornó casi confidente, pero firme...
-...Y no preguntes, ¿oyes? Tu misión aquí consiste en bajar y subir con los clientes, nada más... Obedece al mayordomo jefe en todo, no olvides llevarte el uniforme el viernes y volver a traerlo el lunes, ¿oíste?...
-De acuerdo...- musité, mientras mi compañero desaparecía tras la puerta giratoria del hotel sin volverse hacia atrás.
En verdad que debía estarle agradecido pues con su favor me brindaba la oportunidad de sustituirle en su período de vacaciones, como en anteriores ocasiones, y así enriquecer mi maltrecha economía necesitada de una estabilidad más perdurable. En los otros hoteles tuve ocasión de familiarizarme con su puesto de recepción, pero esta vez lo novedoso de la tarea consistía en acompañar a los clientes en sus idas y venidas en el ascensor. En apariencia, una tarea fácil y cómoda, aunque no exenta de una monótona fatiga como enseguida tuve ocasión de comprobar.
Mi antiguo amigo me había asegurado que desde su cambio al nuevo hotel había mejorado de categoría y, en principio, lo achaqué a las cinco estrellas que destacaban en el rótulo. Una vez dentro, comprendí que aquellos anchos espacios marcaban la diferencia con los hoteles precedentes y, sobre todo, el mero hecho de que el ascensorista hubiera de trabajar uniformado.
Desde la terraza de la décima planta podía contemplarse una panorámica sobre la bahía de la ciudad; las oficinas y dependencias administrativas ocupaban la novena planta. De la tercera, descendieron las hermanas Kossack, un par de gemelas nonagenarias que podían permitirse el lujo de residir permanentemente en el hotel. El restaurante se encontraba en la primera planta, y en la segunda los salones para convenciones o reuniones. En el cuarto piso estaba la sala destinada a los enseres de la limpieza y allí también se había habilitado un hueco para el vestuario del personal. Se podía intuir que uno había llegado a la planta quinta por el pestilente aroma que dejaba en el ambiente el hilo de humo de los puros del señor Bruhnin, siempre trajeado y de elegantes maneras. Y de la sexta, sobre todo, temía el escandaloso tropel de muchachos excursionistas que en desordenada algarabía vociferaban y competían con sus alaridos y risas estridentes. El trajín en el hotel resultaba incesante y se renovaba a diario con nuevos clientes. Me fijé en especial en la bella chica que recogía en la séptima planta y que destacaba por su porte distinguido, un ceñido vestido la entubaba de lentejuelas hasta los pies, pero dejaba al descubierto unos hombros contorneados, casi perfectos... Seguí con los ojos cerrados el sugerente rastro que desprendía su perfume, pero desperté brusco a la realidad, fustigado por lo insólito de un detalle recién descubierto. Acababa de percatarme que nadie bajaba ni subía de la octava planta... Sí, en los pocos días que llevaba allí no conocía a nadie que se alojara en ella. A la hora del almuerzo, libre de pasajeros, decidí investigar el misterioso hecho. Mi zozobra se tiñó de inquietud, el ascensor pasaba de largo de la séptima a la novena o viceversa, sin obedecer el mando. Lo comenté a las chicas de la limpieza y entre los botones que, con esquiva extrañeza, no atinaron a darme explicación alguna.
Aquel viernes el mayordomo jefe me acompañó durante toda la tarde en el trayecto del ascensor. Casi al acabar la jornada me aseguró que no hacía falta mi presencia en el hotel durante la semana siguiente y que, debido a mi carácter amenazante, podía darme por despedido. Iba a rechistar, pero recordé las palabras de mi amigo y, por respeto, callé. Recuerdo igualmente su teatral transfiguración cuando quise contarle lo sucedido a su regreso.
-Estás loco si crees que con amenazas o insultos vas a provocarme. Ya me lo contó el mayordomo jefe. Me equivoqué, no quiero nada contigo...
Después de tanto tiempo un nudo de perplejidad aún acompaña mi desolada decepción. Resultan curiosos los avatares que esconde el destino. Por fin encontré mi camino, hoy trabajo y viajo por las comarcas de la zona norte. Eso sí, nunca me alojo en un hotel de más de cuatro plantas...
F I N
*”Es una Colección de Cuadernos con Corazón”, de Luis Tamargo.-