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LA PELOTA

Escrito días antes de la Navidad del 2010, con gran afecto para todos los lectores.

Era un día antes de Navidad. Ya había caído la noche. Todas las calles de la ciudad estaban convertidas en ríos de gente. Todos caminaban apresurados. Todos eran impulsados por el mismo empeño, todos con el mismo propósito. Adquirir en las tiendas, juguetes y regalos para sus seres queridos. Aquellos objetos obtenidos harían felices a miles de familiares y amigos. Algunos regalos serían intercambiados. La gente como siempre, cuando la blanca navidad acude a la tierra, era presa de un hermoso sentimiento, muy humano, dar, dar y ofrecer a todos un poco de amistad, un poco de lo que se es y lo que se tiene. Ofrecer el corazón y el afecto, entregar todos muy buenos deseos.

En todos los hogares se comparten una mesa entre la familia.

En ésta fecha, todo mundo es feliz y lo que no lo son, tratan de serlo. Por un momento olvidan sus problemas y se entregan también a disfrutar del hermoso ambiente navideño. Todo mundo es feliz, bueno, que bello sería que esto pudiera ser verdad.

Pero cuán lejos está ésto de ser completamente cierto. Falta mucho para que esto pueda conseguirse por todos los seres humanos. No, no se puede conseguir; es una cosa sumamente difícil. No puede evitarse, siempre habrá en el mundo almas que, aún en ésta hermosa época navideña, no pueden sustraerse a la desgracia, a su desgracia.

La gente pasaba de largo por aquella banqueta sin mirar hacia abajo, sin mirar al suelo, tantos paquetes en los brazos se los impedía. Además, para que mirar hacia abajo en una noche tan hermosa, una noche antes de la Noche Buena. No habría para que ver hacia abajo. Allí abajo, en el suelo, no podría haber nada más que basura, y en realidad si que había basura. Papeles, bolsas de plástico, botellas apachurradas, cáscaras de frutas y basura, más basura.

Pero observando bien, viendo detenidamente hacia abajo había algo más. Allí en el suelo, en la banqueta, en el quicio de una puerta, había un niño triste, un niño que estaba en el suelo; no por el gusto de estarlo, sino que allí abajo era su mundo. El siempre estaba allí, en el suelo, tal parecía que su destino había sido, al venir al mundo, yacer siempre en el suelo, sí, en el suelo, aquel suelo que había sido siempre su único regazo.

Era un niño impedido, de capacidades diferentes, un niño inválido, sus piernas no tenían movimiento alguno, decían estaba tullido.

Su padre, un hombre completamente entregado al vicio, un borracho consuetudinario, a duras penas se hacia cargo de él. Su madre, había abandonado el hogar desde que el pobre inocente naciera, él no la conocía, ni ella lo conocía a él. Después de haber nacido, la madre no pudiendo aguantar más el maltrato del marido, se había ausentado una noche y jamás habría regresado. Había pasado diez años, el padre nunca la buscó, a ese padre nunca algo o alguien le había interesado, solo le importaba el alcohol, al que se había entregado desde siempre.

Al niño, su hijo, tampoco lo quería, pero no lo abandonaba por que de él, obtenía algún dinero para mantenerse en el vicio.

Pasado el medio día de todos los días, tomaba a su hijo en brazos y lo llevaba allí, a aquella banqueta para que con su pobre situación, dando lástima a los transeúntes, recaudar algunas monedas implorando caridad. Cuando la noche había caído y la gente dejaba de pasar, el padre venía y levantaba al pequeño y cargado lo llevaba a la casa.

Así transcurrían los días, los meses y los años para aquellos dos seres viviendo el inframundo, siempre lo mismo, nada cambiaba.

Aquella noche, una antes de Noche Buena, increíblemente navideña, como siempre, el niño estaba en el suelo, solo, triste, más triste aún porque con sus propios ojos veía y comprendía que la gente irradiaba felicidad, se les podía ver en los rostros, todos diferentes pero llenos de alegría y muy sonrientes. De pronto, alguien que si miró hacia abajo, no para darle una mísera moneda, le había regalado una pelota; era una pelota grande, era una muy buena pelota.

Quién se la dio, solo la dejo a su lado y desapareció. Tal vez haya sido una acción buena, pero sin querer hacerlo, había hecho que aquel infeliz muchachito, con la pelota ya en sus manos, sufriera más que sin ella. El abrazó la pelota, pero luego, recorrió con su vista todo el largo inmóvil de sus piernas y se entristeció más, se quedo viendo sus piernas sin movimiento y apretó, en un abrazo de amargura, la pelota contra su pecho, el comprendía impotente, lo poco que podía servirle a él una pelota; para qué, si ni siquiera podía levantarse.

Más es posible que todas las acciones o bien, nuestros actos, obedezcan a un destino previamente determinado. Aquella noche, hasta su postración en el suelo, algo había llegado junto al niño inválido. Un niño, sí, otro niño mucho más pequeño y mucho más diferente. Era un niño rico, sus ropas y su aspecto lo decía todo. El nuevo niño caminaba lentamente por la banqueta, venía asustado, era un niño que se había extraviado de sus padres. El pequeño, al llegar hasta su lado se detuvo, observó al niño en el suelo y lo cautivó la pelota. El inválido, notó el brillo en los ojos de su ahora compañero y le dio la pelota. El pequeño la tomó en sus manos, apenas podía abrazarla. En esos momentos, la pelota sirvió de enlace, el destino quiso que en aquel instante, empezará a florecer una amistad sin interés. Muchos minutos platicaron a su manera aquellos dos nuevos amigos.

Algún rato más tarde, el niño lisiado notó que una pareja se acercaba presurosa. Lo supo desde que los vio y supo al instante que eran los padres del niño pequeño. No quiso que lo vieran y antes de que los señores llegaran, se arrastró ocultándose como pudo detrás del quicio de la puerta. Los padres del pequeño, llegaron y lo hallaron solo con la pelota. La madre, llorosa lo levantó y en brazos se lo llevan hasta su automóvil. El enfermo, cuando sintió que ya se alejaban, asomó tímidamente su cabeza y los vio alejarse. También se dio cuenta con algo de alegría, que el pequeño, ya en brazos de su madre, sobre el hombre de ella, lo buscaba afanosamente, tal vez tratando de despedirse y agradecerle la pelota.

Paso la Navidad, pasaron varios días después, una noche el infortunado inválido estaba como siempre en su lugar, en el suelo, en el quicio de la puerta. Por la calle ya no pasaban tantos transeúntes, los autos iban velozmente sin detenerse, más el destino volvía a intervenir. De pronto en el tránsito de los automóviles se hizo un embotellamiento debido a un ligero alcance de dos de ellos. Todos los autos se detuvieron a esperar. En uno de ellos, tal vez el más lujoso, una escena extraña estaba teniendo lugar. Un niño rubio de grandes ojos azules, se inquietó de repente, no podía hablar pues era aun un infante que apenas podía caminar, pero a señas, a expresiones de palabras entrecortadas, a estirones del vestido de su madre, exigía, mirando a través de los cristales del automóvil, que sus padres le pusieran atención. Los padres no comprendían la actitud de su hijo, pero era tal la vehemencia con que el niño, a su manera deseaba llamar la atención, que el padre, aconsejado por su esposa, estacionó como pudo el auto y siguiendo los movimientos del niño fueron tras él. El pequeño había descubierto en el suelo a su amigo, al amigo que le había regalado la pelota.

Los padres, llegaron hasta el niño enfermo y vieron como el hijo de ellos, con una confianza inusitada, se sentó al lado del otro, y también, utilizando sus propios recursos de comunicación, se puso a platicar con él. Los padres no sabían que actitud tomar, estaban sorprendidos, pero no alarmados porque veían en los niños, reflejada una gran felicidad. El niño rubio quería explicarle a sus padres la razón de su comportamiento, pero se desesperaba por no poder darse a entender. De pronto en su alma infantil, brotó la idea que le ayudaría. A señas le dio a entender a su padre que lo siguiera al auto, le pidió que abriera la puerta trasera y señalo la pelota, la pelota que su amigo le había regalado. Los padres pensaron que en un acto de nobleza, lo que quería su hijo era obsequiarle la pelota al enfermo. La madre tomó la pelota y se la acerco al niño en el suelo para que la tomara. Su hijo de inmediato reclamó, desesperado logró que se dieran cuenta de que no era eso lo que él quería, como pudo, les hizo comprender la situación; claramente observaron que su hijo trataba de decirles que la pelota se la había regalado el otro, su amigo.

Hablaron con el enfermo y éste les explicó que cuando venía caminando perdido la noche antes de navidad, su hijo se había detenido a platicar con él y que para consolarlo y calmarlo porque estaba asustado, le había regalado la pelota. Los padres de Toñito, que así se llamaba su hijo, le estuvieron haciendo algunas preguntas a Pepe, el niño inválido. Entre las preguntas una de ellas se relacionaba con su impedimento para caminar. Pepe les explicó que desde siempre, había estado postrado en el suelo, que nunca había podido caminar. Le preguntaron si lo había visto algún doctor, que si había esperanzas de que algún día caminara y Pepe les dijo que de eso el no sabia nada, porque a él nunca lo había examinado ningún doctor. Le preguntaron también acerca de su familia. Pepe les hizo saber que vivía solo con su padre, que su madre los había abandonado poco después de su nacimiento y que su padre era un vicioso.

El padre de Toñito, apoyado por la actitud humana de su esposa, decidió levantar a Pepe del suelo y subirlo al automóvil. El propósito era llevarlo a pedir la opinión de un médico, papá y mamá estuvieron de acuerdo en que si el niño podía ser curado, se encargarían de sufragar todos los gastos que fueran necesarios. Al padre alcoholico de Pepe, por el momento, lo dejaron a parte puesto que no supieron nada de él, aunque esperaron ya entrada la noche.

Al día siguiente, Pepe era conducido a un moderno hospital ante un especialista. El médico, después de minuciosos estudios practicados al paciente, informaba al padre de Tonito, no representaba ni siquiera un gran problema, pues era el resultado de un trauma psicológico aflorado en el niño como consecuencia de una niñez desvalida, de grandes privaciones, de maltratos y golpes del padre, les hizo saber el facultativo, que la curación de Pepe no sería difícil, que solo requería de un buen tratamiento de rehabilitación y algo de cariño y buen trtato.

Pasaron algunos meses. Pepe fue objeto de exámenes médicos periódicos y por otra parte, en la casa de Toñito lo querían como un hijo más.

En el amplio jardín de la casa, Pepe era ayudado a caminar por el pequeño Toño y por la sirvienta de la casa, que por su sentido de compasión, ayudaba tanto a Toño como a Pepe, atendiéndoles con gran esmero. Pepe ya caminaba bastante, a la par con Toñito que ahora ya corría por todas partes, claramente se veía que los problemas había quedado atrás. Un poco tiempo después, Pepe ya podía correr y hasta jugar con Toñito, estaba curado por completo.

Por otra parte, los padres de Toño se había echado a la tarea de informarse a cerca del padre de Pepe. Lo habían localizado ya. Más no habían querido hablar con él. Ellos supieron que aquel hombre vicioso, tal vez por el remordimiento de haber haber perdido a su hijo por culpa de su vicio, había cambiado, ya no tomaba, había encontrado trabajo, ahora siempre andaba limpio y bien arreglado, buscaba como podía a su hijo, no era ya lo que había sido en el pasado inmediato. Supieron también que ese padre afligido todas las noches venía y se colocaba en el lugar en donde dejaba a Pepe y allí permanecía un buen rato con la esperanza de que apareciera, preguntaba a todo el que pasaba si sabían algo del niño, pues tenía fe de que alguien le dijera algo acerca de su hijo.

Aquello sirvió para que el padre de Toño, preparara un encuentro entre Pepe y su padre. La mamá y el papá de Toño, éste último y Pepe trazaron un buen plan para que se diera aquel esperado encuentro. Un buen día, estacionaron al automóvil cerca del lugar, habían tomado el tiempo necesario para llegar antes y Pepe descendió del auto y se sentó en el suelo como siempre lo había hecho. Y esperó. Toñito y sus papás, estaban dentro del auto, sin perder movimiento alguno. Algunos minutos después, apareció el padre de Pepe, al verlo, corrió desesperadamente y llegó hasta su hijo, se dejo caer de hinojos y abrazó y besó con fuerza a su hijo llorando inconsolablemente. Su llanto era incontenible, la familia en el automóvil también sentía un nudo en la garganta al ver aquella dramática escena. El hombre, cariñoso, lleno de amor levantó a su hijo del suelo y con el en brazos, se dirigió a su hogar. Los padres de Toño lo siguieron. En ellos, el llanto poco a poco se fue convirtiendo en alegría. Después de caminar varias cuadras, Pepe y papá llegaron a su casa. Los padres de Toño se detuvieron a pocos metros y vieron como el hombre abrió la puerta y sentó a su hijo en una silla, frente a la mesa ofreciéndole comida, salió del comedor para dirigirse a la recámara y preparar la cama para su hijo. Al salir del cuarto, Pepe al ver la oportunidad de quedarse solo y de acuerdo al plan premeditado que habían elaborado, en silencio salió de la casa y fue a reunirse con la familia de Toño. Dentro de la casa, el padre de Pepe regresaba para platicar con él. El susto fue mayúsculo, la sorpresa fue enorme, ¿cómo pudo Pepe moverse y hasta salirse afuera de la casa puesto que no lo vio en su lugar. Al reponerse se precipitó violentamente a la calle sin explicarse lo sucedido, buscando a Pepe en los alrededores, A unos cuantos pasos vio fuera del automovil a los padres de Toño, al propio Toñito y a Pepe que lo esperaban sonrientes. Vio a su hijo incorporado, derechito, erguido y feliz. Pepe le tendió los brazos y corrió hacia su padre, aquel buen hombre que un buen día se había regenerado. Volvió a llorar de alegría, recibió a su hijo de rodillas y lo abrazó amorosamente. Luego, al comprenderlo todo, así, sin levantarse; así de rodillas, se acercó a la mamá de Toño y le besó la mano, luego abrazó de las piernas al papá y llorando a lágrima viva, les dio las gracias.

Ha trascurrido ya algún tiempo, el padre de Pepe, convertido en un hombre de bien, de gran inteligencia y de buena presencia, ha sido llevado a trabajar a una de las empresas del papá de Toñito, su comprobada capacidad le ha hecho llegar a ocupar el puesto de Jefe de Personal. Los días seguían pasando tranquilos hasta que en uno de ellos, el destino intervino de nuevo y fue colocando a cada quien en su lugar, acomodando las piezas de aquel rompecabezas familiar que estaban fuera de su sitio. Ese día especial, por la tarde, una hermosa dama se presenta con la secretaria del Jefe de Personal, pidiendo ser recibida por él, con el fin de solicitar trabajo, se sabía competente para cualquier trabajo de oficina. Unos momentos más tarde, la recepcionista le indica que puede pasar, que el Jefe va a recibirla. La dama llegaba ya a los cuarenta años, se dejaba ver en ella a una mujer elegante y segura de si misma, abrió la puerta del privado y entró decidida. Ese es el momento en que el destino, tal vez por algún mandato divino, puso frente a frente a aquellos dos protagonistas del rompecabezas. Había avanzado hacia el interior del privado tan solo unos pasos y se detuvo estupefacta, no podía creer quien era el que estaba frente a ella. Pensó estar soñando o estar viendo un espejismo. Aun dudando de fuera quien pensaba, que solo era una persona de gran parecido, recordó de inmediato al amor de su vida, a aquel hombre que aún amaba a pesar de tan prolongada ausencia, eran más de diez años y seguía presente en ella. Frente a ella estaba un hombre, su hombre, al que siempre había querido y tuvo que dejar por causa del vicio incontrolable de él, pero que jamás había podido olvidar.

El padre de Pepe, que lentamente se había levantado de su silla, también había enmudecido, allí, estaban los dos solos, en aquella oficina se habían encontrado ahora dos seres que se anteriormente se amaron y que empujados por la circunstancia se separaron, aun cuando mediaba entre ellos un hijo.

No se dijeron nada, como movidos por un dispositivo electrónico, los dos avanzaron a encontrarse cada vez más juntos, lentamente, mirándose a los ojos silenciosamente. Con los nervios deshechos, se dieron un abrazo y se abrazaron con fuerza como si los dos pensaran lo mismo, que ahora no haya manera de que se escape mi amor de siempre. Juntos hoy estaban y así estarían, lo juraban los dos en silencio, juntos de nuevo estaría por siempre y para siempre.

Después todo fue alegría y confesiones, muestras de arrepentimiento, solicitudes de perdón. Acordaron formar de nuevo un hogar, aquel que por incomprensión y falta de voluntad había destruido. Reaccionando los dos en el recuerdo, pensaron ambos en el hijo que procrearon hacía ya diez años, ella preguntó por su hijo, al que realmente solo lo tuvo unos cuantos meses. Él, fue narrándole todo lo sucedido en aquellos diez largos años de ausencia. Todo fue dicho; las dudas despejadas y juraron iniciar sin rencor una nueva vida los tres. Sabían que lo lograrían y tratarían de dar a su hijo la felicidad que por su culpa le había sido negada. Salen de la oficina abrazados causando el asombro de la recepcionista a quien de inmediato le dijo su Jefe, ella es mi esposa y vamos a recoger a nuestro hijo a la escuela.

A la salida del colegio, Pepe caminó contento hacia donde siempre lo esperaba su papa, pero su desconcierto fue enorme al verlo abrazando a una mujer. No la conocía, pues era muy pequeño cuando su madre se alejó de él, sin embargo, algo en su corazón le avisaba que aquello no era cosa de la casualidad, comprendió que ello tenía algún significado y llegando ante ellos, demando una explicación.

Pepe necesitaba asegurarse de lo que suponía, necesitaba saberlo todo y su deseo fue cumplido. Su madre se arrodilló y lo tomó en sus brazos llorando de alegría mientras su papá le decía con palabras entrecortadas, que ella era su madre y emocionado, también se arrodilla abraza a los dos tiernamente. Varios minutos pasaron sintiéndose ahora sí, una familia unida.

Ya en su casa, Pepe aprovecho que sus padres estaban ensimismados uno con el otro y salió silenciosamente a la calle para encaminarse hacia su banqueta, aquel lugar en donde había pasado casi por completo su diez años de vida. Allí estaba de nuevo pero totalmente curado, parado sobre sus pies, erguido y feliz; ahora la vida le sonreía, sabia que alguien le había ayudado, por eso se encaminó a ese lugar, para poder pensar con claridad; era un impulso maravilloso, el sentía la necesidad de dar gracias a alguien y no precisamente a su amigo Toño. De pronto miró hacia arriba, muy arriba, recordaba muy claro que cuando la pelota había ido a dar a sus manos, nadie, ni un alma estaba cerca de él, ni pasado a su lado, lo recordaba claramente; entonces, volvió a mirar hacia arriba, muy hacia arriba y en su cara de dibujó una hermosa sonrisa de niño al ver en el cielo, una luminosa estrella, posiblemente en la que habitaba Dios y desde donde le había mandado la pelota.
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
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