Era la puerta más grande que nunca pude imaginar. Y allí estaba yo, solo, y en un silencio total... Débilmente la golpeé al principio, después, y ante el frío que se hacía más y más crudo, cogí una piedra y con todas mis fuerzas empecé a tocar la maldita puerta. Sin embargo, nadie me abrió. "Quizás la casa esté abandonada", pensé. Saqué el papel en donde estaba anotada la dirección de la casa de dios, y la leí, luego, leí lo que decía en la puerta, el número, y sí, esa era la casa, la bendita casa que parecía, nadie me abriría...
La angustia me ahorcaba y pensé que quizás yo no era tan santo como imaginaba, quizás había pecado en exceso, y por más que hubiese tenido un océano de piedad, parecía que no fuese suficiente como para limpiar todas mis mezquindades. En aquel momento pensé en regresar a mi infierno.
Allí, mi vida a veces era desgraciada, y otras, bastante mediocre, y muy de vez en cuando sentí felicidad, sobre todo cuando no hacía más que mirar a la gente, las casas, y en general las observaba surcando por mis narices sin importarme el tiempo que durasen… Pero, cuando descubrí que yo era un sagrado vago, de esos que no saben hacer nada mas que pensar en tonterías como el amor, la amistad, sabiendo que el lugar en que me tocó vivir, el cupo de los seres felices ya estaba cubierto, y sólo quedaba espacio para los demás… (aquel tipo de vida no me agradaba), decidí que debía seguir mi propia naturaleza, o sea, ser un vago... y buscar un lugar al lado de dios.
Quizás fue mucha gracia haberme encontrado con la dirección exacta, pero así ocurrió. Recuerdo que estaba sentado en el suelo cuando un buen señor me dio unas monedas para comer y comprarme un poco de ropa. Le agradecí, y cuando estaba por entrar a un comedor encontré a cinco niños que no tenían qué vestirse ni donde comer. Sentí piedad y les di todas mis monedas. Ya estaba regresando al parque para buscar en los tachos de basura un poco de comida sobrante cuando vi que un pobre perro estaba por ser atropellado por un auto que parecía ir hacia el infierno. Sentí que podía coger al perro antes que lo atropellara el auto y así lo hice. Desde aquel día, aquel perro no dejó de seguirme a cualquier lado que yo fuese. Hasta que una tarde en que hacía un frío increíble, sentí que el perro se moría. Me dio tanta lástima que tuve que arropar al perro y acostarme con él. Pero fue inútil, pues a la mañana siguiente el pobre animalito estaba bien muerto…
Y allí empezó este camino tan extraño, pues cuando estaba enterrándolo, un montón de perros se me acercaron y comenzaron a aullar por casi una hora, provocando que muchos vagos y gente piadosa se acercaran hacia la tumba del perro, cubriéndole con muchas de flores… Fue tan extraño y tan lindo que pensé que estaba en el cielo, acompañado de todos los ángeles, me sentí feliz en esos momentos… Luego, cuando todos comenzaron a irse, yo me quedé un momento mas, es que no tenía adónde ir. De pronto, un grupo de palomas cayeron sobre mí, tirándome una hoja muy blanca y especial: era la dirección de la casa de dios, con una nota escrita con letras doradas, diciendo: Invitación.
Y así fue como después de caminar por lugares solitarios, encontré esta especie de monte en medio de un frondoso bosque poblado por pequeñas casuchas de madera, hasta llegar a esta casona o palacio con la puerta más grande que he visto en mi vida. Quizás sea estúpido decir que comencé a sonreír en la puerta de la casa de dios, pero fue así... Mas tranquilo, me paré y comencé a descender, o algo por el estilo, rumbo hacia mi vagabunda vida. De pronto, sentí como una tibia brisa pasando por mis narices y escuché una especie de bellos coros que circulaban por mis oídos. "El cielo", pensé. Volteé y vi que la puerta de la casa de dios se abría con gran lentitud, mientras que una luz dorada brotaba como si dentro estuviera el mismísimo sol... En verdad, para mí fue demasiado faustuoso, y por ello, fui corriendo hacia la bendita puerta y con todas mis fuerzas, y antes que se siguiera abriendo, la cerré para siempre.
No sé por qué me sentí como si me hubiera quitado un peso gigante de encima y, con esos sentimientos, y aquel frío maldito, comencé a retornar al infierno de donde había salido... Pensaba en mis amigos que hacía mucho no visitaba, en mi familia que nunca dejaba de discutir, ellos, eran evangelistas y no había un instante en que no me hablaran del camino y la casa de dios... Me paré en seco y me fui a perder por todas las calles de mi infierno.
Surquillo, Enero del 2005