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La tía Rita era una mujer de lo más peculiar.
Poseía una espalda curvada, con la cual aparentaba una edad de lo más avanzada. Joroba que le hacía un cuerpo semejante, al caminar, al de una pobre grulla sin alas.
Sin embargo, no era aquello lo más singular. Todo el mundo comentaba que la tía Rita sufría de espasmos y que, por ello, el cuerpo parecía habérsele partido en cuarto y mitad.
La tía Rita era una mujer de lo más “especialita”. Su hermana decía que era alérgica a la letra “i” y que, por ese motivo, vivía en un sin vivir. Si la nombraban, estornudaba, y si estornudaba…de nuevo, el cuerpo entero otra vez le temblaba: ¡aaachís! La pobre Rita ya no sabía, cómo de aquel castigo escapar podría:
– «Ji, ji, ji…» –Carcajadas de señoras y señores…
– « ¡Piii! ¡Piiii! » –Sonido de coches en calles y callejones…
– «Din, don…Din, don… » –Repiques de campanas y relojes…
¡Quiquiriquí!…De la mañana a la noche, la tía Rita se encontraba inmersa en una extraña danza (compuesta de muecas curiosas y muchos temblores) que parecía no tener fin. Hasta que un día la hermana de Rita, ideó una manera de acabar con la caprichosa alergia en torno a aquella letra tan estrechita.
Acordándose de que su hijo Martín, tartamudeaba y se atragantaba con la misma letra “i”, decidió hurtarle la vocal a su hermana, para ponerla en el abecedario del pequeñín. Presurosa, acudió al Consejo superior de los nombres de todos los reinos. En él, las personas más sabias acuñaban en madera elegantemente tallada, todas las letras del abecedario en el Casillero Oficial de todos los niños y niñas, conforme aprendían a hablar, leer y escribir.
Una vez informados del caso de su hermana Rita y de su hijo Martín, todos los sabios y sabias del consejo, acordaron conceder al pequeño, la vocal que tanta alergia le había provocado a su tía. Y, finalmente, tallaron a Martín, muy cuidadosamente, la dichosa letra “i”.
La «hermana Reta», como la llamaron a partir de entonces, pudo al fin relajarse y vivir feliz, y Martín pudo de una vez pronunciar la “i”…
¡Achís!
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