Johnson fue relevado de su puesto de vigilancia por su compañero Smith. Ambos trabajan en la Gran Entidad, una simple biblioteca pública para el común de los mortales pero para los expertos La Última Alternativa. El espionaje, el contraespionaje y los sofisticados métodos que se emplean para descubrir los secretos del enemigo, han obligado a tomar todas las precauciones del caso. Entonces se optó por construir una fachada a la que todo el mundo tuviese acceso. ¿Sospecharía usted, por ejemplo que en el Mac Donald de la esquina de su casa, se esconde un reducido arsenal atómico? En TLA para que se sepa y no se lo cuente a nadie, en pleno corazón de NuevaYork, está el terminal de una intrincada red de artefactos nucleares que distribuidos por toda la faz de la tierra y en caso de ser detonados, destrozarían nuestro planeta en lo que dura un abrir y cerrar de ojos. Y quienes vigilan este mecanismo son precisamente Johnson, un afroamericano de dos metros de altura que labora de 21 a 6 de la mañana y Smith, un viejecito calvo y enjuto que cubre el resto de la jornada. ¿Podremos dormir tranquilos ahora, sabiendo que basta un ligero error, un segundo de enajenación, para que sin tener velas en este entierro, un enorme estruendo nos despedace y nuestros restos salgan despedidos por el espacio sideral? Asimismo, ninguno de los puntuales lectores de la biblioteca siquiera sospechan que mientras hojean las satinadas páginas de un gran clásico de la literatura, a pocos metros de ellos existe un sistema de conteo que a los diez segundos acabaría con sus cotidianos sueños.
Esa noche Johnson había tenido una fuerte discusión con Rebeca, su novia y cuando se despidió de Smith, ni siquiera intercambiaron algunas palabras sobre la Liga Mundial de Béisbol. El negro, pese a la prohibición expresa de consumir alcohol en el puesto, extrajo de su bolsillo trasero una de esas botellitas aplanadas de Whisky y se bebió un largo sorbo. Luego, encendió la TV y se arrojó sobre un diván cama para ordenar sus ideas. A las cuatro de la mañana, se levantó para practicar su juego favorito. ¿Cuál es esa diversión? Se preguntarán ustedes. Erícenseles los cabellos: el famoso jueguito consiste en activar el contador de TLA, diez, nueve, ocho, siete y mientras transcurren los segundos, Johnson divaga y sueña que en escasos segundos sus problemas con Rebeca estarán resueltos y afloja sus brazos que caen a cada lado del diván y sus enormes manos que rebotan en el suelo alfombrado, cinco, cuatro y usted que seguramente está roncando a pierna suelta y ni se imagina que en segundos sí que estará su pierna suelta, asimismo sus brazos, su cabeza y….tres, dos…y en ese preciso instante, la tarántula azulosa que es la mano izquierda del negro, detiene el mecanismo y lo devuelve a cero. Usted respira aliviado, no por este ademán sino porque en sus sueños superó una peligrosa caída al vacío que ni se compara con lo que pudo haberle realmente sucedido. Al día siguiente, aparece Smith, con su diario bajo el brazo, sonriente como casi todos los vejetes insignificantes, palmotea la espalda de Johnson y le desea un feliz descanso. El negro masculla un simple bye y se aleja arrastrando su sombra que es muchísimo más clara que él. Por extraña coincidencia, el viejo, aparte de los crucigramas, las carreras de caballos, el pool, el béisbol y el básquetbol, también gusta de jugar con el aparentemente inocuo sistema del TLA. Y mientras se imagina que Sanders, la estrella del Chicago Bulls, va eludiendo rivales en una escapada irrefrenable hacia el cesto contrario, activa el contador, diez, nueve y el basquetbolista que se detiene en seco mientras un oponente pasa de largo, engancha y prosigue, seis, cinco, cuatro, está a pasos del aro, aún se da maña para eludir a otro rival, tres, dos, dispara y encesta décimas de segundos antes que el viejo Smith detenga el conteo y lo ponga nuevamente en cero. Entretanto, Linda Preston estudiaba un grueso tratado de Ontología, Phillips correteaba por el alfombrado césped del Central Park y usted entreabría su boca para saborear ese delicioso Hot Dog del mediodía. Eyes that don´t see, heart that does´nt feel (Ojos que no ven, corazón que no siente) ¿No es verdad?
Esa tarde Johnson recompuso sus relaciones con Rebeca y ambos salieron a caminar por el centro de Nueva York, riendo, jugueteando, vitrineando y por último yéndose a hacer el amor en la modesta vivienda de la mujer. Después de las seis de la tarde y saciados todos los instintos, el negro encendió un cigarrillo y lo degustó mientras entonaba las notas de un spiritual que se difundía melancólico a través de su garganta de barítono.
Esta noche estuvimos a dos milésimas de segundo de la catástrofe. El negro, pletórico de dicha, encendía una y otra vez el TLA y a cada momento batía sus propios records al compás de sus melancólicas melodías que hablaban de hogar, de hijos, de vida familiar. En la tarde había decidido casarse con Clara y seguramente serían sus últimas noches en este arriesgado oficio. Muy pronto emigrarían a Oklahoma, en donde Rebeca poseía una granja que había heredado de su tía y allí reiniciarían una nueva vida. EL negro se bebió las últimas gotas de licor y encendió una vez más el contador del TLA. Nueve, ocho, siete, un hijo, dos, una hermosa casita, seis, cinco, una vida idílica…..riiiiing, suena el teléfono, Johnson, instintivamente apaga el contador. Es Rebeca que se ha desvelado y que desea escuchar su ronca voz de negro feliz. –My love, my love, la negra es todo caramelo y gime y se deshace en requiebros y Johnson, satisfecho y feliz, le sigue el juego y hacen el amor por teléfono durante dos horas. Todo está decidido, mañana Johnson presentará su renuncia al trabajo de nochero y emprenderá el viaje junto a su amada. Y para celebrarlo, por última vez encenderá el contador del TLA y dejará correr los segundos al ritmo de su corazón regocijado. … tres, dos, uno, nada………………….
Una explosión ensordecedora, una luminosidad de estrella nova y la tierra, vista desde el espacio es una triste esfera llameante………………………………
Acaso si Rebeca no hubiese llamado…acaso si la tarántula frenética hubiese puesto el contador del TLA en cero… acaso…acaso…ocaso…