LA VENTA
Mientras me disponía a almorzar, el recuerdo del pasado me vino a la mente, viendo como mi añorada madre, me preparaba una merienda especial, compuesta de una rosca de pan con aceite, canela y azúcar.
Este recuerdo me trasladaba a mi infancia, por lo tanto me quede algo nostálgico al pensar en aquellas lejanas tardes. Cuando al salir de la escuela y llegar a casa, mi madre me preparaba este tipo de meriendas, que la mayoría de veces consistían tan solo pan y poco más, mientras me decía con voz cariñosa.
–Ayúdame con el capazo de la ropa hijo, que nos vamos a la Venta. –así era. En aquella época se iba a lavar a los lavaderos municipales o a las acequias.
En este lugar recuerdo que siendo muy pequeño, en verano mientras las señoras lavaban, mi madre me metía dentro de la acequia para que tomar el baño. El resto de las mujeres querían gastarme la broma incitándome a buceara, y yo en mi ignorancia les decía que había mucha cantidad de agua, aunque tan solo me llegaba hasta la rodilla. En ese momento llenaban los pozales las mujeres, vaciando el contenido en el camino, haciéndome ver que la acequia había perdía caudal. De esta manera conseguían que a malas penas y durante un breve segundo, sumergiera tan solo la cabeza.
Para llegar hasta la Venta se debía caminar como unos veinte minutos, cargados con el capazo de ropa sucia más el pozal de metal, que llevaba en su interior todos los complementos necesarios para adquirir una digna limpieza.
Camino abajo se llega al rio y en su mismo costado se encontraba la Venta, donde había un lavadero municipal.
Se decía que en tiempos antiguos en este lugar hubo una posada, que daba albergué a los caminantes y viajeros que por el lugar pasaban. Era sitio de descanso para las personas y abrevadero de animales, tales como ganado o caballería, que desde otros lugares cruzaban el río con destino hacia las poblaciones contiguas.
También en algún momento de su historia como tal, pudiera haber sufrido un movimiento sísmico que lo destruyo como posada, quedando solo el abrevadero. Posteriormente en el sitio se construyo un lavadero, para servicio del asentamiento morisco, que de alguna manera dio origen al pueblo.
Todo esto eran suposiciones o quizás verdades, desde niño siempre lo escuche decir a los mayores y estos a su vez, a los que eran más viejos que ellos. Lo que sí se cierto y recuerdo perfectamente, al igual como las mujeres se acercaban a éste lugar a lavar la ropa, también hasta allí iban los hombres con la caballería cargada de aguaderas y cántaros, para llenarlos en la fuente que manaba a la derecha según se bajaba.
Luego de regreso al pueblo, si alguna mujer había terminado de lavar, cargaban encima del animal los capazos llenos de ropa mojada, ayudando de esta forma a las señoras, a transportando la carga hasta el pueblo. También los pastores acercaban sus rebaños a beber y pastar por el río, puedo garantizar que el lugar se prestaba para el concurrir de gente.
Cuando venia Pascua era el sitio preferido para todos, cuadrillas enteras de jóvenes, chicos y chicas formaban su peña. Las chicas y mujeres con sus pañuelos en la cabeza, y los chicos y hombres ataviados de gorras, todos al río a pasar el día, no hacía falta llevar agua ya que la del río era perfectamente potable. Aparte de este medio de abastecimiento había en el lugar unas cuantas fuentes estupendas, tan solo se abastecían de vino y algún refresco de papel, que mezclado con agua, resultaba ser bastante agradable.
Los enamorados aprovechaban el camuflaje que les proporcionaban los juncos y callares, para hacer manitas, y si había suerte darse un beso o revolcon, eso sí. Sin descuidar la vigilancia, con cauteloso rigor por temor a ser descubiertos.
También río arriba estaba la fonteta “L´Hom”, que era en donde empezaba la acequia, y un poco más adelante había otra fuente llamada, “la fonteta de la tía Julia”. Supongo que de ésta poco quedara, la verdad es que no lo se cierto, debido a que hace bastantes años que no me acerco de por allí.
En todos estos sitios que difícil era en cualquier hora del día, no encontrarse con alguna o varias personas conocidas. Sin embargo la fonteta L’Hom aun existe en el mismo lugar y el agua fluye como siempre.
Una vez yo y un amigo bajamos a este paraje, con la intención de ver si encontraba a mi padre, mi madre me dijo que se había ido a pescar. Sin pensarlo demasiado decidí acercarse a ver si lo podía hallar, ya que mi padre era aficionado al deporte de la pazca.
Por aquel entonces solía llover mucho y por allí el río hacia grandes crecidas, arrasaba todo lo que encontraba a su paso, arrancando chopadas de cuajo, era impresionante presenciar el espectáculo proporcionado por el rio desbordado.
Una vez yo y mi amigo en L’Hom, nos vimos incapaces de cruzar la acequia como teníamos previsto, era de tal magnitud la riada, que hasta incluso quedo inundada la fonteta. Mi amigo era un poco mayor que yo, y al presenciar el problema surgido me dijo:
–Si vamos por encima de la baranda de la acequia, igual encontramos a tu padre.
–En se caso deberemos cruzar la acequia y no sé nadar. –le conteste.
–No creo que nos cubra, por otra parte como hace calor, nos podríamos quitar la ropa y cruzar.
Eramos tan solo niños y me pareció la idea acertada, empece a quitarse las alpargatas y cuando quise hacer lo mismo con el jersey no pude, no sabía cómo deshacerme de esta prenda de ropa. Entonces contaba con la edad de seis años y mi compañero tenia ocho.
En el paso del tiempo estaba seguro que cada cual nace con su destino marcado, ahora en la actualidad lo creo firmemente, al igual que cada cual tiene su ángel de la guarda, que nos protege de la infinidad de peligros que durante toda la vida estamos expuestos y por culpa de la incredulidad, la mayoría no se dan cuenta. Como yo en ese día, que ahora a mis sesenta años aún recuerdo a la perfección, como si me hubiera pasado anteayer.
Mi amigo viendo la dificultad que tenía en quitarse semejante prenda, me dijo que no hacía falta despojarme del jersey, tan solo con quitarme los pantalones sobraba.
De repente se escucho entre los chopos una potente voz que decía:
– ¡Alto insensatos! –apareciendo al instante un hombre como si por arte de magia fuera, al cual ninguno de nosotros conocíamos, por nuestra corta edad no conocimos a mucha gente.
El señor nos hablo muy enfadado, recuerdo perfectamente que decía
– ¿Qué vais hacer?. ¿No os das cuenta qué pasa mucha agua y podéis ahogaros? –estas palabras aún siguen sonando en mis oídos, en aquel entonces no comprendía nada, ni sabía lo que significaba ahogarse–. Salid de dónde estáis inmediatamente, cuando vea a vuestros padres ya se lo diré y que os dé una buena paliza>>.
En ese momento ante una voz tan potente y enfadada, me asuste. Me puse las alpargatas rápidamente y salí corriendo camino arriba, intentando llegar lo más pronto posible a mi casa, pensando en la azotaina que me iba a dar más bien su madre, que le gustaba castigarme con algún que otro cachete. No recuerdo cómo se llamaba el hombre, para mi ahora cuando lo pienso, en ese momento fue mi ángel de la guarda, que me salvo la vida cuando tan solo contaba con seis años.
Mi amigo de la infancia no tuvo tanta suerte, después de sufrir una niñez compleja y fallecido su padre. Su madre vendió todos los bienes heredad dos, y se fueron a vivir a la capital.
El pobre después de varios fracasos sociales, se junto con malas compañías, cayendo en el fracaso que supone la mala vida. Una madrugada hizo la policía una redada, y después de una larga persecución, le pegaron dos tiros a bocajarro, quedando muerto en medio de una calle.