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LAS GOTAS DE AGUA

A mi abuela, la médico-cirujana
Ma. del Socorro Abrego Rico,
en memoria.

Abrió los ojos, levantó la mirada hacia el techo. Empezó a escudriñar las gotas de agua que se filtraban y que poco a poco empezaban a inundar el cuarto. Asustada volteó a ver a Lucha, quien seguía dormida en su cama...
Entró en un sueño profundo. Abrió los ojos al escuchar el ruido del despertador. La casa se agitó con las labores domésticas matutinas. Las tortillas para la carne y el chocolate de Oaxaca, como siempre, cada mañana eran preparados por las mujeres de la casa, mientras el padre cocinaba la carne. Abruptamente y a escondidas, la mitad de la taza del oloroso líquido fue expulsado por el fregadero, con temor de llegar tarde a la facultad.
Tomó el tranvía que la llevaría de la Colonia Roma al “Centro”. Caminó como otros tantos estudiantes hasta la Plaza de Santo Domingo. Era una época en la que el ir adecuadamente vestido, y con el reglamentario sombrero era importante para todos aquellos que se decían tener “educación” como los jóvenes universitarios. Entró en la famosa “Casa Chata”, su Facultad de Medicina, la antigua Inquisición. Subió las soberbias escaleras y entró al aula.
Casi al medio día, mientras algunos de sus compañeros y una que otra estudiante iban al cine a ver la última cinta de Bette Davis o Greta Garbo, ella prefería estudiar uno de los anchos tomos de anatomía humana en su hora libre, en el silencioso anfiteatro que estaba en el último piso del edificio. En la puerta, un hombre como “zorro plateado” por las canas y vestido impecablemente, la esperaba. Ella le tomó el brazo y se dirigieron hacia la calle de Antonio M. Anza. Se bajaron del tranvía, caminaron y entraron a la casa. Los guantes y los sombreros se dejaron olvidados en la mesa, mientras se terminaba de preparar la comida.
La tarde transcurrió sin problemas. Los ocho hijos le ayudaban a la madre con las labores domésticas. Un problema cardiaco la imposibilitaba. La hija mayor después de hacer su parte, reanudó su estudio. Ciertas patologías del área de la gastroenterología eran su objeto de investigación. La noche llegó y la madre sirvió la merienda. Después la casa volvió a estar en calma, el baño y la cocina hasta el fondo, separados únicamente por una cortina. En la entrada, la gran mesa rectangular flanqueada de un sinnúmero de sillas y alrededor, las camas. Ni un ruido se escuchaba, probablemente en la lejanía se oían las pisadas del “sereno” o de algún transeúnte.

Desde lo alto del primer piso, una mirada vio como atravesaba el patio de la facultad. Al subir la escalera y casi al final de un corredor se encontró con Manuel Velazco Suárez, se saludaron y juntos vieron a lo lejos al médico Mario Torroella. Se sentaron y empezaron a estudiar temas de neurología, área de la medicina que se le facilitaba al joven Manuel. Era una hermosa mañana de 193... y Socorro disfrutaba del sabor de un helado y de la compañía de su amigo. Parecía que por un momento el tiempo se había detenido y el futuro se veía muy lejano, en ese momento nadie se preocupa por él, sólo importaba el presente y el interrogatorio del profesor sobre el funcionamiento del sistema nervioso central.
Pasaron los días, abrió los ojos y se topó con la mirada de su padre, hombre serio y firme. Con el tiempo él se volvería casi un símbolo de su idolatría. El susurro del rezo de las vísperas y el rosario era interrumpido sólo cuando él dirigía tales tareas religiosas y llenaba el aire con una voz fuerte y áspera. Socorro seguía sin problemas las oraciones, posiblemente al mismo tiempo que pensaba en las infinitas posibilidades que las almas tendrían al estar en el cielo, en el tan anhelado cielo... Sólo en tales momentos la futura médica dejaba de pensar en todas las cosas que tenía que memorizar, comprender y practicar para ejercer ejemplarmente su profesión.

Socorro abrió los ojos, levantó nuevamente la mirada hacia el techo. Empezó a escudriñar las gotas de agua que se filtraban y que poco a poco empezaban a inundar el cuarto. Asustada y con sus ojos grandes bien abiertos volteó a ver a Lucha, quien seguía dormida en su cama. La desesperación se apoderó de ella al sentir que el agua la podía ahogar, pues faltaba poco para que cubriera la superficie de la cama. La encargada entró y revisó a Lucha, quien seguía durmiendo. Se dirigió hacia Socorro, la vio y la tocó. El agua había desaparecido y al poco tiempo entró mi mamá, la cual acababa de llegar, como casi todas las mañanas. Al darse cuenta, la noticia se propagó entre la familia y Socorro ni se enteró de lo que ocurría. Ella abrió los ojos, pero esta vez no había nada, ni agua... ni techo... ni cielo... nada, sólo una obscuridad total. La cual se transformaría en las representaciones mentales a las que estaba acostumbrada y que eran parte de su cotidianeidad y que por varios meses serían su mundo. Muy pocas personas se enterarían de esto, ya que la mayoría de sus familiares y amigos pensaban que ella debía estar junto a San Pedro, rodeada de ángeles y almas buenas. En ese ya mencionado mundo o dimensión estaba atrapada y terriblemente aburrida. Como están las almas al creerse vivas, a pesar de que el cuerpo ya no exista y tan sólo sea un recuerdo... como las gotas de agua del techo.
Datos del Cuento
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