Eran unos 10 policías vestidos de civil, fuertemente armados. Llegaron cautelosamente empezaron a subir por los enrejados y a posicionarse en lugares estratégicos Algo grande estaba por ocurrir. Antonio, Ingeniero Químico de profesión, lo desconocía, las copas de más no le permitían percibir la gravedad del asunto. Elia, su esposa, quien lo esperaba impaciente en el hogar, tampoco; mucho menos Mariana, su amiga de infancia, quien ahora era camarera de aquel bar. Los Policías se petrificaron. Elia estaba incómoda y desesperada, -Antonio nunca llegaba tan tarde-. Reían a carcajadas por cualquier chiste de un parroquiano borracho. A las 01:00 de la madrugada Elia tomó una decisión, Antonio también. Se despidió de Mariana y se fue a casa donde descubrió que sus llaves no encajaban en los nuevos candados. Sin más opción volvió al bar, le contó a Mariana lo sucedido y le pidió que le dejara dormir en su casa por esa noche.

Durmió plácidamente en el sofá del salón principal hasta las 6:00 A.M, cuando fue despertado violentamente por las bocas de dos fusiles Máuser que apuntaban a su cabeza. Lo llevaron encadenado frente al Fiscal General, quien no encontrando lógica alguna en su declaración lo envió al Tribunal Criminal, acusado junto a los demás de asesinatos, robos y asociación de malhechores.

Elia repuso los candados y aún espera... lo espera.

JOAN CASTILLO
12-04-2004.