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Categoría: Románticos

LOS MENSAJES I

Se paseaba por el patio de su casa dudando en llamarle. Quiso encender un cigarro pero la detuvo la promesa que le había hecho a su hijo de ya no fumar en casa. Decidió comenzar a hacer la comida esperando que la actividad terminara por desviar sus pensamientos, sin embargo, no tardó en darse cuenta de que no era posible quitarse de la mente la duda de hablarle o no. Pensó que mejor le enviaría un mensaje como tantísimas veces antes, pero sabía que el problema se tenía que arreglar, sino personalmente, sí de viva voz. “¿Qué estará haciendo ahora?¿Estará en el trabajo o en su casa?¿Y si le hablo y me contesta su esposa?”. Tantas preguntas, repetidas una y otra vez. Preguntas a las que no encontraba respuestas y solo hacían aumentar su desesperación por saber de él. Recordó el motivo de su enojo. Esa discusión que los llevó por caminos equivocados y de los que no podían salir bien librados ni uno ni otro. “¿Porqué siempre le haces caso a esa chingada gente y no a mí?¿Porque no me tienes confianza de que solo te necesito a ti a mi lado y a nadie más?” gritó él en el momento más álgido de la discusión. “Tú tienes la culpa por andar con toda esa gente” contestó ella en el mismo tono altisonante queriendo no dejarse intimidar. Él nunca le había gritado así y no tenía porque dejar que lo hiciera. La discusión pareció llegar a su fin en el momento en que lentamente suspiró, le dirigió una mirada triste mientras le decía “Piensa bien qué es lo que quieres. No puedo ya estar peleando contigo porque la gente te dice cosas que no son ciertas”. Sacó las llaves de su auto y dirigiéndose una vez más hacia ella le dijo “Cuídate mucho. Te amo”. Se dio media vuelta y se fue. Nunca se había despedido de ella sin un beso y esta era la primera vez que pasaba. “Porqué no le dije nada? ¡Por pendeja! Pensaba. “Además él también tiene la culpa porque ya le había dicho que no le hablara nadie” se decía como para disminuir la culpa que se tenía por haberlo hecho enojar así.

Eran como las tres de la tarde cuando decidió hablarle. Salió de su casa buscando un teléfono de tarjeta. Pasó a la farmacia y compró una ya que no recordaba cuánto crédito le quedaba a la que tenía. No quiso llamarle desde su celular por si contestaba su esposa y tuviera que colgar. De esa manera no podría identificar quién había marcado. Llegó al teléfono. Sudaba y temblaba de nervios. Descolgó y marcó el número. Escuchaba el sonido característico de llamado. Al escuchar que contestaban su pulso se aceleró más y se molestó por escuchar la grabación que decía ”… está ocupado o se encuentra fuera de servicio …”. Colgó y quiso darse media vuelta pero se arrepintió. Lo intentó de nuevo con el mismo resultado. Pero esta vez algo la impulsó a marcar hasta que alguien le contestara. En la sexta marcación, cuando ya se iba a dar por vencida, contestaron “¿Bueno?” y colgó. Se molestó todavía más. “Pinche menso ¿porqué no contestó? ¿porqué tenía que contestar ella? y regresó a su casa.

No podía ocultar su enojo. Su hijo se dio cuenta porque ya llevaba tres cigarros fumados y uno de ellos dentro de la casa. Después de pensarlo mucho, decidió hacer un nuevo intento, solo que esta vez no iba a ir hasta el pinche telefóno para que al final contestara ella. Esta vez le enviaría un mensaje, pero ¿qué escribirle para que si alguien más lo leyera no se diera cuenta? Después de mucho pensarlo se decidió al fin: “QUE HACES WEY” y lo envió. Espero unos minutos y como no recibió contestación, mandó el mismo mensaje. Volvió a esperar. Como no hubo respuesta, apartó el celular y salió al patio a fumar su cuarto cigarro. Estaba a punto de encenderlo cuando escuchó el sonido del celular al recibir un mensaje. Lo abrió y leyó “NADA Y TU”. Esperaba lago más. No era normal que le escribiera tan pocas palabras. Siempre le escribía cosas que la hacían sentir bien. Le contestó “SIGUES ENOJADO”. Ya no quería esperar más para saber si seguía enojado o no. Quería quitarse esa duda d una vez por todas y pedirle perdón por su comportamiento. Esperó. El sonido le indicó que había llegado un mensaje “¿ENOJADO DE QUE?”. Como la respuesta fue más rápida que el anterior mensaje se apresuró a contestar “DE LO ULTIMO QUE PLATICAMOS”. Mientras esperaba la respuesta encendió su cigarro. Escuchó la llegada del mensaje. Lo leyó “¿DE QUE?”. “Baboso, mil veces baboso ¿cómo que de qué? ¿a qué diablos juegas?” pensaba mientras sostenía con fuerza el celular. Se sintió muy molesta, frustrada, tonta, desilusionada. Tantos esfuerzos por saber de él y salía con sus tonterías. Le escribió “PORQUE TE HACES MENSO. DE QUE TE ENOJASTE POR MI CULPA” y mandó el mensaje. Se paseaba a lo largo y ancho del patio. Fumaba y sudaba con una desesperación que no había sentido antes ¿porqué le contestaba así? Nunca antes le había escrito cosas que no decían nada. Además, en el último mensaje ya había aceptado su culpa ¿no? entonces, ¿qué más quería? ¿que le fuera a pedir perdón de rodillas? ¿y él? ¿no tenía que pedir perdón él también por dar de que hablar a toda esa gente que se la pasaba vigilándolo para ver con quién hablaba, comía o caminaba a su lado? Llegó la respuesta “¿PORQUE TU CULPA?”. Era el colmo. No solo había aceptado su culpa sino que además se hacía el ignorante. No pudo más. Su desesperación era ya muy grande. No esperaba esto de él. Le mandó otro mensaje que le costó mucho trabajo escribir “QUIERES TERMINAR”. No podía creer que le hubiera mandado ese mensaje. Su corazón latía apresuradamente. Ya ni siquiera tuvo ánimos de encender otro cigarro. Sonó el celular. “¿TU QUIERES TERMINAR?” fue lo que leyó. Era demasiado ¿no fue demasiado clara? A ver si con el siguiente entendía “YA NO ME AMAS”. Esperó mientras deseaba que le dijera que si, que olvidaran todo, que ella no le haría caso a la gente, que él ya no diera motivos a la gente chismosa que al parecer solo lo estaba observando para ir corriendo a contarle el chisme. Volvió a sonar el celular. Temblando leyó “¿TU ME AMAS?”. Idiota, idiota, idiota. Le contestó queriendo gritarle al oído hasta dejarlo sordo “SI SI TE AMO”. La contestación tardó varios minutos. Muchos para ella, demasiados. Pero después deseó que nunca hubiera llegado. Lo leyó con mucha sorpresa. Casi rompió en llanto de no ser porque no le dio tiempo ni siquiera de eso. Su mirada de pronto s nubló. Sintió que sus piernas se le doblaban mientras comenzaba a sumergirse en un abismo profundo que la tragaba dándole vueltas y mareándola. Ya no sintió cuando el celular se le escapaba de las manos, que a pesar del golpe, seguía mostrando el mensaje “LO SIENTO. MURIÓ ANOCHE EN UN CHOQUE. GRACIAS POR HABERLO AMADO”.
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 5.49
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