Ayer por la mañana caminaba por las transitadas calles del centro del puerto de Pacasmayo - Transitadas por que a esas horas las señoras van al mercado o al mercadillo y aprovechan el "casual" encuentro para chismear los últimos acontecimientos ocurridos en el pueblo - Iba pensando en las cosas que me estaban sucediendo. Según yo, "la vida me estaba dando con todo"; estaba sumergido en mis lamentos cuando escuché mi nombre apresado por una voz enredada.

- ¡Vvviiiccttor!

Volteé la mirada y descubrí a Lucho León, un abogado amigo mío que sufriera una hemiplegia. Caminaba apoyándose en un lustroso bastón.

- ¡Hooola Lucho!. Le dije.
- Ttee eesssttooyy llllaaammmee y llllaaammeee. Replicó
-Perdona Luchito, no te oí, pero, qué se te ofrece. Me puse a su servicio.
- Ayyuuuddaammmee a ccrrruuzzaarrr aappooyyyadddo eennn ttuuu hhhoombbrrrooo, nnoo mmee accooossssttuummmbrrro aall bbassstóoon. Pidió.

Su mano temblorosa sacudía con fuerza mi hombro y sus pasos torpes ganaban la pista. Me balbuceaba los problemas del día a día, explicándome que por la recesión el litigio estaba escaso y los abogados la pasaban mal.

-¿A dónde vas?. Le interrogué.
- Aa SSaann Peeddrroo, aa mii eestuudiio.

San Pedro es la capital de la provincia de Pacasmayo - No sé por qué - Es un pueblo lóbrego y enclavado en el tiempo, en auto se llega a los diez minutos de partir del puerto. Allí están los juzgados, la subprefectura, La USE (Educación), El Ministerio de Agricultura, Los Registros Públicos, etc. Pero no existe un Banco comercial, ni internet y en su territrorio los celulares simplemente mueren. Luce, eso sí, orgulloso el monumento a José Andrés Rázuri Estevez, sampedrano que en las pampas de Junín cambió la orden de retiro que le ordenara su comnado por la de "ataquen por la retaguardia" y gracias a esa desobediencia se venció al ejército realista y hoy "gozamos" de la república.

- Yo te llevo hasta los colectivos Luchito.
-Graacciaass hherrrmmanniittoo.

Cuando llegamos al paradero faltaba exactamente un pasajero para que parta el automóvil. Aposté a Lucho en su asiento, le recogí su rígida pierna izquierda y luego le acomodé el lustroso bastón sobre sus faldas. Iba a cerrar la puerta y me di cuenta que sus débiles esfínteres no habían controlado la orina y esta se había salido a vagar por su pantalón beige, color que la hacía más notoria. Tontamente miré fijamente la mancha con los ojos muy abiertos, al darme cuenta de mi torpeza levanté la mirada y Lucho, con ojos vidriosos, me hizo un gesto en el cual entendí claramente que me decía "Qué quieres que haga, es la vida"
De regreso a mi casa recordaba lo fuerte y lozano - Igual al lustroso bastón en el que se apoyaba- que fue mi amigo, siempre presto a la cerveza del mediodía para terminar cantando donde la juerga nos llevara.
Al reaccionar percibí que por espacio de dos horas mis problemas se habían difuminado gracias al dolor de Lucho. Miré al cielo y agradecí lo mucho que tengo.