Todas las noches dormía junto a la chimenea. Ése era el único cobijo seguro de la casa, que se enfriaba incomprensiblemente cada vez que oscurecía. Ni la antigua calefacción del edificio ni las placenteras mantas lograban calentar el gélido ambiente. La respiración formaba blancas nubes que se suspendían en el aire hasta que se extinguían y sus huesos tiritaban de la humedad. Mary creía morir cada noche, pero sabía que no podía salir de aquella casa. La Casa la tenía encerrada entre sus paredes. Salir de alli no sería posible en vida. Pero estaba segura de que ni muerta lo conseguiría.
Los maderos lanzaban quejumbrosos lamentos al ser acariciados por el enérgico fuego. Mary se estaba quedando sin reservas de madera para alimentar la chimenea cada noche, y esperaba ansiosa la llegada de su hermano con más troncos. Sabía que éste llegaría en cualquier momento, pese a que hacía varias semanas que no tenía noticias de él desde que partió hacia el bosque. La Casa.
Pero el frío era insoportable y debía salir en busca de su hermano.
"La Casa no me lo permitirá".
Ruidos, ruidos,... Mary escudriñaba el corredor del pasillo esperando a que apareciese su hermano. Pero no, no procedían de ahí los sonidos. Se giró y una glacial corriente le golpeó el rostro. Un escalofrío le recorrió de arriba abajo y le obligó a arrimarse aún más a la chimenea. Tanto, que no se percató de que su camisón estaba envuelto en llamas hasta que ya fue demasiado tarde. El fuego se extendió con rapidez y Mary no pudo hacer nada por evitarlo salvo cerrar los ojos.
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Con temor, Mary empezó poco a poco a pestañear. No sabía cuánto tiempo había estado con los párpados cerrados, y sintió dolor al hacerlo.
Pero lo que vio cuando los abrió le conmocionó. Su hermano estaba allí, entrando por la puerta cargando un buen puñado de maderos. Y su padre, detrás. Mientras, su madre tarareaba una familiar melodía en la cocina. ¿Qué había sucedido?. Estaba en su casa, un resplandeciente hogar lleno de vida. Pero no, aquella estampa sólo podía estar en su mente.
- John, ¿dónde has estado todo este tiempo? -le preguntó a su hermano.
- En el bosque, recogiendo leña. ¿No me lo pediste?.
- ¿Y qué hacen papá y mamá aquí?. ¡Están muertos!.
- Calla, hermanita. Anda, ayúdame con esto, pesa demasiado para mí.
Mary no comprendía nada. Todo era como hacía años, cuando vivían felices. Pero aquello no era posible, algo debía haber ocurrido.
La cena transcurró sin incidentes. Fue una velada entrañable y Mary se acostó con la sensación de estar reviviendo sus mejores años.
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Los primeros rayos de luz la despertaron. La sensación no era agradable y se levantó para cerrar las cortinas. Las agarró y con un fuerte movimiento las unió para lograr nuevamente una oscura habitación. Pero algo le llamó la atención y las volvió a abrir para ver. Sus manos, estaban arrugadas, negras y huesudas.
Atemorizada, se acercó al espejo de su tocador. Para su horror, todo su cuerpo presentaba el mismo aspecto chamuscado.
Recorrió desesperada el largo pasillo y se presentó ante la puerta del dormitorio de sus padres. Sentía pánico, pero debía comprobarlo por sí misma. Abrió la puerta y vio a sus padres en la cama. Él, con un tiro en la sien, y su madre amoratada y cosida a puñaladas. Parecían dormir plácidamente.
- Deberás acostumbrarte a ello -le dijo alguien a su espalda.
Mary se giró y se topó de frente con su hermano. Estaba como siempre, salvo esa horrible cuerda que le colgaba del cuello.