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La Cascada

Era de madrugada cuando el despertador interrumpió mi sueño, el alba aún no despuntaba y si acaso los últimos resplandores de agónicos luceros cintilaban en el poniente horizonte.

La noche anterior habían sido de recuerdos y de planes futuros, alternados unos y otros aunque sin seguir un cierto patrón.

En realidad hacía ya algún tiempo que no tomaba unas vacaciones como por años había planeado. Me encontraba en una cabaña en lo más recóndito de la sierra morelense, mi intensión era alejarme del mundanal ruido e internarme en uno de tantos parajes que en algún libro o revista me había enterado, mi afición por la lectura aunada a una cierta dosis de fantasía habían ido formando mis propias escenografías, mas ahora en la realidad notaba que mi imaginación habiase quedado demasiado corta. El espectáculo que se mostraba al descomponerse la luz irisante del amanecer al atravesar miles de gotas de rocío pendantiles del follaje llegaba a lo indescriptible ante la imposibilidad de reaccionar sin romper el encanto de tan maravillosa vista.

Tras la apacible desaparición de la tenue luz de luna y al levante del sol sobre el horizonte seguía armoniosa sinfonía del despertar de los alados habitantes de los bosques, el atónico chirriar de la hojarasca al paso de los animalitos en busca presurosa de su primer alimento o quizá evadiendo convertirse ellos mismos en alimento de otros más grandes y fuertes.

Al paso de mis cavilaciones, la obscuridad nocturna fue rota por cálido celaje que en armonioso contraluz dictaba el inicio de actividades. Ya en ese momento me había calado la botas de excursionista que exprofeso para esa ocasión hube de adquirir, así como también algunos otros implementos y utensilios.

Durante el rito incondicionado que representa el vestirme, fui recordando paso a paso, todos y cada uno de los preparativos.

Una semana antes aproveché un día durante la tarde para visitar “Deportes Martí”, establecimiento dedicado a la venta de toda clase de implementos para cualesquier deporte o actividad excursionista o exploratoria.

¡Vaya que si se le van a uno los ojos de ver tantos accesorios!, la verdad es que materialmente mi mano izquierda tuvo que detener a la derecha porque de otra manera las firmas avalando los bouchers de la tarjeta de crédito hubiesen alcanzado a disponer del lejano aguinaldo y eso que apenas estabamos en febrero.

La sensación de soledad ya la había experimentado en anteriores ocasiones, mi gusto por el excursionismo era solo comparable con mi ermitañesco egoísmo a explorar solo con mis pensamientos cualquier meta que me hubiese forjado a partir de alguna descripción literal. Tenía en mi haber varias ascensiones a los volcanes, exploraciones al Cañón del Sumidero, caminatas a través de paraje desérticos, mismos que invariablemente efectuaba solo con mis cavilaciones, mis sueños y mis pensamientos, formándome en la mente uno y mil relatos que ubicaba en escenarios que transformaba de las parajes que deleitaban mi vista al paso por veredas y senderos desconocidos para mi.

La descripción hecha en fascículos de “México Desconocido”, indicaban que a unos quince kilómetros de las Lagunas de Zempoala, se encontraban una extrañas formaciones rocosas así como también la posibilidad de ríos subterráneos que nacían en un Sótano y que posteriormente formaban caprichosas grutas y todo esto casi sin explorar.

¡Más que un reto, para mi era una nada velada invitación a la aventura!.

Desde la primera lectura nació en mi una especie de ideal; el conocer y explorar tales parajes, -¡Fantástico!-, me dije, . - exploro y descanso del ambiente contaminado de la ciudad - . -¡Perfecto!.

La posibilidad de exploraciones espeleólogicas me animo a reponer mi “Cuerda Rapelera”.

- Precisamente acaban de llegar unas de importación, las estamos desempacando. Comentó la empleada que me estaba atendiendo.

- Si gustas vamos a la bodega.

Después de sistemática búsqueda, ordenó la separación de unos embalajes mismos que procedió a deshacer con la ayuda de un mozalbete que hacía las veces de bodeguero. A la vista quedó en ordenado enrrollamiento una preciosa cuerda de nylon, verde transparente sólo comparable con el verde translucido de la perenne nieve del Cicaltepetl o Pico de Orizaba, como lo conoce la mayoría de las personas.

- Mira, es de sólo trece milímetros de diámetro y tiene una resistencia de doscientas toneladas.

- ¡Fiu!

- ¿Doscientas toneladas?, ¡imposible!

- Pues según este folleto explicativo es un facsímil de los cordones de seguridad que se han utilizado en las caminatas espaciales de los últimos transbordadores de la NASA, es más su calidad está sancionada y avalada por ellos mismos y además cuenta con la certificación de ISO-90.

- ¿Doscientas toneladas?

- Si, y hay que sentir el peso, . trescientos pies pesan algo así como cincuenta y cinco libras o sea que es lo mismo que . (haciendo cálculos con una pequeña calculadora de bolsillo), . ¡cien metros pesan sólo veintisiete kilogramos y setecientos gramos!. ¡Vaya que sí es ligera, ligerisima!.

- Cien metros es lo que siempre me he aprovisionado.

- ¿De qué material es?

- Haber . celulosa acética de butierano fenólica, ¿?, ¿quién sabe qué es esto?, pero eso si, es ligera y resistente y espero que no muy cara.

- Bien, ¿es posible adquirir cien metros?.

- Desde luego que si.

Hasta ese momento no había preguntado aún el precio y la verdad no me importaba, estaba emocionadisimo. El último comentario de la empleada ya de salida de la tienda fue el siguiente; - ¡Recuerde que está garantizada para doscientas toneladas!.

Esbocé una ligera sonrisa y despidiéndome, internamente me repetí;

- . doscientas toneladas, ¡Ja!, ¿cuando las voy a requerir?

Ya en ese momento me había preparado un ligero desayuno a base de tocino y huevos fritos, un poco de café y una mandarina. Volví a acomodar la cocina, hice un rápido recuento de i equipo y me dispuse a salir.

Dos horas estuve caminando por inexistentes senderos, gozaba con la idea de que quizá era el primero en pisar esos terrenos, bueno el primer ser humano, al menos en ese momento esa era mi fantasía.

Una caprichosa formación granítica me lanzó un reto y a la vez una invitación a “rapearla”. Estimé que tendría más o menos unos treinta y cinco metros de altura y una de sus paredes era perfectamente vertical con alto grado de dificultad para escalarla ya que además era lisa como si la naturaleza se hubiese afanado por pulirla, me dispuse a escalarla por la cara posterior, de cualquier manera el esfuerzo de escalarla representó la inversión de aproximadamente hora y media.

Una vez en la cima, contemplé, extasiado, el paisaje y en íntima comunicación con la naturaleza, aproveché la melodiosa sinfonía del susurrar del viento para continuar la lectura, por no menos de décima vez, del libro “Sobre Alas de Aguila” que había comenzado dos días antes de iniciar esta excursión.

El interés del libro anuló toda sensación del paso del tiempo y fue el aleteo del frenar de un vuelo en picada de un gavilán el que me volvió a la realidad.

- ¡Caracoles!, consultando el reloj, ¡son las tres y media!.

Guardé mi libro y empecé el rito de anudar la cuerda a una saliente de la roca de tal modo que a cierto tirón el nudo corredizo cediera y desde abajo pudiese recuperar nuevamente la totalidad de la cuerda.

El rapel sólo requirió de escasos segundos, la cuerda se había comportado de maravilla, al estarla enrollando la inspeccionaba.

- ¡Ni un sólo rayón!, . buen material, me dije.

Al pie de la roca dispuse de una rápida comida, rápida más que nada por tratarse de latas cuyo contenido se calentaba a la simple adición de algunas gotas de agua que caían automáticamente al abrir la tapa metálica.

Otra vez de camino hube de detenerme en más de una docena de ocasiones a alimentar el espíritu con increíbles vistas o darle vuelo a la imaginación con la formación de nubes.

El cuerpo humano se va acondicionando y creo que esas interrupciones en mi andar eran meros pretextos para recuperar energías y descansar músculos.

Ya al atardecer lo que en un principio era un ligero murmullo poco a poco se fue convirtiendo en estruendoso golpear de impetuosos torrente, los últimos rayos del sol me permitieron observar en todo su esplendor imponente cascada. Corriente que se despeñaba no menos de ochenta metros, no muy ancha en su cresta, unos quince metros calcule. La mayor parte del agua saltaba al golpear los salientes peñascos discipandose en armoniosa suspensión formadora de arcales arcoiris.

- Esto vale la pena observarlo a plena luz, cabilé en mis adentros, aquí acamparé y esperaré la mañana.

La noche pronto me envolvió en su obscuridad, el clima era muy agradable y me dispuse a dormir a la intemperie, busqué un sitio donde la brisa no llegase, calenté un poco del café que Gerardo me había traído de Colombia en su reciente viaje de estudios, aunque la verdad he probado mejores aromas por ejemplo los de Córdoba, ¡ah otra cosa!, y lo acompañé con galletas y atún. El cansancio y el suave arrullo del sonido al disciparse la energía de la caída en el fondo de la cascada motivaron que prontamente me encontrara sumido en el más profundo de los sueños.

De una manera natural desperté perfectamente reconfortado, la imponente vista en todo su esplendor de la cascada me mantuvo absorto contemplándola por un buen rato. este tipo de visiones son las que me hacían cavilar respecto a la recompensa que satisface cualquier obstáculo encontrado, cansancio adquirido o incomodidad superada.

Antes de pensar en desayunar, el remanso de las aguas tranquilas ahora impetuosas me invitaron a zambullirme en ellas, lo cual hice inmediatamente y sin mucho pensarlo, me atreví a nadar hasta el mismo lugar donde la cascada caía a plomo, el confort del agua fría así como el golpeteo sobre mi espalda engendraron en mi mente una fantástica idea, . ¿por qué no un rapel en la cascada?, ¡que locura!, pero ya se me había metido entre ceja y ceja y lo juro, nada me haría cambiar de objetivo.

Después de desayunar empecé a planear y a redondear mi idea, estableciendo primeramente el lugar de descenso y después me dispuse a escalar la cascada, mi cascada, mi loca cascada, así la llamé. Al filo del medio día, ya en la parte aguas arriba hube de explorar los posibles puntos para el amarre inicial, até la cuerda a una roca saliente y con doble lazada además de nudo irlandés doble quedó segura, entonces lancé la cuerda al vacío, volví a descender para verificar la longitud de la cuerda, era más que suficiente, sobrarían unos diez metros, - ¡perfecto!, pensé.

Ahora decidí que mi campamento estaría ubicado aguas arriba de mi loca cascada, trate de dormir lo más cómodo posible para recuperar lo máximo de condición. Por la mañana no me anime a nadar y solo fue una rápida refrescada en la orilla del río y después mi desayuno, leí un buen rato y rayando las once de la mañana inicie mis ejercicios de meditación a fin de lograr una total concentración ya que si bien era cierto que no experimentaba miedo alguna, si era la primera vez que intentaba ese rapel.

El control que ejercía sobre mis implementos era en alto grado seguro mas como las primeras veces en esta ocasión no fue la excepción, el vertigo del descenso, el contacto con el aire, la húmeda brisa, el resplandor áureo formaron una amalgama de sensaciones que solo fue interrumpida por el golpe seco que se produce al posar mis botas sobre las rocas profundas. Fue un eterno instante que bien merecía repetir una y otra vez. Ahora si ya era mi loca cascada.

Perdí la cuenta de las veces que subí y bajé, ya no era solo mi loca cascada, ya tenía nombre, era “Cara Blanca” ese fue el nombre que escogí ya que la vista nocturna a la luz de la luna era algo indescriptible, como si quisieras decir con palabras el amor por alguien que no conoces pero que sabes que está ahí.

Embriagado de satisfacción no me percaté del desgaste natural de mi condición y el que fue el último rapel, me preparé y me lancé hacía atrás, el cansancio y la imprudencia me impidieron verificar el estado de la cuerda, esta se había enredado en unas salientes raíces y al tirón de mi lanzada se libró súbitamente, la parábola que ya sin calcular estimaba me llevaría a apoyarme en “Cara Blanca” se incrementó considerablemente con la rápida creciente de la cuerda, instintivamente accioné la maniobra de frenaje, fui primero detenido de golpe a lo que después estimé, mas o menos, la mitad de la altura de “Cara Blanca”. Sorpresivamente y cuando estimaba detenerme y aún a costa de un fuerte tirón, este si se presentó pero en menor intensidad de la que esperaba, después . el vacío, una rápida y gravitatoria acelerada caída detenida por el espejo de agua a unos treinta o cuarenta metros abajo.

El impacto debe de haber sido tremendo, cuando volví en mi estaba en la orilla, todo adolorido, debí de haber caído de pie, caso contrario no lo hubiese contado, tenía algunos raspones y varios moretones, me dolía más la cintura que otra parte del cuerpo, claro ahí había recibido el primer impacto del intento de ruptura de la inercia de la caída, todavía tenía enredada parte de la cuerda, voltee instintivamente hacía la parte superior de “Cara Blanca”, alcance a distinguir el otro tramo de la cuerda.

Era increíble pero, ya era de día, eso representaba que había pasado toda la noche, más de diez horas desde mi caída.

Comprobé sí tenía alguna fractura, empecé a mover una a una mis extremidades y mi cabeza, lo logré no sin ciertos dolores pero afortunadamente no había fracturas, sin embargo, me arrastre literalmente tratando de salir del todo del río, la turbulencia de la cascada, seguramente me había orillado afortunadamente para mi de otra forma me habría ahogado.

Estuve un buen rato recostado en la hierba recuperándome y hasta que lo juzgué conveniente, me incorpore, recogí la cuerda, la enrollé y observé el extremo donde se había roto, monté en cólera y recordé el comentario de la empleada .

- Recuerde que está garantizada para dos cientas toneladas.

- ¡Vaya garantía!, masculle en mis adentros.

Después de hora y media alcancé mi campamento y tome algunos alimentos, porque estaré muy mal pero el apetito no me falta, al mismo tiempo a la orilla del río enjuague mi ropa, como no llevaba otro cambio y suponiendo que me encontraba solo, pues no tuve empacho en desnudarme totalmente. Los cálidos rayos del sol evaporaron el agua de mis ropas y reconfortaron mi adolorido cuerpo. Serían las once de la mañana y mis ropas estaban totalmente secas. desaté el trozo de cuerda que había quedado aguas arriba de “Cara Blanca” y la uní al otro atado, realmente estaba enfurecido.

- En cuanto regrese, lo primero que haré será ir a Deportes Martí y lanzársela en la cara al gerente de la tienda.

Pensé que por esta ocasión las experiencias y emociones habían sido suficientes de modo que empaqué y me dispuse a regresar primeramente a la cabaña y de ahí a la ciudad. En esta ocasión el tiempo invertido fue mayor que en el recorrido de ida y a pesar de haberme untado un buen linimento que por cierto adquiría en una farmacia veterinaria ya que era ungüento para curar torceduras de caballos pero que a mi me daba muy buen resultado, bueno pero el hecho es de que en verdad estaba todo adolorido de mi cuerpo y creo que no quedaba un área de pies a cabeza, sin que estuviera magullado, raspado, con moretones o adolorido.

Cuando llegue a la cabaña lo único que pensé fue en tirarme en la cama y dormir, dormir y dormir. Doce horas fueron suficientes para recuperar la condición y a no ser por uno que otro moretón, bien podría decirse que no me había pasado nada. Preparé mi última comida y después de saborearla, coloque todo el equipaje en mi jeep, vehículo esta muy propio para mis aficiones, ahora recuerdo que mi papá me regaló unos jeeps o jepes como yo les decía cuando yo era muy chico creo que aún no iba a la escuela, pero lo recuerdo perfectamente.

Tendría que recorrer unos quince kilómetros por brechas antes de alcanzar la carretera pavimentada, afortunadamente y gracias a la doble tracción del Jeep, la brecha sería sólo un camino mas y donde no existía pues lo haría.

A pesar de que volvía a la rutina, siempre el regreso a casa era agradable y como en estos casos ni siquiera me hacia acompañar de un radio, solo en la carretera retrocedía en la memoria y volvían uno a uno los recuerdos de mi correría, buenos y malos, gratos y no tanto, todo el paseo era recordado paso a paso, minuto a minuto.

Sumido en mis experiencias no reparé en la cercanía del entronque de la carretera, de manera que acometí espectacularmente la cinta asfáltica, patiné varias veces hasta que por fin pude controlar la dirección, recordé en ese momento mis vivencias en Minnesota y la primera vez que me enfrenté con un auto a una carretera con nieve fue toda una experiencia, pues ni mas ni menos, Aún no me había repuesto de la sorpresa cuando al tomar el carril correcto, el de la derecha, una motocicleta arremetió a toda velocidad de frente contra mi, salía de una curva aún recuerdo la inclinación propia de esos vehículos infernales al tomar una curva. Era una de esas motocicletas japonesas que no hacen ruido alguno, solo la maniobra conjunta evitó una total colisión lo que no nos salvó de que ambos saliéramos de la carretera, la ventaja de las cuatro llantas es el mantener la estabilidad caso contrario con dos llantas. Cuando me detuve, encolerizado bajé del Jeep y corrí hacía donde se alcanzaba a divisar la motocicleta, al acercarme vi que su conductor estaba tirado a un lado, toda su vestimenta era negra, su casco, guantes, chamarra, pantalón inclusive la motocicleta también era negra, toda negra, muy bonita y mas aún con sus accesorios cromados.

- ¡Oye!, ¿estas bien?, grité mas no hubo contestación.

A tanto aficionarme al excursionismo los conocimientos de primeros auxilios fueron también acresentandose, sin mover al conductor de la motocicleta trate de notar sí respiraba, la careta del casco me impedía diagnosticar cualquier signo vital por lo que procedía a correr el cierre de la chamarra para tratar de detectar los latidos del corazón, así lo hice, metí la mano a la altura del mismo, mi reacción antes de sentir algún eco de sístole-diástole fue retirar inmediatamente mi mano, . ¡había tocado un . seno!, si un seno femenino no era un motociclista, era “una” motociclista, exploré otras regiones en busca del pulso y por fin logré captarlo en la muñeca, corrí al Jeep en busca de alcohol o de Wiskey, rápido urgué en el equipaje y con ambas botellas regresé donde estaba la chica, con cuidado le quité el casco casi sin moverle la cabeza y acerque mi mano húmeda en alcohol a su nariz a la vez que empecé a hablarle, ¡qué digo!, ¿hablarle?, ¡no!, mi voz tenía más un tono de suplica que de otra cosa.

- Despierta niña, reacciona niñita, por favor.

A pesar de que en realidad no era mi culpa, me sentía muy mal al ver aquella criatura tirada desfallecida, sin reaccionar.

Para aquel entonces y sin el menor asomo de picardía ni siquiera había reparado en sus facciones, mi mayor preocupación era verla en tal estado.

Por fin al cabo de no sé cuánto tiempo, que me pareció todo el del mundo, empezó a reaccionar, de primera intención y a pesar de que no precisamente era un ferviente practicante de la religión, inconscientemente, muy dentro de mi, di gracias al que todo lo designa por verla volver en si.

- No te muevas, quédate quieta, sí me escuchas, por favor mueva los ojos.

Primero un leve parpadeo y seguido del retorno del color a sus mejillas.

El pelo suelto, obscuro, ondulado hasta los hombros no muy largo, enmarcaba un bello y juvenil rostro blanco, como la espuma de “Cara Blanca”, labios gruesos, rosados, pestañas quebradas y largas, cejas pobladas, que al abrir completamente sus preciosos ojos negros relució en todo su esplendor la radiante juventud.

Mi interior me indicó que aquella niña era alegre, amiguera y sobre todo muy allegada a las fiestas y aunque debería gustar salir con sus amigas y/o amigos, cuando salía de paseo en su infernal aparato lo hacia sola.

- Trata lentamente de mover poco a poco cada una de tus manos, . eso es . primero los dedos, . bien . ahora los pies, . eso es.

Cada una de las extremidades de su robusta constitución, aunque no gorda debo de confesar, fueron moviendose una a una.

Pronto quedó extendida en una posición más cómoda.

Estimé que era alta, calculé algo así como un metro sesenta y tantos, sin llegar al metro setenta.

- Mm, ¿qué pasó?.

- ¿Puedes mover tu cabeza?

- Si, creo que si. Ah ya recuerdo, yo tuve la culpa, creo que invadí el otro carril, . ¡todo por cortar la curva!

- Si pero, no te preocupes lo mejor es que estas bien.

- Mi moto, ¿cómo está?.

- No sé, pero ¿qué te preocupa?.

Incorporándose, trató de sentarse pero solo pudo llevarse la mano derecha a la frente y volvió a quedar tendida.

- Reposa, voy a sacar un termo, creo que te hará bien un poco de café. Me encaminé de nuevo a mi Jeep y fue entonces cuando me percaté del estado de la motocicleta, tenía la rueda delantera echa un verdadera charamusca mas parecía uno de esos sombreros de los charros de Zapopán, el cortador de aire totalmente desecho y los manubrios increíblemente desalineados, todo el costado izquierdo antes reluciente, lastimeramente rallado y abollado.

- ¡Ay niña, de la que saliste!.

Ya con un pocillo en la mano, al regresar estaba sentada, le ofrecí un poco de café.

- ¿Cómo te sientes?

- Adolorida, pero nada más.

- Toma bebe un poco.

Durante un buen rato estuvimos sin hablar hasta que intentó ponerse de pie, no lo logró, aparentemente tenía luxado un tobillo.

- Ven apóyate. (acercándome). No lo logró.

La tomé en mis brazos y al levanté sin mucho esfuerzo, me encaminé al Jeep y la deposité con cuidado en un tronco caído a la vera de la carretera, regrese por el termo y me dispuse a colocar el jeep en la cinta asfáltica de nuevo.

Algo que siempre me ha llamado la atención es la potencia y facilidad de manejo de este tipo de vehículos, no sé mucho de mecánica y mi relación con las máquinas se reduce a manejarlas y establecer un cierto mantenimiento constante através de otras personas.

Calculé las distancias entre la ciudad y la cabaña y esta última era definitivamente la más corta así que con un poco de esfuerzo hube de afianzar la motocicleta al Jeep, le propuse ir a la cabaña a que reposara y se repusiese, ella accedió.

Ya en camino empezamos un mutuo interrogatorio.

- ¿Qué hacías tan sola en estos parajes?

- Me gusta, es mejor que las aglomeraciones de la ciudad, y aunque gusto de salir con mis amigos y amigos a divertirme sobre todo los fines de semana, cuando salgo de paseo en mi , ya no tan preciosa moto, lo hago sola . ¿y Tu?

- Bueno en eso, además de los carriles en la carretera, también coincidimos.

Sonrió y preguntó

- ¿Cómo te llamas?

- Me auxiliaste, te has portado como un caballero y aún no sé ni tu nombre.

- Alberto, . ¿y tu?

- JazEl. con “E” mayuscula

- Mucho gusto JazEl, con E mayuscula

- ¿JazEl?, ¿?, no lo había escuchado, ¿de qué origen es?

- Ja, ja, . es de origen propio, mi nombre completo es Jazmín Elena, pero ya sabes como somos de flojos y siempre acortamos los nombres.

- Ah, pues entonces yo soy Beto.

- Mucho gusto Beto.

Los dos sonreímos, ya para entonces habíamos llegado a la cabaña, le ayude a bajar y apoyándose en mi brazo entramos.

A pesar de el mobiliario adusto era bastante cómoda, la senté en un sillón, bueno a decir verdad el único sillón que había, reclinable, mecedora y forrado de una tela de cuadros en rojo y otros colores, de esa tela que llaman “Escocesa”.

- Voy a preparar algo de comer y después veré que puedo hacer por tu motocicleta.

- Gracias, terció JazEl, pero es qué ¿también sabes guisar?.

- Bueno eso de preparar es en sentido figurado ya que como te darás cuenta todo sale de la moderna y bendita tecnología moderna, ahora lo veras.

Destapé algunas conservas y después de vertirlas en un recipiente las mezclé y al ser acompañadas con galletas saladas pues simplemente se convertían en un autentico manjar, y para refrescarnos un jugo de fruta que aunque también enlatado tenía un sabor delicioso como casi recién hecho.

Ya era media tarde y la penumbra empezaba a cubrir el paisaje, había bajado la motocicleta y después de observarla bastante tiempo me convencí que solo podía hacer eso, . observarla.

- Considerando el derrapón creo que tu máquina no está dañada pero debo confesar que aún sí tuviera las herramientas necesarias, no sabría que hacer, discúlpame pero tendremos que llevarla en el Jeep.

- ¿Qué le vamos a hacer?, no te preocupes.

- ¡Ah! y otra cosa, ya es de noche y salvo tu mejor opinión será mejor viajar mañana temprano a no ser que tu tobillo requiera atención inmediata, ¿cómo te sientes?.

- Bien, estoy de acuerdo, pasemos aquí la noche.

Encendí la chimenea, saqué dos cobertores, con uno de ellos la cubrí y con el otro hice lo propio conmigo.

El chirriar de los leños y al luz amarilla-naranja del hogar eran nuestros únicos compañeros.

Empezamos a platicar una y mil cosas, nuestros trabajos, aficiones, familias. Pronto hubo de nacer una mutua confianza.

El resplandor del fuego enmarcaba su rostro y poco a poco al tono de su voz y lo ameno de su platica estaba embelesado.

El tiempo pasó sin percatarnos hasta que el alba nos sorprendió en interminable platica, en la chimenea solo pabezas, no era necesario atizarla.

- ¿Te das cuenta qué hemos pasado toda la noche platicando?

- Si, creo que nunca lo había hecho

- Ni yo

- Debo confesarte que cuando me trajiste aqui experimenté un poco de temor por tu comportamiento y hasta recordé el cuchillo que siempre cargo en esta bota, mira.

Levantando el pantalón me mostró una preciosa navaja de muelle enfundada en propio estuche de piel.

- Te comprendo, creo que no me hubiera atrevido a otra cosa, la culminación de cualquier acción requiere de la total aceptación de todas las partes involucradas. A pesar de la diferencia en capacidades físicas no soy de la idea de imposiciones.

- ¡Gracias!, te lo agradezco, ¡que diferente eres!.

Recostó su cabeza en mi hombro y acurrucándose, se durmió. Yo también lo hice y fue hasta que rallando el medio día me desperté, tratando de no interrumpir su sueño me levanté y preparé un poco de café, huevos fritos y tocino con mucha cebolla, como a mi me gustaban pero, ¿y sí a ella no le agradaba algo de lo que preparé?, ¿sí era vegetariana?, ¿sí no acostumbraba el café?, ¿sé quería de otra manera guisados los huevos?, bueno - lo mejor será llevarle esto y ya veremos que apetece.

El olor la había despertado y cuando entré a la sala estaba alizandose su negra y larga cabellera. Aquella imagen de verla la primera vez se repetía.

Su cabellera ligeramente ondulada realzaban las facciones de su rostro carente en absoluto de cualquier artificial cosmético.

La saludé y le ofrecí el almuerzo que había preparado, nos miramos, no fue necesario nada más, la tomé en mis brazos y la besé, . nos besamos.

Ya era tarde cuando nuevamente en carretera encaminamos a la ciudad, el resplandor de la iluminación aún no contrarrestaba el espectáculo pletórico del cielo de estrellas, el único pensamiento en mi mente.

- “Alberto, . este fue tu último paseo solo”

Incliné la cabeza hacia ella y depositó un beso en mi mejilla, para JazEl también había sido su último paseo . sola . al menos en motocicleta.


Norsi
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 5.72
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