Para Sharoll, una de las lectoras "vip" del blog.
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–El meteorito cayó en medio del bosque, hace más de un año- dijo el anciano que guiaba a Sebastián-. Desde entonces, todas nuestras cosechas se han arruinado, y los animales murieron sin causa aparente. Pero todos en el pueblo sabemos que fue por culpa de esa cosa que cayó del cielo.
-Es por eso que lo llamamos a usted, un renombrado astrofísico- intervino Osorio, que era el segundo guía-. Además, usted creció en los alrededores, ¿verdad?
-En Puente de Agua, sí- reconoció Sebastián, caminando abstraído a través del sendero-. Pero en cuanto a lo de “renombrado”… creo que usted exagera un poco.
-Oh, vamos, no sea tímido. ¿Acaso no apareció en los periódicos, cuando cayó aquel rayo que mató a tres personas? ¿Acaso no le hicieron una entrevista en Radio Nacional?
-Pues para nosotros, eso es suficiente- completó la idea el anciano. Se detuvo para secarse con un pañuelo el sudor de su frente. Miró en derredor-. Estamos muy cerca. ¿Lo escucha? -¿Qué cosa?
-Los pájaros no cantan. El bosque entero parece estar muerto.
-Hay mucho silencio, sí- asintió Sebastián, mirando hacia los árboles inmóviles-. Aunque eso no es determinante para afirmar que la causa de todo es…
-Créame: lo es. Muy pronto se dará cuenta por qué.
Eran más de las dos de la tarde cuando los tres hombres, con sus espaldas empapadas en sudor, se detuvieron delante del gran cráter que se abría en medio del bosque.
-¿Qué me dice?- el viejo señalaba el cráter con evidente orgullo, como un abuelo señalando a su nieto abanderado-. ¿Nos cree, ahora?
-Es impresionante- tuvo que admitir Sebastián, con los ojos súbitamente brillantes de entusiasmo. De su mochila extrajo unos aparatos de medición, que ninguno de los dos guías reconoció ni supo para qué servían. Sin mediar pausa, el astrofísico se agachó y comenzó a efectuar medidas sobre el terreno, mientras registraba su voz en una grabadora de mano-. Se estima el diámetro del cráter en unos quinientos o seiscientos metros. Ha destruido todo alrededor. Árboles quemados por el fuego, ausencia total de pastizales, incluso veo algunos esqueletos de animales muertos diseminados en el terreno. Debió ser un impacto realmente muy grande, sólo comparable con lo sucedido en Siberia hace más de cien años. De momento no hay señales de radiación. Los niveles de oxígeno son normales, las lecturas del Altair 5 indican una ausencia total de gases tóxicos. Efectuaré a continuación una muestra del terreno para análisis posterior en laboratorio. Si aunque sea pudiera encontrar un fragmento del bólido caído…
-De hecho, tenemos un fragmento- dijo el anciano.
-¿Qué es Altair 5?- preguntó Osorio.
-Es un instrumento de medición de gases tóxicos- respondió de inmediato Sebastián, sin levantar la vista de sus aparatos-. Posee un sistema de transmisión inalámbrica de datos…- se detuvo. Miró, con ojos cada vez más grandes, al anciano-. Disculpe, ¿qué acaba de decir?
-“¿Qué es Altair 5?”- respondió Osorio.
-No, usted- Sebastián señaló al viejo.
-Dije que poseemos un fragmento del meteorito… aunque si desea verlo, le aseguro que no será nada fácil.
-Oh, no- estuvo de acuerdo Osorio.
-¿De verdad tienen un fragmento?
-Pero no será nada fácil verlo- insistió el viejo.
-De hecho, será casi imposible…- precisó Osorio.
Los dos guías se miraron, indecisos.
-Lo tiene un hombre… un hombre llamado Turner- dijo al fin Osorio-. Pero le aclaro…
-Está loco- terció el viejo.
-Totalmente loco- asintió Osorio-. Y es peligroso.
-Vive a unos tres kilómetros de aquí, y guarda ese pedazo de meteorito como si fuera una joya invaluable. No deja que nadie se acerque a su casa.
-Y bombas. También puso bombas. El chico de los Linares puede atestiguarlo.
-¿El chico de los Linares?- frunció el ceño Sebastián.
Los guías volvieron a mirarse.
-Trató de acercarse a la casa de Turner, para observar el meteorito- dijo luego de un silencio Osorio.
-Perdió una pierna, y de milagro continúa vivo…
Sebastián trató de procesar, con la mayor rapidez posible, la extraña información que acababan de darle aquellos extraños pueblerinos. Se sentó sobre una roca y luego se paró. Comenzó a caminar en pequeños círculos. Mientras tanto, los otros hombres lo miraban, entre curiosos y confusos.
-¿A tres kilómetros de aquí?- dijo finalmente el astrofísico-. No parece tan lejos.
-Mi estimado, le advierto que esas trampas…
-Quiero que me lleven hasta la casa de Turner. De inmediato- al ver que los hombres dudaban, Sebastián bajó la voz y agregó:- Miren, ustedes me llamaron porque desean que los ayude, ¿verdad? Por culpa de ese bólido perdieron las cosechas y el ganado. Pero yo no puedo hacer nada si no me muestran el fragmento…
Los guían volvieron a mirarse. Se encogieron de hombros.
-Está bien- dijo Osorio-. Pero usted se hace responsable por su seguridad.
-No tengo problemas con eso- respondió Sebastián, con una nerviosa sonrisa.
Los ojos habían comenzado a brillarle de nuevo.
Llevaban más de cuarenta minutos de caminata cuando el viejo señaló hacia un árbol.
-Osorio, creo que hay una…
Fue lo último que dijo. Instantes después, se oyó un crujido y su cuerpo, sencillamente, estalló en pedazos.
-¡Mierda!- gritó Sebastián, retrocediendo ante la explosión y perdiendo el equilibrio. Durante unos segundos de confusión, pensó que se había largado a llover, pero luego se dio cuenta que lo que caía sobre la maleza, en rítmico golpeteo, eran los fragmentos de hueso y carne del desafortunado anciano. Se pasó una mano por el rostro y miró la palma: estaba empapada en sangre. Volvió a gritar, y Osorio le ordenó que se callara.
-Sigamos caminando- dijo el guía, que no parecía muy afectado por la muerte del viejo-. Ya falta poco.
-Escuche, no nos vamos a volver ahora. ¿Qué es más importante para usted, sus estudios, su reputación, o la muerte de un hombre al que ni siquiera conocía? Todos los días muere gente, ¿verdad? Pero no por eso usted abandona sus investigaciones…
-Yo…- farfulló Sebastián, aún aturdido por la explosión de la mina-. Yo creo que…
-De la misma forma, para mí, y para mi familia, es mucho más importante el cultivo y los animales. Si la granja termina de morir, nosotros pasamos hambre, ¿entiende?- echó una última mirada a los restos dispersos del anciano-. Conozco a este hombre desde hace mucho, y lamento su muerte, pero debemos seguir adelante. Ya tendremos tiempo de llorar sus restos. Ahora sígame.
“Está loco”, pensó Sebastián horrorizado. “Todo el asunto del meteorito, y la pérdida de sus animales, lo ha desquiciado por completo”.
Pero no obstante siguió caminando.
-Llegamos- dijo Osorio, media hora después. Se habían ocultado tras unas malezas y desde allí observaban la precaria casa que se alzaba en medio de un claro-. Debemos ser muy sigilosos…
En ese momento comenzaron a escucharse los disparos.
-Nos descubrió- dijo el guía, sacando una pistola-. ¡Corra!
Con el corazón enloquecido en su pecho, Sebastián se agachó y comenzó a correr ciegamente. Escuchó más disparos y luego tropezó con una raíz. Se levantó y siguió corriendo, ahora cubierto de de barro, además de la sangre del viejo. Había olvidado las trampas de Turner, y si no activó alguna fue por obra y gracias de la casualidad (o el destino). Cuando creyó que se encontraba lo suficientemente lejos, hizo un alto para tomar aire, aferrándose las rodillas con ambas manos. Alzó la vista: su sorpresa fue absoluta al ver que la casa de Turner estaba a unos metros. Acababa de correr en círculos. Sebastián maldijo y automáticamente se echó al suelo.
Esperó durante unos minutos. Los disparos ya no se escuchaban y el silencio del bosque era estremecedor. Con el cuerpo temblando, se incorporó y se acercó a la casa, por detrás. Se asomó a una de las ventanas: había un cuerpo tirado en medio de la habitación. No era el de Osorio: sin dudas se trataba de Turner. Era un sujeto gordo y de larga barba gris. En ese momento, una sombra cruzó el cuarto y Sebastián se agachó. Escuchó un borboteo y alguien que murmuraba algo. Tomó coraje y volvió a asomarse. Osorio estaba sobre el cuerpo de Turner. Al principio Sebastián creyó que trataba de practicarle alguna suerte de torpe resucitación cardiopulmonar, pero luego vio un brillo y se dio cuenta lo que sucedía: Osorio estaba abriéndole el estómago con un cuchillo. Al parecer Turner aún no estaba muerto, porque su cuerpo se sacudía y las piernas se flexionaban como si se estuviese ahogando. Osorio introdujo la mano en el estómago sanguinolento de Turner y comenzó a escarbar, como si buscara algo. Luego de unos segundos de búsqueda, el guía lanzó una exclamación de euforia y retiró algo. Alzó la cabeza.
-¿Sebastián, es usted?- dijo hacia la ventana donde se encontraba Sebastián-. Venga, que acabo de encontrar el meteorito. El muy hijo de puta de Turner, cuando vio que lo tenía rodeado, se lo tragó para esconderlo. Pero a mí no logró engañarme. Venga, Sebastián, y examínelo con sus propios ojos…
Era una bolita de vidrio.
Lo que le mostraba Osorio, con tanto entusiasmo y efusividad, era una simple bolita de vidrio, de las que utilizan los chicos para jugar en la tierra.
-¿Lo ve? ¿No es extraordinario? Esta cosa es la causante de nuestras desgracias. ¡Venga, tómela y examínela! ¡Llévela al laboratorio y haga todas las pruebas necesarias! ¡Tal vez hasta le den un Nobel por esto!
En su otra mano portaba el arma que había abatido a Turner. Sebastián no tuvo más remedio que aceptar la bolita ensangrentada que el otro le ofrecía.
-Es… es increíble- le siguió la corriente, mirando de reojo la pistola-. Es… nunca vi algo parecido.
-¿No le dije yo? Venga, vámonos de aquí y celebremos. ¡Mi familia hará un banquete en honor a usted!
-Yo… -trató de ganar tiempo Sebastián-. Yo prefiero llevar esta bolit… este fragmento al laboratorio. Lo más urgente posible. Tal vez, si descubrimos de qué está compuesta, logremos salvar a su granja…
-Oh, claro- dijo Osorio, asintiendo pensativo.
-Y además, supongo que querrán velar los restos de su amigo muerto…
-Sí- respondió el guía, ahora ya grave-. Por supuesto. Mejor regresemos.
-Será lo mejor, sí- dijo Sebastián, sudando frío.
En la terminal de ómnibus, Osorio se dio vuelta y le dedicó un largo abrazo.
-Nuestro destino está en sus manos- le dijo al oído-. Usted es nuestra única esperanza.
Sebastián subió al ómnibus y se dejó caer sobre uno de los asientos. En el camino se había cambiado de ropa, pero aún así apestaba. Los demás pasajeros evitaban sentarse cerca de él.
Cuando el ómnibus se puso en marcha, Sebastián miró a través de la ventanilla: Osorio aún estaba de pie, contemplándolo con una expresión de desdicha en su rostro. Unos chicos habían aparecido de algún lado y lo rodeaban y lo abrazaban. Sebastián contó al menos siete chicos, además de los perros.
-Soy Osorio. ¿Pudo examinar el meteorito, ya conoce los resultados?
Sebastián miró el reloj del celular y luego se sentó en la cama.
-Osorio, son las dos de la madrugada…
-Ya pasaron más de cuarenta y ocho horas, Sebastián. ¿Pudo examinar el fragmento?
-Todavía no. Los resultados estarán en un par de días. Escuche, Osorio, prometo que en cuanto estén los resultados, lo llamo urgente, ¿qué le parece?
-Creo que… está bien. Promete que va a llamar, ¿verdad?
-Muy bien. Recuerde que nuestra salvación está en sus manos.
¿Por qué no había llamado a la policía?
¿Por qué no había denunciado el asesinato de Turner a manos de Osorio?
¿Por qué seguía conservando aquella asquerosa bolita?
No tenía respuesta a ninguno de esos interrogantes.
-¿Sebastián? Disculpe que lo llame a estas horas, pero quisiera saber si hubo algún avance en la investigación.
-No hubo ningún avance, Osorio. Y le diré por qué- dijo Sebastián. Había dormido muy poco en los últimos días y su aspecto era deplorable. Además, lo habían suspendido en el trabajo, por un presunto desvío de fondos estatales-. Le diré de una puta vez por qué.
-¡Pues porque lo que sacó del cuerpo de Turner no era un meteorito, sino una simple bolita de vidrio! ¿Acaso no se da cuenta?
-¿Una bolita de vidrio? No puede ser. ¿Me está diciendo que una bolita de vidrio cayó del cielo y mató a las gallinas y las vacas del pueblo?
-No sé qué diablos cayó del cielo, Osorio. Yo sólo le digo que esa bolita de vidrio es un absurdo. ¡Usted mató a Turner por una chuchería para niños!
-Le recuerdo que Turner mató, con una de sus malditas trampas, a mi querido compañero. Y la pierna del chico de los Linares…
-Ese no es el fondo de la cuestión- dijo Sebastián, ya exasperado-. ¡No hay meteorito! ¡No hay nada! ¡Es sólo una bolita de vidrio!
Un breve silencio del otro lado de la línea. Y luego:
-¿Ya entiende qué, Osorio?
-Usted quiere quedarse con el fragmento.
-Lo iremos a buscar, Sebastián. Esto no quedará así.
-Queremos el fragmento, Sebastián.
-Ya no podemos esperarlo más. Será esta noche. Lo lamento por usted.
-Yo también lo lamento. Lo lamento por todos nosotros.
Por suerte vivía algo alejado de la ciudad.
Eso le permitía instalar trampas y pequeñas bombas caseras a lo largo del perímetro de su casa, sin temor a que un inocente desprevenido las activase.
El ataque comenzó a las nueve y media de la noche.
-Vengan, vengan por mí, desgraciados- murmuró Sebastián, asomándose por la ventana. Vio Osorio liderada un pelotón de pueblerinos, todos ellos portando armas y linternas. Eran al menos cien. Los primeros pisaron el sendero de grava y volaron por los aires. El segundo grupo quedó pegado y echando humo en las verjas de hierro electrificadas. Otro grupo sucumbió bajo el peso de las ventanas del primer piso, ahora convertidas en excelentes guillotinas de vidrio. Cuando los primeros atacantes ingresaron a la casa, Sebastián se refugió en las humedades del altillo y se apostó tras un sillón descuajeringado, con su vieja escopeta del .45. Se escucharon más detonaciones, que hicieron vibrar los cimientos y los vidrios: sin dudas se trataban de las minas que había colocado bajo los mosaicos del living.
Y había más en la alfombra del vestíbulo.
-Vengan por mí- volvió a decir, sacando la bolita de vidrio del bolsillo de su camisa, y tragándosela de un bocado-. Nadie me quitará mi fragmento. Nadie.
Unas sombras se detuvieron bajo la trampilla del ático. Sebastián disparó dos veces. Unos gritos de dolor se elevaron junto con el humo de la escopeta. Volvió a disparar y al cuarto disparo el gatillo del viejo arma se trabó.
Unas manos empujaron la trampilla y la cabeza de Osorio, sangrante y sonriente, apareció por el hueco.
-Entregue el fragmento, maldito observador de estrellas.
-Jamás- dijo el estudioso.
Y pulsó el interruptor de la bomba que había instalado en el sótano.
La explosión iluminó gran parte de la noche en la ciudad. Unos chicos que jugaban en la acera se detuvieron para examinar el hongo de fuego que se elevaba en los alrededores de la colina.
-¿Qué diablos es eso?- dijo uno de los chicos.
-No, allí, en el jardín. Algo ha caído. ¿Lo viste?
Se acercaron al lugar, y el niño tocó con la punta de sus dedos algo que parecía ser una bolita de vidrio.
-Es mía. Cayó en mi jardín.
Y comenzaron a pelear por aquel objeto que, silenciosa y misteriosamente, había caído desde la noche estrellada.
FIN