En la cumbre hermosa donde comienza la vida, en la cumbre lujosa e infinita, había una casita chiquita pero bonita, esa casita era bonita porque era recogidita. Tenía una distribución perfecta y en ella había paz y alegría, la paz de espíritu y la alegría de vivir, del buen vivir, que era lo que allí se pretendía porque en vivir la mala vida allí no se pensaba ni ninguna persona que allí habitaba pensaba siquiera hacer mala su vida.
Pero, ¡Ay desdicha!, Un día apareció un mal hecho en una de esas vidas. Apesadumbrados todos, porque no lo entendían, lloraron amargamente tanta desdicha. Pero una voz gozosa que a veces por allí se oía, les dijo con amorosa voz ¿Por qué veis tanta desdicha? No hay que apurarse tanto hay que hacer frente a la vida, hay que ser valientes, no acobardarse ante una desdicha. Entonces todos recapacitaron y con voluntad lo intentaron y al caído ampararon y al fin pudieron salvarlo.
Que gozosos y que contentos y que entusiasmados estuvieron todos de haber escuchado la voz que les aconsejó que tuvieran valor. Valor para afrontar la vida, valor para recapacitar y valentía para saber apreciar al que cayo en el mal y ayudarle a levantar de su amarga caída.
Felices, felices fueron todos hasta el final de sus vidas, el que cayo porque se supero y los que le comprendieron y le mimaron, cobijaron y dieron consuelo y no se sintieron unos simples amargados ante un pecado.
Hay que ser como los del cuento no pasarse la vida llorando y amargando a los demás, hay siempre que ayudar y comprender que cualquiera puede caer.
Pilar Infantes Martínez Copyright © 2003 La Gran Bondad Reservados todos los derechos