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La Histeria Colectiva

LA HISTERIA COLECTIVA


No es simplemente la maldad humana la culpable de todo lo sucedido al pueblo judío. hay que reconocer que en algunos casos aislados podemos encontrar, sensibilidad humana. Mi amiga la señora Altman, me cuenta que a la edad de nueve años en los laguers, se llevaron a su padre a los campos de concentración. Acababa de pasar ella por fiebre tifoidea y había perdido todo el pelo por lo cual se cubría la cabeza con un pañuelo para disimularlo. A sabiendas de que la única forma de salvarlo, era el intercambiar pertenencias de valor con el comandante. Y careciendo de ellas, no encontró otra forma, sino el tratar de hablar con él, ya que valores no poseían.
¡Hablar con el comandante!. Que fácil es decirlo. Era una misión imposible y mas para una niña. Se acercó al cuartel general y viendo la cantidad de soldados que custodiaban la entrada, se dio cuenta que por esa vía no llegaría. Con la inocencia de una niña y el amor por un padre, se arrastró por los jardines entre los arbustos, y con suerte llegó a la oficina del comandante, quién en ese momento estaba recibiendo un abrigo de pieles de una señora que imploraba liberara a su esposo. ¿Y tú que haces aquí niña?. Gritó con una voz que incrementó aún mas el miedo que ya tenía. Llorando le implore que liberara a mi padre, que nosotras éramos dos mujeres solas y sin la ayuda de mi padre estaríamos perdidas. Y que de no liberarlo, era mejor que nos llevaran a las dos, porque de todas maneras sin la ayuda de mi padre moriríamos de hambre. Cambiando el tono de su voz, me preguntó que de que pueblo éramos, le dije que de Jotin, él sonriendo, me dijo que era de la misma región. En ese momento hizo salir a la mujer del abrigo. Estando solos, me preguntó que hacía mi padre, le dije que el era el que hacía el pan para los que se llevaban en los trenes. Con una sonrisa me dijo que ya me podía ir que hoy liberaría a mi padre. Como un rayo salí de su oficina,. ya no me arrastré como a la entrada, pasé frente a la custodia y al fin llegué a mi casa. Con el corazón a punto de estallar por la emoción y la carrera, le dije a mi madre que el comandante me había dado su palabra de que soltaría a mi padre hoy.
¡Que triste cuando la realidad hace despertarse del sueño inocente de la fantasía, a los niños!. Mi madre luego de interrogarme, se percató que no me habían preguntado, ni el nombre de mi padre, ni nuestro apellido, con lo cual, me dejó bien claro que no lo soltarían y que había sido engañada. ¡Que dolor!. Pasaron las horas y no paramos de llorar. De pronto a las once de la noche tocaron a nuestra puerta. Era mi padre que lo habían liberado. ¡Que alegría!. Luego de besos y abrazos le preguntamos que ¿Como lo habían encontrado sin saber ellos su nombre?. Dijo, que el comandante entró en el campo y a viva voz preguntó que quien hacía el pan para los que se marchaban?. Que se pusiera de pie, yo me levanté, dijo mi padre, y dos mas se levantaron y dijeron sin serlo que eran mis ayudantes. Nos llamó a los tres y para no cometer un error en cuanto al que iba a perdonar, nos perdonó a los tres.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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