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Categoría: Misterios

La Invitación de las sombras

Hace tiempo que empiezo a sentir el cansancio sobre los huesos, la piel duele, molesta. He llegado al momento en que no puedo ver mi vida más allá del día siguiente. Una intensa pesadumbre y congoja acompaña mi ser.

Estoy solo en la penumbra sórdida de la sala. El sueño invade cada uno de mis poros. Me niego a dormir. Mi esposa, mis hijos y nietos se han retirado a sus habitaciones. Doy vueltas en la sala alrededor del sofá. Enciendo el televisor pero éste me aburre casi de inmediato. Lo apago.

Empiezo a sentir un poco de frío. Recorro una a una las habitaciones donde yace dormida la familia. Les veo disfrutar de un plácido sueño. El frío empieza a calarme.

Vuelvo a la sala con un libro en la mano. Me acomodo, preparándome para disfrutar de la lectura. Empiezo a enfrascarme en el contenido. Afuera de la casa se oyen pequeños ruidos que se van desvaneciendo conforme avanzo y me adentro en la interesante dicotomía del evento que se relata.

Siento un sopor agradable y mi cuerpo empieza a laxarse. Las experiencias del protagonista las traslapo como algo propio. Las percibo vívidamente. La ansiedad y la curiosidad tenaz abren mis expectativas. Recreo en mi mente a cada uno de los personajes y sus acciones.

Mi avidez por desentrañar el vórtice de misterio en que se enjuga la acción de la novela, hace deslizar mi vista sobre las letras de una manera casi frenética. El frío me sacude arrancándome a ratos mi fascinación por el evento relatado. Continúo casi de manera estoica en mi cometido. Acelero el paso a través de las letras. Ya galopo a paso tendido y las páginas saltan una tras otra.

De pronto… detengo mi loca carrera. El frío y el sueño me están venciendo. No puedo dejarles que lo hagan.

Tal vez… Sí, eso es…

Me levanto, me estiro y sacudo mi cabeza. Unos cuantos ejercicios de estiramiento durante unos momentos más, busco un abrigo y al ponérmelo siento una agradable sensación de bienestar. He vencido el frío, pero el sueño amenaza todavía.

Decido salir a la calle. Quiero disipar el sueño a como dé lugar. No quiero dormir todavía, no mientras esa sensación de temor por hacerlo me acompañe. Resguardo mi cabeza con un gorro. Tomo unos guantes. Salgo.

El frío golpea y lacera mi cara. Hay una Hermosa luna. No se ven gentes en los alrededores, mas sin embargo a lo lejos se escuchan frases intercaladas, exclamaciones y gritos que vitorean a algo o a alguien. Me dirijo a donde hacen coro las voces.

Las luces de la avenida siempre brillantes, aparecen mortecinas con tintes naranjas y cobrizos.

Desplegados a los lados de las aceras de la avenida, grupos de ciclistas en perfecta formación en línea, vitorean y gritan entusiastas frases de apoyo, consuelo y esperanza a pequeños grupos que emergen de la obscuridad que alberga a la alameda. Todos, todos ellos aparecen difuminados y una luz interior les hace brillar –unos más otros menos-

De principio, esos grupos en los que hay hombres y mujeres de diferentes edades y complexiones, niños, niñas y hasta bebés, emergen pesados…adoloridos…desconcertados. Los ciclistas más cercanos abandonan su transporte y se aprontan a ayudar a los que pareciera que ya no pueden caminar. Levantan del piso a los bebés, algo les dicen, avanzan con ellos - parecen flotar sobre el piso-. Las luces mortecinas se bambolean en quimérica danza.

Al mismo tiempo que la escasa luz les va disipando las ennegrecidas sombras, se yerguen abandonando su dolor y cansancio. Los que arrastraban el paso y su pesar, recobran el aliento. Se fortalecen. Hay un brillo que aumenta resaltando su figura y tilita cual estrellas en el firmamento.
En cuanto este fenómeno se va haciendo más notable, los ciclistas les dejan seguir solos y a otros les encomiendan los bebés.

Llega otro grupo. Son pocos. Cesan los gritos y las frases amables. También hay hombres y mujeres de diferentes edades. Pocos niños se ven. No hay bebés. Hay un silencio incómodo que manifiesta su desaprobación ante aquellos individuos recién llegados. Sin embargo. poco a poco los ciclistas dejan sus unidades y se acercan a ellos. Dialogan tomados de la mano durante breves momentos. Sueltan sus manos, les toman por los hombros, les despiden e instan a seguir el camino. Aquellas sombras encorvadas arrastran con lentitud sus cuerpos hasta llegar a la casi inerte luz. Aparecen con una mirada torva, cruel. Algunos y algunas muestran rostros inescrutables, fríos, insensibles. Más al ir avanzando, su mirada se trastoca en tristeza, parecen llorar. Los rostros cambian sensiblemente. Ya hay visos de bondad y bohonomía. De humanidad. La luz en sus cuerpos les invade y aunque no es tan brillante como la de los anteriores grupos se ve un registro de esperanza e ilusión, de una paz anhelada como remanso después de una tempestad.

Embelesado, absorto en mis observaciones, sigo con curiosidad la llegada de un grupo tras otro. A unos, los halagos, los buenos deseos, los vítores. A otros una seriedad a veces chocante, los diálogos y una especie de cambio. De pronto, me sobresalta la presencia de alguien que se coloca junto a mí. Una luz que se proyecta tras de mí.

Me recuerdas? – pregunta -.

¡Claro que recuerdo esa voz ¡ Siento temor de voltear a verle. Han pasado tantos ayeres desde que le vi morir. No puedo creerlo ¡

No temas – dijo - Comprendo tu estupor e incredulidad. Estoy aquí, no por coincidencia, ni por suerte. Se te esperaba en este preciso instante y lugar, al que has sido invitado sin saberlo. Todos los que alguna vez vivimos sobre la faz de la tierra hemos tenido la misma oportunidad.

El timbre de su voz – casi olvidado – resonó en mi alma. Sacudió mis más recónditos recuerdos. Sentí deseo de llorar, incontenibles esfuerzos por abrazarle, por preguntarle tantas cosas. Más no pude moverme.

-a mis espaldas seguía escuchando su voz-

A ti también te tocará recibir a tu invitado especial. en su momento. –Continuó – para prepararlo y posteriormente recibirlo en la marcha final para indicarle el camino.
Intento mirar para disipar mis dudas – sólo alcanzo a soslayar una sombra, una figura llena de luz–

Después tendrás oportunidad de elegir entre continuar durante algún tiempo servir en este lugar o volver a iniciar tu peregrinar sobre la tierra. Poco tiempo te queda sobre la faz de la tierra, es tiempo de hacer un alto en el camino. Vuelve tu vista un poco al pasado y prepara tu cuenta. Todo te servirá para lo que viene. Tal vez se te de la oportunidad de rectificar algunas cosas o de hacerlas mejor… tal vez no.
Ya no volveremos a estar en la misma sección de tiempo ni lugar. Solo vine a despedirme, a desearte lo mejor y que supieras que fuiste un buen hijo y que te amé como tal… Adiós.
Di la vuelta con brusca rapidez, hacia quien me hablaba de ese modo, pero sólo alcancé a distinguir una sombra cuyo perfil me era gratamente familiar y esa sombra se desvaneció en la negrura de la noche aquella.
¡Madre! Grité angustiosamente. –y mi voz se perdió entre las oquedades de la calle. Con ansiedad infinita intenté correr tras ella, al tiempo que se desvanecían voces, gente… ¡todo!
Sentí un tirón en mi hombro y una voz que me increpaba. ¡Despierta! ¡Amor, despierta!
El sudor bañaba mi frente, la imagen ante mí, se fue aclarando y pude ver a mi mujer, que preocupada trataba de hacerme volver a la realidad. El libro había caído de mi mano y traté de enderezarme del sillón en que me hallaba recostado.
Ella continuaba diciendo ¡Estás soñando! ¡Despierta!
Sobresaltado y con la figura descompuesta me puse en pie. Todavía no atinaba a distinguir entre el sueño y la realidad.
Hice un esfuerzo, abracé a mi mujer y le dije: ¡Ya pasó. Ya pasó…! Gracias.
-¡Pero si estás bañado en sudor!-, ven vamos afuera a que te refresques un poco.
En la calle –vacía a esa hora- solo un poste que sostenía una lámpara de alumbrado público, se distinguía a escasos veinticinco metros. De improviso, bajo esa luz, una figura femenina, desdibujada por las sombras y las luces, apareció, levantó un brazo en señal de despedida… y desapareció.
Ambos nos quedamos estupefactos.
¿Te fijaste?- Dijo mi mujer- Se parecía a… - quiso decir a mi madre, pero como sacudiendo ese pensamiento, continuó- No… es decir, creo que las sombras nos jugaron una broma, ¿No crees?
Así es –contesté- fueron las sombras. Ven vamos a dormir, ya estuvo bien de tanto sobresalto. Al tiempo que nos dirigíamos al interior de la casa, volteé, alcé mi brazo… y a hurtadillas me despedí de quien yo sabía que siempre estaría esperándome para continuar. el camino a lo ignoto…
Datos del Cuento
  • Autor: Alberto
  • Código: 23986
  • Fecha: 26-04-2011
  • Categoría: Misterios
  • Media: 6.41
  • Votos: 44
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2861
  • Valoración:
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