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Categoría: Terror

La Loca y su Madre

Sucedió en uno de los pueblos del Marquesado de Moya, pero sólo ese pueblo se enteró, ya que decidieron, debido a lo raro y extraordinario del suceso, no contárselo a nadie, ni siquiera al mismísimo Marqués de Moya.

Una chica, cuyo padre había muerto cuando ella todavía tenía cuatro años(ahora tenía dieciocho), acababa de sufrir la muerte de su madre a los cuarenta años de edad, a causa de una enfermedad, por aquel entonces incurable: un cáncer de mama.
Ya por la noche, alrededor de las doce y media, cuando Gloria, la madre, ya llevaba unas seis u ocho horas enterrada, María, la hija, sola en casa(pues no tenía ya familiares de ningún tipo), empezó a oír una voz muy leve y débil que la llamaba, que le susurraba. Era, sin duda, la voz de su madre que le pedía que fuera a por ella, pues, aunque no lo parecía, todavía estaba viva, pero muy débil de salud, y que moriría si no iba a rescatarla.
Pudo ser que se lo imaginara, debido a que la echaba mucho de menos y su mente le pedía que le trajera a la que fue su ángel de la guarda desde el momento en que nació, y su compañera en los peores momentos de su vida, especialmente, desde que murió su padre, el señor don Pedro, muy conocido y admirado en todo el pueblo y en el resto del marquesado.
O pudo ser también que su madre realmente la llamaba, que aún le quedaba algo de vida que quería aprovechar, algo de vida que se podía salvar.
Pero, en cualquier caso, saltó corriendo de la cama en cuanto oyó esa voz y, sin pensárselo dos veces, salió a la calle, tal y como estaba, en camisón, sin ponerse nada más, con todo el frío que hacía esa noche, y se encaminó hacia el cementerio, el cual estaba, cosa curiosa, a unos cien o doscientos metros escasos de su casa.
Una vez en el cementerio, no tardó mucho en encontrar, junto a la de su padre, la lapida con el símbolo de la cruz, bajo la cuál descansaba ya su madre desde hacía unas horas. La sacó apresuradamente de allí, pues hasta tal punto creía que la vida de su madre pendía de un hilo, un hilo que deseaba convertir en una madeja, una vida que se podía recuperar, y que todo dependía de ella, como le había dicho su madre. La llevó hasta su casa arrastras(pues pesaba demasiado para llevarla en brazos) y, una vez allí, la sentó en una silla, la besó una vez más, como no había dejado de hacerlo a cada momento desde que la desenterró, calentó algo de agua, comprobó que no estuviera demasiado quemando y, a continuación, la echó en la bañera, y cuando creyó conveniente la temperatura del agua, introdujo en dicha bañera el cuerpo de su madre, muerta desde la noche anterior, enterrada esa misma tarde y desenterrada ahora por su propia hija.
Tras bañar y enjabonar a su madre, ésta quedó muy limpia. A continuación, María la secó con mucho cariño, la vistió con un vestido muy bonito con el que resultó quedar muy guapa, como ni en sus mejores años había estado, y, finalmente, la peinó.
Lo más raro y sobrecogedor quizá de todo esto, no es lo que hacía, sino cómo lo hacía, ya que parecía hacer algo que venía haciendo desde hacía mucho tiempo, con toda naturalidad, con toda tranquilidad, aunque, probablemente, sin estar muy segura de lo que hacía.
Tal vez, María no se equivocaba. Tal vez tenía razón, y era su madre quien la llamaba realmente, viva aún o desde Ultratumba, desde el Cielo, desde el Reino de los Muertos.
Mientras la peinaba, le vino a la mente algo así como una visión de la realidad, como si algo le dijera “despierta”. Esto la hizo reflexionar y pensó: "¿Qué estoy haciendo?, ¿Qué?” Pues no hacía, nada más y nada menos, que poner guapa... ¡A UNA MUERTA! La conciencia de este hecho la asustó e intentó calmarse.
Pero no pudo tranquilizarse, pues un instante después se le cayó el peine de las manos, ya que estas dejaron de hacer fuerza súbitamente. Ella estaba aterrada, paralizada de terror, no podía mover ni un músculo, no podía si quiera gritar. ¿Qué estaba pasando?
La tez antes gris y pálida de su madre, ahora con un leve tono coloreado, sus ojos antes llenos de una mirada fría y muerta, ahora llenos de una mirada cálida y viva, le decían ahora a María que su madre no era la de hacía tan solo unos minutos, que no era una simple muerta como hasta entonces lo había sido.
Pero no tardó mucho en asegurar lo que ya sospechaba: los ojos de su madre se abrieron y cerraron varias veces y, a continuación, se fijaron en María. Después se abrió también su boca, y una voz débil salió de ella y preguntó:
- María, hija mía, ¿Por qué has dejado de peinarme?
...
¿Fin?
Datos del Cuento
  • Autor: Lord Yo
  • Código: 17458
  • Fecha: 08-10-2006
  • Categoría: Terror
  • Media: 5.55
  • Votos: 64
  • Envios: 3
  • Lecturas: 3379
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Liliana T.
invitado-Liliana T. 10-10-2006 00:00:00

Me encató tu relato. Me atrapó hasta el final. Seguí asi. Espero tener el placer de leer tus escritos..

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