Cuando era niña mis padres me hablaban todo el año de los Reyes Magos. Mi madre decía que venían en camellos y en una banastas traían juguetes para todos los niños. Era una gran ilusión esperando ese día. Cada año el 5 de enero salíamos a buscar pangola, que era un pasto verde muy hermoso. Queríamos dejar bajo la cama lo mejor para que los camellos se alimentaran. No sé porqué, pero no pensaba en que regalo me dejarían. Sabía que siempre me dejarían una muñeca.
Nunca me causaba envidia los hermosos regalos que recibían mis primas y primos. No se me ocurría que la diferencia en los regalos estaba en las diferencias sociales y económicas de nuestros padres.
En una navidad cuando ya tenía yo apenas diez años, me dí cuenta que los reyes habían dejado una muñeca arriba del ropero del cuarto de mis padres. Me sentí mal. Me gustaba que trajeran la muñeca el mismo día que todos recibían sus regalos. No entendí, pero sabía que ya no vendrían más.
Le pregunté a mi padre y me respondió que los Reyes le pidieron que la dejara bajo mi cama el día 6 de enero, porque ese año no podrían venir. Lloré, lloré tanto. No quería que mi padre me entregara ese regalo, quería que fueran ellos, los tres Reyes Magos que tanto amaba y que esperaba todo un año para saber que vendrían a verme; que cuando yo estuviera dormida se acercarían a mi cama y en silencio me dejarían una sorpresa.
Desde ese día mi alma de niña siguió esperando que un día volvieran.
Con esa misma ilusión ví llegar los Reyes Magos a la alcoba de mis hijos, me invadía una inmensa felicidad ver sus caritas iluminadas por la ilusión de saber que estuvieron allí cada año.
Un día me preguntaron porque a la casa de los demás niños llegaba Santa Claus y a casa no. Les expliqué que el camino era muy pedregoso y el trineo no podía subir, que los Reyes subían el 25 de diciembre camino a Belén y les dejaban regalos. Si se portaban bien cuando bajaran de regreso les dejarían una sorpresa abajo de la cama, pero tenían que dejarle yerba fresca para sus camellos.
Mis hijos han crecido y cada año procuro que reciban la llegada de los Reyes, igual que cuando eran niños.
No sabía que al igual que yo lo hice, ellos hablarían con los Reyes Magos. Y así, un día del mes de mayo de 2004, desperté y encontré una hermosa muñeca de trapo. Lloré . . . lloré como una niña . . .
Los Reyes Magos enseñan a nuestros hijos a creer en aquello que no podemos ver, oir, ni tocar. Les enseña a Amar y recibir amor.
FELIZ NAVIDA!!!!!