Tenía miedo de tirar de aquel mecanismo, sabía que tras aquella gruesa cortina había un juez muy duro que no tardaría en echarle en caras todas sus culpas, era un juez que día tras día, cada mañana, y a veces en otras ocasiones en el transcurso de cada día, le veía a la cara, mudo, escrutador, intransigente, era un juez implacable, el lo sabía, porque le había visto a medida que pasaban los años, y había seguido cada cambio en sus facciones, conocía cada centímetro de su cara, y sabía que en ella se podían leer como en un libro abierto cada uno de sus pecados.
Lo venía planeando desde hace mucho tiempo, esta noche acabaría con el, y para ello se había provisto de un pesado martillo, era un método poco ortodoxo, pero infalible.
¿Por qué habías de ser tan sincero? Preguntó a través de la cortina, ¿Y porque acusarme día tras día en medio del silencio más aterrador? Te grito a la cara y solo logro escuchar el eco de mi voz, He tenido que cubrir mis ventanales con gruesas cortinas, para negarte la luz de la que vives, sin embargo, noche tras noche, en medio de la más completa oscuridad se que me miras desde tu sombrío escondite, he decidido acabar contigo, y para ello me valdré de tu parálisis total, se que no podrás moverte, a pesar de imitarme a la perfección, no podrás salir de aquí, no tienes las piernas que Dios me ha dado, y tu mudez me garantizará que nadie oiga tus gritos de auxilio, y disfrutaré cada golpe, hasta asegurarme de que no existas más.
Abrió la cortina y asestó el primer golpe de martillo, y luego otro, y otro, el ruido era aterrador, pero un equipo de sonido a todo volumen le garantizaba que ningún curioso iba a inmiscuir su nariz en este asunto que le apremiaba y que esta noche debía quedar finiquitado. Golpeó una y otra vez, aún en el suelo y así hasta quedar bañado en sangre, pero asegurándose de la victoria absoluta. Aquel maldito espejo no volvería a mostrarle nunca más la tragedia en la que el había convertido su vida.