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Categoría: Ciencia Ficción

La Noche de los Vikingos III

Ya por la noche estaba sentado en el tejado de mi casa rodeándome las rodillas con los brazos, observaba la luna y las estrellas con un suave viento recorriéndome el cabello; ah, aquel viento...


Pensaba en ella. A mis dieciocho años me habían gustado muchas chicas pero ninguna como ella. Era... era... llenaba todo mi ser, me regocijaba en ella y sentía como mi espíritu se elevaba hacia el cielo estrellado y volaba hacia el infinito.

Cuando no estaba con ella, ansiaba tenerla a mi lado y cuando la tenía cerca sólo quería acariciarla, besarla y tenerla en mis brazos hasta que el mundo desapareciera en el abismo.


¿Podían estar dos personas predestinadas? ¿O era simple azar el encontrarse en esta vida?


Sentía como si la conociera de otras vidas, de otros tiempos, como si la conociera de siempre. Lo sentí la primera vez que la ví con su sonrisa cálida y su pelo negro y liso. El tiempo desapareció y sólo existíamos nosotros, allí, mirándonos, como en un recuentro largamente esperado.


Mirando al cielo daba gracias a Él. A Dios como la gente lo llamaba. Al que estaba allí arriba y me cuidaba siempre, me amparaba siempre y me guiaba en este camino de misterio en la Tierra. Sentía su presencia en aquel momento, en aquella hermosa y mágica noche estrellada y en aquel amado viento; de la misma manera sentía que ella era mi media naranja, que existíamos el uno para el otro.


Ella era la constatación de que esa Mano que todo lo guarda me seguía queriendo y guardando a mi también, pues era como un regalo que disipaba las tinieblas de mi vida y hacía que todo cobrara sentido. Apartaba esa tremenda soledad que siempre había llevado en mi interior y que me hacía entristecer tanto a veces. Y lo más importante de todo: ella derrumbaba el sólido muro de las apariencias que tanto se interponía entre la gente de mi edad y entre las cosas de verdad, como el amor, la amistad y el cariño a los demás.

El muro del aparentar, del creerse superior o inferior a los demás, del tener más o menos dinero o esta marca o la otra; todo eso desparecía con ella. Y lo que era de verdad, las cosas verdaderas cobraban autentica importancia.


      El viento sopló con un poco más de fuerza y mi cabello ondeó con suavidad; miré hacia arriba agradeciendo desde el fondo de mi corazón a Aquel que me guiaba y me protegía el la vida.

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