Me hallaba en el centro de la ciudad junto a dos amigas, conversando acerca de la belleza, la paz, el amor, la claridad... cuando nos enfrentamos a una muchedumbre de personas que con velas gigantescas marchaban vestidos con una sotana morada y un cordón blanco hacia la casa del señor. Me detuve a mirarlos, habían hombres, niños, mujeres, ancianos, curas, perros, gatos, ratas, rateros, comerciantes, ambulantes, locos, mañosos, etc... Y todos, a pesar de sus diferencias tenían el mismo rostro, el de sentirse culpables por la muerte del señor que pude divisarlo a lo lejos. Era un señor crucificado, enorme, un puñado de negros gigantescos lo cargaban... Un sonido muy triste, un gong repercutía nuestras almas, un humo de sahumerio inundaba a cada persona a su alrededor, provocando que se formaran como almas que se disolvían en la noche, y en el lamento de muchas ancianas que de rodillas le seguían, con sus rostros llenos de dolor, llanto, y esas enormes velas que parecían ser dioses de fuego.
Iba a alejarme cuando sentí en mi alma que debía acercarme un poco mas, deseaba saber el por qué la gente que tocaba una pequeña parte de aquella gigantezca estatua se desmayaban, haciendo que otros negros gigantescos las llevaran hacia una pequeña carpa en donde habían camas, ambulancias, enfermeras, y curiosos por doquier. Me acerqué con gran esfuerzo mientras escuchaba los llantos de todo el gentío cuando sentí una mano que cogía mi billetera. Volteé pero solo pude ver a un puñado de chiquillos que con sus inmensas velas caminaban arrodillados pidiendo perdón, piedad al señor... Aún así continué mi marcha cuando vi que una mujer me cogía las piernas, se me pegaba como si fuera una culebra, la empujé, y ella cayó desmallada, haciendo que otros negros la llevaran en los hombros hacia el lugar de reposo... Continué mi marcha y cuando ya estaba a escasos metros lo vi. Sí, vi al señor. Era enorme. Gigantezco. Su sola presencia me hizo escarapelar la piel... ¡Casi lloro! Sino fuera que los brazos de unos negros me empujaron para pasar encima de mí. Y cuando estuve a unos pasos fui uno de los miles que tocaba con las uñas un pedazo de su Imagen dorada.
Todos continuaron su marcha menos yo, pues me quedé arrodillado esperando que sucediera un milagro, algo que le diese sentido a esta vida, pues cuando le toqué, le pedí si podía hacerme el milagro de sentir la paz, el amor, la claridad, todo eso... pero por mas que esperé, nada, nada, nada, nada...
Ya habían pasado todos y yo allí, de rodillas esperando que sucediera el milagro cuando sentí que unos chicos me tiraban piedras, fruta podrida, gritándome: Loco, loco, loco... Me paré y me fui hacia mi casa con la certeza que el único milagro que vi aquella noche fue mi asombro, y mi sed por ver la divinidad...
San isidro, noviembre del 2005