Si tuviera algo que decir, sería: "fue hermoso".Tan hermoso fue que lloré, pero no de dolor sino de contento al ver que de mí mismo salía el milagro de la resurrección... ¡y sin rezar oración alguna!

Todo comenzó aquella tarde en que los rayos del Sol cubrían todas las calles de un color dorado. Si algún fotógrafo le tomara fotos, y luego las mostrara a la gente: todos dirían que era una ciudad de oro.

Mientras paseaba por las calles, no encontré mucha gente; era normal, era una tarde de domingo. No sé si fue por la distancia al lugar al cual iba, o el mismo calor, por lo que detuve mi marcha. Me senté al suelo, y me puse a observar la pista, los jardines, las casas, las veredas... ¡Todo era dorado! Una que otra persona circulaban por los alrededores, como mariposas por las flores de un boscaje. Era un hermoso día de Sol, y yo, estaba tan contento de apreciarlo. ¡Sí señor!

Siempre escuché decir que nada es perfecto; que todo lo bueno tiene un mal final; que estamos en una rueda, o en un ciclo de buenas y malas tardes; y aquella tarde dorada de Sol me demostró que aquel decir, era verdad.

Una familia compuesta por los padres y dos niñas, paseaban por la misma calle que yo. De pronto, una camioneta que pasaba por la misma calle había perdido el control de su dirección, y tocaba el claxon, avisando a la gente de su mortal camino. Era una tarde tan hermosa, un domingo de Sol que, más hermoso sería demasiado... Y allí estaba aquella linda familia, a unos treinta metros de mí, bañados por los rayos del Sol. Dicen que cuando uno está contento, se siente tan pleno que deja de percibir lo que está en su entorno. Yo creo que eso es verdad.

Fui el mudo testigo de cómo aquella letal camioneta, manejada por un muchacho, con los ojos repletos de terror, se introducía en la vereda y reventaba como palitroques a aquella linda familia, haciéndoles volar por los aires como palomitas de maíz, manchando y esparciendo sus cuerpos sangrantes por toda la calle en aquel domingo.

Me pareció estar en un sueño, una pesadilla, porque no pude reaccionar. Cuando escuché que la camioneta se estrellaba contra un muro, zarpé de mi ensueño... Vi como la gente corrían lanzando alaridos hacia el lugar de la tragedia, y me hizo recordar a los gañidos de los buitres volando alrededor de algún moribundo... La gente miraba a aquella familia como un cuadro surrealista de Dalí. Antes de ver a la desgraciada familia fui a observar la camioneta que estaba empotrada contra un inmenso muro. Cuando llegué, encontré al chofer hecho un puré. Tenía el rostro aplastado como una torta de confites, con trozos de vidrio, pedazos de piezas del carro esmaltados de sangre, y con los ojos que colgaban de sus órbitas como gordos lagrimones, queriendo escapar y rodar por la calle en total libertad...

Alcé la vista y no encontré nadie a mí alrededor. Todos estaban al lado de aquella fatal familia. Me acerque al pobre muchacho y le di un beso en la frente, como entendiéndole y perdonándole... Me sentí como un dios. Mis labios quedaron húmedos y calientes por su sangre. Mi corazón empezó a latir con fuerza y lloré, por él y por mí... Cuando me paré, vi al gentío alrededor de nosotros. "Pensarán que soy pariente", pensé. No sé por qué sentí el impulso en decirles que aquel difunto muchacho había sido como ellos, como yo que se ha estrellado contra tantas cosas y que ha continuado su camino hacia una nueva vida, olvidando, como todos, el por qué y para qué... La gente quedó en silencio y creí escuchar susurros que no entendí.

Me paré y corrí hacia el otro grupo de gente que rodeaba a la familia. Cuando llegué, extrañamente, los cuatro estaban unidos por las manos... Pregunté si alguien los había acomodado, pero solo escuché susurros que no pude entender... Parecía un cuadro de Picazo en donde los miembros de dicha familia estaban dislocados en direcciones diferentes, como diciendo: "es un delicioso día domingo". De pronto, percibí que el Sol brillaba todo con tal intensidad que sentí que mi ser empezaba a dilatarse. Los latidos de mi corazón parecían sonar como los tambores del universo... Luego, todo se hizo oro. Mi cuerpo, la calle, la gente, todo... Mi aliento parecía volverse como una nube rosada.

Un impulso me hizo extender mis brazos hacia aquella familia con sus cuerpos en direcciones extrañas, sus rostros pálidos y una vibrante sonrisa en cada uno de sus labios que latía al mismo ritmo de mi corazón... De pronto, de sus narices brotaba aquella misma nube rosada, y escuché: "¿qué sucede?"... Me acerqué un poco mas y, sin poder contenerme, los abracé y lloré, y mis lágrimas eran como perlas de oro brillando como el Sol... Miré el cielo y sentí que todo el universo me observaba, diciéndome: "Eres Dios"... Busqué los rostros de aquella familia y los besé en los labios, con tanta ternura que vi como mi rosado aliento entraba en sus alientos, como un arco iris... ¡Fue tan hermoso!

De pronto, ellos, salieron como de un sueño. Se levantaron, mientras que yo, inexplicablemente caí al suelo, y aquel dorado de las calles comenzó a opacarse hasta volverse gris... Alcé mis ojos y vi a todo el gentío rodeándome, mirándome con tanta ternura y comprensión que sentí una profunda bondad por ellos... Vi a la linda familia delante de todo el grupo. Me sentí tan feliz, tan dichoso que quise llorar pero no pude, quise tocarlos y tampoco pude... De pronto, sentí un peso infinito aplastándome como a una cucaracha hasta dejarme sin una gota de fuerza ni de nada... Me sentí tan cansado que quise dormir para siempre. ¡y fue tan hermoso!...


Joe 27/06/04