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La Verdad Sobre La Gelatina

Las conversaciones pueden ser distintas cada vez. En ocasiones habla de lo mismo. Sus padres en silencio sólo pueden escuchar lo que logra filtrarse por debajo de la puerta. Marlon nuevamente se encuentra castigado esta vez por comer la gelatina que su Madre había preparado para ella y el resto de la familia.

Marlon ya no es un niño y tampoco es un adolescente como para culpar a la rebeldía y a su causa perdida de las tontos embustes o historias raras que se inventa para salir de apuros. Las permutaciones que sufre su anatomía por culpa de la pubertad realmente lo asombran cada vez que se da un baño con agua fría. Los padres creen que cada descargo que realiza su primogénito sólo son pura demagogia infantil, fraudes demasiados imperfectos que se descubren en tres minutos a pesar de que el afirma que esta vez la verdad sobre la gelatina es que el gato vecino se introdujo por la puerta semiabierta, luego pudo abrir la alacena y por último devoro gran parte de postre. Mentiras, todas son mentiras, alego su Padre e inmediatamente impuso el castigo de la soledad en la habitación de Marlon.

Su personalidad es inexplorada, hay ocasiones en la que ni el mismo se reconoce. La televisión dejo de ser un juguete que ya no puede de captar su atención dese hace bastante tiempo. Marlon se entretiene más cuando se sumerge en las fantasías que como ahora describe en silencio. La habitación es grande, todo esta suficientemente en orden gracias a Mamá que se la pasa horas tratando de poner todo en el lugar que corresponde: La repisa con sus autos de colección, los peluches que tanto adora y que son pocos, la colección completa de la zaga de los transformes y algunos cuantos cuentos que nunca dejarán de asombrarlo a pesar que estas alturas ya están grabados perpetuamente en su compacta memoria.

Ahora Marlon trata de recrear algún paraje de la historia privada que sólo existe en su imaginación. Un recuerdo lo asalta, puede apreciarlo nítidamente. Todavía era un niño cuando sucedió, eran aquellas tardes de llenas de domingo y también de fútbol. El solía formar parte de la selección del colegio religioso que torturo su infancia, en realidad pocos lo hacían pues la gran mayoría de alumnos se la pasaba jugando a rezar en la capilla aledaña de la escuela. Su equipo era derrotado con facilidad y los once jugadores parecían no estar muy interesados en marcar goles al equipo rival. La cara de su Padre terminaba siempre más larga debido al fracaso deportivo de su hijo por ello la tarea de acompañar cada domingo a su primogénito se hacía cada vez más tediosa, era más placentero en cambio, elegir una tarde dominguera de sol, un vaso de tequila y alguno que otro cigarro con filtro. Marlon trae a su mente la ocasión en que su Padre se negó a acompañarlo para apreciar el último partido fingiendo una fractura de tibia y peroné. Mamá aborrecía la idea de llevarlo aduciendo que no le gusta el fútbol, en particular porque es un deporte para sanos bárbaros. Así que Marlon tuvo que caminar hasta la casa de un compañero vecino y resignarse a que el padre de este lo llevará. Marlon no pudo evitar sentirse triste y si en anteriores ocasiones la suerte no le sonreía ese día la suerte ni siquiera se acordó de él. Su equipo fue apabullado por uno de peor nivel. El regreso a casa fue silencioso, debía esperar las interrogantes de su padre acerca de lo mal o bien que le fue en el juego. Papá esperaba la misma respuesta negativa, pero esa tarde Marlon descubrió su mejor defecto o peor virtud que luego le ayudaría a inventarse sólo buenos momentos: Ganamos Papá, dijo Marlon con una sonrisa en el rostro que su Padre no pudo distinguir la mentira en el acto. Marlon contó hasta anécdotas que sucedieron durante el transcurso del partido e incluso acoto el gran pase que le dio a un delantero para que este anotara en valla contraria. La felicidad en casa sólo duro ese día pues al siguiente Marlon sufría encerrado en su habitación el castigo de su mentira y por haber puesto en ridículo a Papá que el Lunes muy temprano y antes de asistir al trabajo se había dado tiempo para felicitar al entrenador del equipo por la tardía victoria

Parecen años los que han transcurrido dentro de esa habitación pero en realidad sólo han sido un par de horas. Los Padres de Marlon escuchan nada más que voces desde el otro lado de la recamara intentando descifrar la actitud de su hijo. Eran diálogos o monólogos deportivos, gritos de brega para no dejarse quitar el balón, ruegos que pedían un buen pase, la narración de un partido de fútbol que sólo existe dentro de esas cuatro paredes. Preguntas que exigen explicación como respuesta. ¿Por qué no me acompañaste Papá? el otro equipo no era mejor que nosotros, pudimos haber ganado de verdad si hubieras estado carajeándome desde la tribuna y no sentado en tu viejo sofá que un día de estos voy a quemar. Sus padres ya reconocen esos reclamos que suelen hacerse menudos cada oportunidad que Marlon es castigado, confiados en que su hijo otra vez esta jugando a la víctima o al soñador se van cansados a descansar, él también se va a cansar, piensan.

Parece que el sueño lo derrota pero el aún puede seguir pensando, recrea esta vez algún instante en el parque, tratando a contar el gras y casar mariposas. Deslizarse como una nube y oír la voz de sus padres que aburridos obligan al retorno. Son ellos quienes se van porque Marlon sigue corriendo sin rumbo y ve la bicicleta que siempre quiso y nuca tuvo. Sube a ella y da vueltas por el parque, se sabe la envidia de todos lo niños que lo ven pero esta vez una ronca voz que lo regresa a la realidad de la que tantas veces como ahora intenta escapar. Es la voz de Papá que le ordena guardar silencio, desconectar la lámpara de luz y echarse a dormir en el acto. Marlon tiene que obedecer aunque prefiero no hacerlo para seguir castigado y escapar cada vez un poquito más lejos.

Esa noche mientras todos dormían en casa de Marlon, el enorme y peludo gato blanco de la familia de al lado ingresaba por la puerta semiabierta de la cocina y por alguna rendija y con algo de dificultad lograba introducirse a uno de los compartimiento de la alacena y además de comer el resto de la gelatina también se daba un banquete de milanesas que Mamá había dejado preparado para el desayuno del día siguiente.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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