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La bruja de Rosemont*

*Mencion honorífica 2o concurso de cuentos Saguenay-Lac Saint Jean/Quebec (Canada) 2001

(c) Juan Manuel Torres Moreno

Marcel soñó una calle de una ciudad ajena. Una calle alejada, lejos del ruido del centro. Con grandes casas de jardines oscuros llenos de hongos, caracoles y árboles sombríos. En la calle hay una casa grande de estilo victoriano muy antigua, con paredes de ladrillo rojo cubiertas de hiedra. Y en la casa hay muchos cuartos. Algunos de ellos con ventanas condenadas que dan solo a paredes desnudas. En un cuarto hay una vela encendida sobre una mesa de madera. Una bruja vestida de negro lee unos naipes muy gastados. La bruja se levanta, toma un cuchillo de carnicero recién afilado y camina en el sueño de Marcel.

Estela sabe que la mujer de negro está loca. Sabe que desea matarle. Y sabe que no podrá hacer nada para evitarlo. Desde la infancia recuerda un montón de leyendas del Finisterre sobre brujas que devoran las entrañas frescas de sus víctimas en calles oscuras en España. Historias que la aterran secretamente en sus sueños. Fue una imprudencia lo de pasear esta tarde justo por esta calle solitaria, y más aún de detenerse a mirar la casa con paredes cubiertas de hiedra, y de escuchar a la vieja pidiendole ayuda para mover algo dentro de la casa. La mujer aquella era una vieja extraña. Estela lo supo casi al primer instante porque la mujer era una bruja. No debió haber entrado a la casa ni aceptar tampoco la taza del extraño thé color rojo oscuro que le ofreció. No debió haberse demorado más de un minuto en esa casa maldita con múltiples cuartos cerrados. Las brujas no existen sólo en lo sueños ni sólo en los cuentos de la infancia. Las brujas existen en las casas malditas soñadas en las ciudades ajenas. Un mareo la invade repentinamente. Poco a poco deja de escuchar la voz de la vieja que juguetea con unos naipes gastados mientras habla siempre en un idioma extranjero. Factum hoc existentiam. Dei probat sine dubio. Beatus vir qui non abiit in consilio impiorum, et in via peccatorum non stetit. Estela se encuentra mal. Se sienta tambaleante en la silla de madera con respaldo alto. Se recuesta sobre la mesa, mientras la luz de la vela se hace negra y proyecta sombras vacilantes sobre las paredes desnudas. In cathedra pestilentie non sedit

Marcel sigue soñando el cuarto con la bruja. Una sola vela encendida ofrece una luz grasienta y negra que se pega a los objetos. Además de la bruja hay alguien más en el cuarto, sentado en la silla. Alguien que Marcel no consigue distinguir con claridad, pero que está angustiado y atado de pies y manos. La bruja camina hacia la silla de madera con un cuchillo en la mano, dirigiendo diestramente la punta recién afilada hacia un cuello indefenso. Sabe que la bruja se comerá después las entrañas calientes de la victima. Marcel despierta en ese momento. Un sueño desagradable con sudor frío, como todos los sueños desagradables. Son las siete de la tarde y es hora de su paseo de fin de semana. Sale de su casa andando distraidamente y sin quererlo se encamina hacia las calles del centro. El ruido lo molesta y por eso ahora da vuelta a la derecha y pasea por los faubourgs de la vieja zona residencial de Montréal. Camina entre calles tranquilas aunque un poco solitarias. Llega a Queen Mary. Fachadas elegantes de casonas antiguas con largos jardines. Ni un alma en la calle. Nadie se atreve a perturbar los encantos de la noche. ¿Podría ser una de estas calles la misma calle de su sueño? ¿Podría la realidad existir en los sueños más desquiciados? Marcel obtiene la respuesta al momento de pasar enfrente a una casa cubierta de hiedra que se parece a la casa soñada. Ladrillos rojos tras la planta trepadora. El mismo jardín con hongos, líquenes y los árboles que la oscurecen en sus pesadillas. Las múltiples habitaciones que quizás ocultan horrores en su interior. El cuarto con la vela encendida.

Cuando despierta está amordazada, atada fuertemente a la silla de un cuarto vacío que da a la calle. Paredes desnudas. Signos extraños pintados entre las sombras. Cruces invertidas. La vela ilumina muy poco, apenas para invocar las maldades de la noche y para distinguir la figura de la bruja de negro que sigue leyendo naipes y contando historias ajenas. A través de la ventana ve un paseante solitario en la acera. Un paseante que mira fijamente la hiedra trepadora, los árboles, los hongos de la humedad, las ventanas condenadas; y que adivina el horror que quizás se oculta entre los cuartos de la casa. Imposible gritar para atraer su atención, pues se halla cautiva y amordazada en una casa maldita soñada por un hombre cualquiera, en una ciudad cualquiera.

La bruja camina despacio en el cuarto que da a la calle que soñó Marcel. En el cuarto hay una mesa y una silla de madera. Sobre la silla de respaldo alto se encuentra una mujer. Una mujer joven atada y amordazada, temblando de terror. Sudando frío. El corazón latiendo muy fuerte. La bruja se acerca mostrando sus dientes repugnantes, y no oculta sus ganas de comerse las entrañas de alguien. Cierra los ojos con fuerza cuando siente el filo del cuchillo tocar su cuello desnudo, cuando comenza a abrir su blanca piel con un dolor agudo y un hilo de sangre que escurre.

Despierta gritando. Se lleva una mano temblorosa a los senos. Tiene el corazón latiendo aceleradamente y un sudor helado que le moja apenas la piel. Los vellos de los brazos estan erizados. Se toca el cuello que por supuesto está intacto. Todo termina ahí. Recuerda sin embargo todo su sueño con una claridad espantosa que la hace estremecerse. Si cierra los ojos la visión sigue ahí: se mira paseando sola entre calles desconocidas de una ciudad ajena. Recuerda haberse detenido un instante a mirar hacia una antigua casa de ladrillo rojo con muchas habitaciones y un gran jardín oscuro y húmedo. Mirar hacia el cuarto que tiene una vela encendida, que ilumina apenas unas cruces invertidas y a una espantosa bruja vestida de negro que baraja unos naipes gastados. La ve caminar hacia una silla hablando siempre en un idioma extranjero, con un afilado cuchillo de carnicero en la mano y dirigir habilmente la punta sobre el cuello indefenso de Marcel.
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
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