Se pudo escuchar entre las blancas nubes un ensordecedor quejido que provenía del Monte del Grifo, era, efectivamente un grifo, el último de los grifos. Aquel era el único sobreviviente de una gran manada de aquellas elegantes criaturas; mitad águila, mitad león. Calló del cielo una estrella más aquella noche, la luna se quedó sin compañía, y solitaria en ese enorme cielo azul, la luna lloró. Desde la perspectiva de un ser humano aquel llanto hubiese sido llamado lluvia de meteoritos. El responsable de todo esto fue el mismísimo ser humano que por codicia exterminó a los compañeros de la luna azul que ahora lloraba sin cesar.

Y soñaba en soledad la luna con que regresarán aquellas criaturas de la noche que le hicieron alguna vez compañía en su morada. Los unicornios intentaron consolarla pero nadie pudo cesar el sollozo de la luna que, a pesar de todo, seguía llorando. Los mejores magos intentaron revivir a la criatura que ellos mismos destruyeron, pues el llanto de meteoritos de la luna podría quizás destruir la tierra que conocemos, cambiando así, todo pronostico de sobrevivir en este mundo.

Un día la luna dejo de llorar. Y la lluvia de meteoritos cesó. Y decidida desapareció, nadie vio a donde solo que ya no estaba, los mejores astrónomos la buscaron en los dos hemisferios pero nadie la pudo ver. “La han tapado las nubes” decían algunos, “Hay eclipse” decían otros, no importaba cuanto buscaras no la ibas a encontrar porque la luna había muerto.

Aunque no lo creas la luna había muerto, se había ido a reunir con sus amigos los grifos y cuando los hubo ya hipnotizado a todos los que estaban en el otro mundo y así desafiándolo todo regreso a vivir en su azul cielo con sus amigos grifos que viven ahora a su costado sin moverse para que así nadie jamás los separé otra vez.