Anoche soñe contigo... estábamos tumbados encima de la hierba, en aquel pueblo de nombre innombrable que tantos recuerdos dejó marcados en mi corazón. Descansabamos al sol. De vez en cuando nos incorporábamos para charlar o mirabamos a nuestro alrededor. Al fondo jugaban unos niños, en unos extraños columpios que parecían esculturas traidas de un museo, últimos modelos retorcidos de hierros entremezclados con tiras de tela de muchos colores. Pero aquellos niños se divertían, reían, no dejaban de girar y juguetear con las tiras mientras se esquilaban y se lanzaban al suelo buscando hacer cada vez mayores proezas desafiando el principio de la gravedad. De repente alguien nos gritó:
- eh!, está la comida en la mesa, no tardeis que se enfría.
Nos levantamos recogimos la pequeña manta sobre la que estábamos tumbados y lentamente fuimos caminando hacia una pequeña casa color mostaza, plenos de sol, acalorados pero sin quitarnos la sonrisa, la quietud de aquel campo, de los labios.

Comimos, y llegada la noche nos fuimos a dormir. Tú me dijiste escoge la habitación que prefieras, no creo que venga nadie más esta noche. Yo mirando distintas puertas pero sin abrir ninguna te dije: esta misma parece bonita. Entré en ella, la cama era blanca, radiante, tenía una extraña luminosidad, parecía envuelta en una luz de luna y a pesar de estar la habitación a oscuras yo no podía dejar de ver como aquella cama iluminaba toda la estancia. Me acerqué a ella y llamándote con la voz temblando de emoción te dije: -mira ven, ¡has visto!!! mira la luz que tiene esta cama!! ¡qué bonita! Nos quedamos como embobados mirándola, parecía de día, la colcha era como un manto de luz, de limpieza, de esplendor y estando quietos viendo aquella luz, de repente la escena cambió.

Aparecimos ya en la ciudad, cansados del regreso de un viaje de varias horas, al pie de un coche color miel y con unas pequeñas maletas a nuestro lado. Acercándote a mi me diste un beso en la mejilla y me dijiste: mañana nos vemos. Yo te devolví el beso y contesté: estaré en el bar de siempre, ya llamo yo a todos y allí nos vemos.

La escena cambió de nuevo y me ví sentada en un taburete tomando una copa de vino, apoyada sobre una barra de madera y mirando el reloj. La gente fue llegando, dos besos, qué tal todo, que tal el viaje, cuanto tiempo.... pasaba el tiempo y tú no llamabas, no llegabas. Trascurridas dos horas, los demás andaban llamándote, nerviosos, pensando en que podía haberte pasado algo, déjandote mensajes, preguntándose en dónde estarías. Sin embargo yo estaba tranquila, no estaba preocupada, ni yo misma sabía porqué, como si todo fuera algo normal. Al final cada uno nos marchamos a casa y oí a alguien que a lo lejos me increpaba: - pero qué tranquila estás, ¿es que no piensas que le haya pasado algo?. Y yo con una sonrisa mirando a aquella persona le decía: no, será que algo importante le habrá retenido.

La escena de nuevo cambió y me ví acostada en mi cama tratando de dormirme pensando lo que iba a hacer al día siguiente, posiblmente llamarte para ver qué había pasado, cuando de repente interrupiendo mis adormilados pensamientos, sonó el teléfono: al otro lado escuché una voz conocida, eras tú.
Y con un tono de voz que se desbordaba por toda la habitación, con una emoción casi infantil, dificil de describir pero que yo bien sabía a que se correspondía me dijiste:
¡Es increible!! no he podido resistirlo, he regresado al pueblo, quería ver tu habitación... sigue igual, la cama blanca, con una luz de luna, con una limpieza dificil de describir....tienes que venir, te echo de menos.

Yo, al otro lado del teléfono, comencé a llorar, pero era un llanto de emoción por algo que significaba mucho para mi...

Y entonces desperté... no había cama blanca, no había pueblo, ni tan siquiera ciudad, me levante, miré mi cama que apenas se dibujaba entre la oscuridad y dándome cuenta de que todo había sido un sueño... lloré más.