Gina Sapling, una joven inglesa recién licenciada en Derecho, vivía sola en un piso antiguo del Madrid céntrico, el cual había pertenecido a su abuela. No tenía trabajo, pero subsistía gracias a los ahorros que le legaron sus padres.
A veces, había pensado en volver a la casa familiar en la que se crió, y en la que ahora solo vivía su hermano Willem. Le echaba enormemente de menos. En cada rincón de su infancia, en cada recuerdo pasado, aparecía la imagen angelical de su hermano, del que ya no sabía nada. Gina le escribía todas las semanas, llevaba años haciéndolo. Nunca recibió respuesta a ninguna carta. Llamaba por teléfono, pero su hermano nunca respondía. Y sin embargo, nunca hubo ninguna discusión entre ellos. Se adoraban mutuamente y Gina siempre lo defendía ante todo cuando eran niños.
Aquella tarde de domingo fue la más feliz de las que Gina recordaba. Llamaron al timbre, y al abrir la puerta se encontró ante ella a un muchacho alto y esbelto, pálido, con un adorable cabello castaño y unos enormes ojos azules. Sin poder articular palabra se tiró a los brazos de aquel chico y decidió una vez más que Willem era el ser más perfecto del Universo. No le preguntaría por los años de olvido, no se enfadaría con él jamás. Ahora por fin volvían a estar juntos. Por fin, ya no estaba sola.
Willem dijo que había vuelto para quedarse a vivir allí, y Gina estuvo encantada. Su hermano se convirtió aún más en el centro de su vida. Algunas noches padecía insomnio, y se sentaba junto a la cabecera de la cama de su hermano a observarle durante su sueño. Otras veces, podían pasarse hablando toda la noche. Salían a pasear por la ciudad y todos les miraban. Ella agarraba el brazo de su hermano con orgullo. El chico llamaba la atención de la gente como si se tratase de una estrella de cine.
Una mañana, el cuerpo sin vida de Gina apareció retorcido al final de la escalera, con el cuello roto.
La policía entró en la casa. Todo estaba en perfecto orden, un auténtico piso de soltera. El agente preguntó a los vecinos sobre la joven.
“Se llamaba Gina, era inglesa y estaba totalmente loca. Se mudo aquí hace algunos años y siempre ha vivido sola. Tampoco se la veía con amigos y no tenía trabajo. Desde hace algunos meses, comenzó a hablar y reír sola, a cualquier hora del día o de la noche, todos la oíamos desde nuestras casas. Cuando salía a la calle iba hablando ella sola y parecía que agarraba la mano de alguien. Estaba completamente desequilibrada. En la cafetería pedía siempre dos tazas, y ella tomaba una. Así era con todo. A veces, yo también tenía miedo de ella”.
Hola!... Ana este cuento es muy bonito me gusta, es corto y conciso y eso es bueno, esta mañana respondi a tu e-mail y te escribi q leeria los cuentos q me recomendaste a esto se deb el titulo del comntario esta chevere este cuento pobre inglesa, una cosa escribe en todos tus cuentos de la misma forma tu nombre es q quize buscar por autor p ver todos los tuyos y no pude porq no has escrito = en todos es " ana dm" o "anna dm" o.... bueno espero q todo en tu vida este bien cuidate y sigue escribiendo...... Mora........