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La carta que circula

Desde hace tiempo viene circulando una carta sin firma. La están recibiendo en sus buzones gentes de los pueblos del norte de navarra, también en Pamplona. La carta, escrita en euskera y castellano, empieza lamentando las muertes causadas por ETA, doliéndose de esa lacra incomprensible. Luego, la carta, se dirige directamente en primera persona a Pernando Barrena, hace un llamado a su conciencia. La carta dice que es seguro que D. Pernando es un hombre de bien a quien estas cosas tienen que repugnar, y le pide, por favor, que alce su voz frente a esta barbarie.

Esta carta es todo un síntoma de cierta conciencia bienintencionada y miope, de cierta ingenuidad autoengañosa que aqueja a parte de nuestra sociedad. Ante la barbarie, la chulería y el desprecio a la vida, la respuesta parece ser gimotear pidiendo un poco de cordura, como si después de años de buenas palabras, de silencio en las concentraciones, de mantener dolorosamente la serenidad, de sostener la dignidad democrática ante las provocaciones, de ver morir a gente buena e indefensa, Pernando y compañía no hubieran tenido tiempo de darse cuenta de las cosas y todavía creyera alguien que se les puede abrir los ojos con razones y halagos.

Por desgracia, del lado de quienes no hacen ascos a la violencia, están muchos venerables padres de familia, hombres y mujeres que se diría sufren un particular déficit, un pernicioso virus que les hace inmunes al sufrimiento de los demás. Esto no es nuevo. También en la época nazi había hombres y mujeres "de bien" que no se inmutaba cuando sacaban a su vecino a rastras hacia un campo de exterminio.
Esto tiene causas complejas y requiere, sin duda, largas explicaciones, pero una cosa es cierta: el peor favor que puede hacerse a estas gentes -y el peor que nos podemos hacer a nosotros mismos como sociedad madura- es no hablarles claro, no denunciar sus argumentos y permanecer en silencio; no trazar una línea y andarse todavía con paños calientes y querer contemporizar con quienes viven en la miseria moral del desprecio a la vida.

Este punto del silencio tiene una dimensión especial. Se dice que Navarra es una sociedad viva, plural, reivindicativa. Se nos dice además que estamos a la cabeza del bienestar, que nuestra sanidad o nuestra sistema educativo van por delante de los demás. Esto puede ser así, pero en Navarra hay enfermedades que Osasunbidea no puede curar, y cobardías que no se superan en la escuela, porque algo de enfermo y cobarde tiene una sociedad donde la gente no se atreve a decir lo que piensa y donde multitud de cargos públicos y gente corriente debe ir con escolta, soportar insultos y poner en juego su vida entre la indiferencia general.

Este escándalo sin paliativos, más hiriente todavía en pueblos pequeños, se aposenta poco a poco, se hace usual, y no levanta, en una sociedad muy celosa de sus derechos, la conmoción y el escándalo que acompañan a otras causas, por ejemplo la construcción de un parking o la ubicación de ciertas infraestructuras. Se diría que la suerte de estas gentes que nos representan a costa de su vida, o de quienes toman la palabra ante nuestro silencio, no va del todo con nosotros.

Es cierto que se ha avanzado, y que las cosas son un poco distintas, pero es precisa una auténtica rebelión social. Se necesita que la sociedad se articule en defensa de la libertad, que deje de estar adormecida, que haya un apoyo explícito a quienes en los Ayuntamientos, en los pueblos, en la Administración de Justicia, en los centros de trabajo, en los medios de comunicación, están dando la cara.
En esta tesitura histórica no hay otra causa. Esta es la causa. No existe otro combate más generosos y solidario que éste. Si no somos sensibles a lo que ocurre a nuestro lado, malamente tendrá sentido cualquier otra empresa.

La carta que da pie a este artículo es una carta falsa. Si, en el mejor de los casos, el Sr. Barrena se conmueve y cae en cuenta de la realidad, lo mas que lograríamos es que hiciera como tantos: irse en silencio sin meter ruido y dejar que otro -seguramente peor- ocupara su puesto.

Juguemos mejor otra carta: la de perder el miedo y tomar la palabra. Y el que quiera entender, que entienda o, al menos, que no nos pueda achacar en el futuro que no le hablamos nunca claro.
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