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Categoría: Terror

La casa de los juegos

LA CASA
Por: Luis Gelain Salido.

Hoy llegué a mi casa y la encontré diferente, desordenada y distante. La veo acomodada en sus cimientos mirándome. De un aspecto indiferente hasta tétrico podría afirmar. La estudio detenidamente asombrado totalmente; siempre postrada en el mismo lugar mirando al infinito descomunal del cielo, ahora con los ojos apagados me espera con sus brazos a que la penetre. No lo sé, algo en esta puerta no me gusta, la madera de la que está elaborada me recuerda un hecho de la infancia que se quedó grabada dentro de mi mente hasta la fecha. No, no entrare prefiero quedarme afuera a que ese monstruo me devore.

Jugaba a la pelota, la azotaba contra la pared de una casa abandonada, el sonido que se producía al tocar el muro, emitía un eco que se revoloteaba por los recovecos de la casa. Nadie diría nada, podría gritar mi nombre y nadie respondería. Golpeaba fuertemente con la pelota, brincaba los charcos que se hacían en el suelo, corría y tropezaba… no pasaba nada.

Volvía todos los días después de la escuela, sacaba el lunch que no comía en el receso y lo ofrecía a los moradores fantasmas de la casa. Repetía varias veces si deseaban un poco pero lógicamente no obtenía más respuesta que mi propia voz ocasionada por el eco. Invente mil juegos, en uno de ellos imaginaba que alguien, un monstruo me seguía y debía escapar de sus feroces fauces, yo me escondía para que la fiera no me encontrara ora me escondía en un cuarto ora en un sótano. Después decía “te atrapare desgraciado y te comeré” para que el eco repitiera las palabras dándole realismo al juego e imaginaba que alguien me seguía, era fantástico; salí disparado cual relámpago en una noche de lluvia.

El juego de los fantasmas era espectacular que le llame “La celestina” gracias a un libro muy antiguo que mi abuelita guardaba en su librero y el dibujo del mismo me llamó tanto la atención que se quedó como fotografía en mi mente y dicho dibujo asemejaba el atrio de la casa esa. Era una mujer fea, horrible, la pasta era dura y estaba empolvada, las páginas se habían vuelto amarillas y frágiles por el tiempo, el libro me pareció fantasmagórico, hasta la fecha me da escalofríos así como sacado de una tumba de algún muerto. No recuerdo como llegaron a mis manos una sabana roja con figuras amarillas pintadas, creo que una tía se la regalo a mi madre hace años en el aniversario de bodas; nunca le gustó del todo y la arrumbó en un rincón del closet por largo tiempo hasta que yo la descubrí. No le importó que la tomara “prestada” además no creo que siquiera se haya dado cuenta que me la llevé.

Por las tardes me ponía la sabana encima cubriéndome totalmente, en el segundo piso me postraba ante la ventana y me quedaba inmóvil en aquel entonces era tan flaco que parecía poste de teléfono, imitaba a las estatuas sin mover un solo dedo, era difícil pero con el tiempo dominé los cosquilleos y los tics nerviosos que te hacen moverte. Allí quedaba parado esperando que algún transeúnte volteara y poderlo asustar con mi disfraz. Que alguien viera el fantasma, mi fantasma. A veces tenía que llamar la atención tirando pequeñas rocas a los enamorados que se besaban en la acera o a los viejecillos que caminaban por la calle. Era divertido jugar así, realmente me divertía como loco.

Al correr de los años, fui creciendo pero la casa permanecía igual, inmóvil intransigente a no quererse caer. Mis gustos cambiaron, mis aficiones y los juegos. Esa vieja casona se convirtió en mi templo, mi confidente, mi amiga… la única que he tenido hasta entonces. Ya no jugaba como antes, ahora dormía siestas y leía; algunas veces hasta escribía poemas.

Esos ventanales cubiertos de polvo, los arbustos espinosos tapando gran parte de la casa, pobrecita amiga mía, amante solitaria. De paredes color amarillento, cayéndose de viejas, aromas peculiares de viejo y encerrado. Pero siempre allí majestuosa y con un porte elegante. Siempre quise vivir allí, compartir con mis hijos las aventuras que yo tuve. Esta casa, que mira a la gente pasar tiene mil historias que contar, niños que jugaban a esconderse, niños que se volvían jóvenes, jóvenes que se volvían adultos y adultos que regresaban envejecidos; todo cambiaba menos su fachada. Esa casa me enseñó a fumar, también me enseño a ser hombre, los secretos de la virilidad, me educó en el arte de no hacer nada y disfrutarlo. Así, de manera sencilla viví en esa vieja casona por muchos, muchos años soñando y llorando. También escribí una cortisima historia sobre un joven que iba todos los días a una vieja casona a jugar y a hacerse hombre, un morador provisional que se enamoró de una casa.

Ahora me niego a entrar, esta que solía ser mi casa me parece distante, extraña y marchita. No es mi casa, por lo visto debí haber errado el camino, ya lo se, me he perdido otra vez, siempre me pasa, siempre tomo el camino largo y termino mirando absorto a esa vieja casa, esas ventanas, esa puerta de madera invitándome a entrar; mañana la derrumban y dentro mi cadáver podrido colgando del techo cubierto de una sábana roja con pinturas amarillas se irá con ella.

3 de marzo del 2007.
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
  • Media: 6.08
  • Votos: 63
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