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Categoría: Ciencia Ficción

La catástrofe

~~‘¡Otra vez lunes!’ maldijo Juan cuando el reloj le despertó con una tonadilla moderna.
‘Tengo ganas de que lleguen las vacaciones.’
 ‘¡Ah!’ No te enfades,’ le dijo la mujer, tratando de consolarlo, ‘yo también me tengo que levantar, y no porque me guste.’
Ella fue la primera en tirarse de la cama. En pijama fue al wáter, se lavó y volvió al dormitorio para vestirse. Juan ya estaba en el wáter.
 Veinte minutos más tarde el matrimonio estaba desayunando en la mesa del comedor.
 Juan y Amanda no tenían hijos. Sólo hacía un año que estaban casados. Juan era español y llevaba trabajando en Holanda desde el ’94. En el ’98 conoció a Amanda en un baile que organizó el Club Español en la ciudad de Utrecht. Un año más tarde se casaron. Juan trabajaba en una torre de perforación marina en el Atlántico Norte. Sólo venía a casa los fines de semana. El lunes por la mañana volvía en tren hasta La Haya. Desde allí iba en helicóptero a la torre. Los demás compañeros iban igualmente transportados en helicópteros. Había tres equipos que trabajaban desde el lunes por la tarde hasta el viernes por la mañana. A este grupo pertenecía Juan. El otro grupo se componía igualmente de tres equipos. Éstos trabajaban desde el viernes por la tarde hasta el lunes por la mañana. Amanda trabajaba de enfermera en el Hospital Académico de Utrecht. Cuando Juan volvía los viernes por la noche, lo primero que hacía era abrazar a su mujer y llevarla a la cama. Cosa natural entre gente joven. El sábado iban de compras y el domingo por la tarde iban al Club. La noche del domingo hacían de nuevo el amor y el lunes...el maldito despertador les anunciaba la separación semanal.
 La compañía que explotaba la torre tenía un laboratorio secreto en la misma torre. Pero la torre de trabajo y el laboratorio estaban separados por una plancha de acero inoxidable. En el laboratorio sólo podían entrar un par de científicos.
 Todos llamaban a la torre, la plataforma. En la plataforma se trabajaba muy duro, pero en las ocho horas diarias, tenían una hora para comer y descansar y dos pausas de media hora para tomar café u otra cosa. El sueldo era bastante más alto que en tierra. El peligro no era mucho. Todo estaba muy bien construido para evitar accidentes. Hacía muchos años que hubo un accidente mortal, pero fue por culpa de la misma víctima. El muchacho accidentado quizo hacer una gracia y, en vez de meterse en la vagoneta de la torre, se enganchó fuera de la puerta y cayó contra una grúa, quedando muerto en el acto.
‘¡Oye, Juan!’ Era la voz del capataz. ‘Coge esa cadena y sujeta el tubo con ella.’
Juan hizo lo que el capataz le ordenaba. Amarró la cadena al tubo perforador y tiró hasta colocarla en el sitio preciso donde entraría por un tubo más ancho y de ahí penetraría en las entrañas del fondo marino.
‘¡Petróleo! ¡Petróleo!’
Esos eran los gritos que se oían diariamente en la plataforma. Pero, un día se oyó otra voz; la voz de alarma:
‘¡Evacuar la plataforma!’ se oyó por los altavoces. ‘¡Vayan subiendo a los helicópteros, se espera una fuerte tormenta que ya está encima de Inglaterra! ¡Peligro! ¡Peligro!’
Los helicópteros fueron llegando y saliendo a muy buen tiempo. De pronto empezaron a subir las olas a una altura de varios metros. El viento y el agua del mar zarandeaban la plataforma como si se tratara de una torre de cartón, pero todos los obreros ya estaban en tierra firme. ¿Firme? Toda la costa de Holanda empezó a inundarse. Todo “quisqui”corría con bicicletas, coches, autobuses, trenes y, hasta con caballos, hacia el este del país. El oeste y el norte de Holanda se lo tragaba la furia del mar. La provincia de Utrecht se convirtió en puerto de mar. Y, no sólo Holanda, sino Bélgica, Francia, España y Portugal sufrían aquella especie de tsunami. De Inglaterra había quedado bien poco. Las islas del Canal de la Mancha habían desaparecido bajo las olas.

 Habían pasado ya dos meses de aquella catástrofe de la naturaleza. La Universidad de Utrecht se dedicaba a explorar las nuevas playas que se habían formado en la provincia. Juan había encontrado trabajo de ayudante en un equipo especial de investigación. Su esposa había buscado una recomendación por medio del director del Hospital Académico y, de esa forma
 encontró Juan su colocación.
 En la playa de Amersfoort estaba el equipo atareado en recoger cuanto el tsunami había traído a esa nueva costa. De pronto Juan vio algo que flotaba cerca de la orilla. No sólo flotaba, sino que parecía nadar sobre las aguas.
‘¡Señor Albert!’ llamó Juan.
‘¿Qué ocurre?’
 ‘Mire allí,’ dijo Juan, señalando un punto con la mano derecha.
‘¿Qué te parece que puede ser eso?’
 ‘¡Ah!’ contestó Juan con una sonrisa. ‘No creo que sea un aguamala.’
 ‘¡No, hombre!’ El señor Albert hablaba con extrañeza. ‘¡Si parece un niño chico!’
 ‘Si usted quiere, puedo ir a por él.’ Se ofreció Juan.
‘Sí, vé a por él.’
Juan no se hizo rogar ni un segundo. Enseguida se desprendió de sus pantalones y de su camisa y se tiró al agua. En pocos segundos llegaba a lo que, según el señor Albert, parecía un niño chico. Cuando Juan logró cogerlo vio que no era un niño chico, sino un bebé. Se veía que estaba agotado, pero seguía nadando como si de una persona mayor se tratara.
‘¡Gu, gu, gu!’ y ‘¡Pama, Pama!’ eran las únicas palabras que el bebé pronunciaba.
‘Es bastante extraño que un bebé pueda nadar de manera tan perfecta.’
El señor Albert mandó recoger todo, subir a la furgoneta y regresar a Utrecht. Lo que se había encontrado era suficiente por el momento. El bebé fue reconocido por especialistas del Hospital Académico. Lo único raro que encontraron en él era que los dedos los tenía unidos por unas especies de pequeñas aletas. Además, el niño se secaba en seguida. Lo metieron en una bañera llena de agua y entonces parecía que gozaba, nadando con un pez. Pronto le pusieron el sobrenombre de “bebé acuático”.

Cuando la noticia se empezó a dar en los periódicos, una señora del este del país, vino a Utrecht preguntando si le daban permiso para ver al bebé.
‘¿Por qué?’ preguntó con interés el director del Hospital. ‘¿A qué se debe su deseo?’
 ‘Hace un mes me robaron un hijo recién nacido. Puede usted informarse en el Ayuntamiento de Nimega. Mi nombre es señora Blessing, Jani Blessing.’
El director dio permiso para que la señora Blessing pudiera ver al bebé encontrado en la playa. La señora reconoció al bebé como su propio hijo. De momento se hizo un análisis de la sangre del niño y de la señora Blessing. El resultado fue exactamente el mismo en ambos seres. El bebé era el hijo de la señora Blessing. Prometieron devolver el niño a su propia madre, pero antes había que estudiar en el Hospital la razón de que el bebé no pudiera vivir fuera del agua durante mucho tiempo. El niño vivía practicamente en un acuario. Se alimentaba con leche de delfines y de algunas algas tiernas. Cuando se hubieron hecho los estudios deseados por los científicos del Hospital Académico, el niño fue devuelto a su propia madre. El Hospital regaló a la señora Blessing el acuario, prque el niño no podía estar mucho tiempo fuera del agua. Sea como fuese, el bebé se había convertido en un ser humano acuático. ¿Razón? Por el momento era imposible saber la razón, pero se seguirían buscando e investigando el motivo.
 El secreto del laboratorio marino

 

 Un par de científicos del laboratorio de la torre marina fueron interrogados por la autoridades nacionales. Los profesores del Hospital Académico tenían sospechas razonables y denunciaron el caso ante el juez. Uno de los científicos fue encontrado muerto en su casa. Él mismo se había quitado la vida con una superdosis de medicinas. Otros confesaron que habían mandado raptar a recién nacidos de los Hospitales para hacer experimentos que en un futuro próximo serían necesarios para salvar a la humanidad. Los científicos fueron condenados a doce años de prisión y nunca más podrían ejercer su profesión. El director de la torre también pasó ante los tribunales por permitir tales experimentos en el laboratorio de la torre.

 Se descubrieron muchos más raptos de recién nacidos y se formaron muchas patrullas de voluntarios que buscaron por las demás playas de Holanda y Bélgica. Todavía fueron encontrados cincos niños pequeños, dos vivos y tres muertos. Los padres de estos niños fueron también encontrados, dos en Alemania, dos más en Holanda y uno en Bélgica.

 Amanda llamó a su marido:
‘¡Juan, Juan! Estoy embarazada. Vamos a tener un hijo.’
 ‘Esperemos que no sea un acuático.’ Dijo Juan con una sonrisa.

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