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Categoría: Ciencia Ficción

La condena

Una mujer estaba sentada sola en su casa. Sabía que no había nadie más en el mundo: todos los otros seres habían muerto. De repente, golpearon la puerta cinco veces. Se levantó del sillón y decidió abrir, pero, cuando estaba frente a ella, un misterioso escalofrío le subió por la espalda y, casi sin querer, alejó su mano del picaporte. Nuevamente golpearon, esta vez cuatro veces; la mujer no sabía qué hacer, estaba tan sola y triste que todo daba lo mismo. En ese momento se escucharon unas tenebrosas campanadas que marcaban las nueve de la noche. Aun así no se volvió a inquietar y, muy decidida, justo cuando estaba por descubrir lo que había del otro lado, apareció acostada en su cama. En ese momento se dio cuenta de que todo había sido un mal sueño y, con ese pretexto, no le tomó más importancia.
Más tarde, cuando el viejo reloj marcaba las tres, una extraña inquietud le hizo recordar aquella extraña pesadilla, de este modo e inmediatamente, buscó otro tema para distraerse.
Pasaron varios días, todo transcurría normalmente, pero algo en el ambiente lo hacía diferente. Muchas veces, casi sin desearlo, una inquietud sobre el suceso transcurrido iba creciendo poco a poco en lo más profundo del pensamiento de Julia. Nada podía hacer, más que mirar televisión, escuchar radio o leer el periódico.
Una mañana, en que se encontraba hojeando el diario, encontró una publicidad muy interesante que le resultaba familiar, pero no sabía dónde la había visto antes. Intentó descubrirlo, aunque todo fue en vano, porque no podía pretender recordar algo si ni siquiera se acordaba de su pasado. Por este motivo continuó su entretenida lectura. Siempre lo mismo: muertes y más muertes, además de lo inevitable: problemas políticos y económicos. Ella se sentía muy impotente al leer todo aquello, pues no podía hacer nada más que opinar sin ser escuchada, por este motivo dejó de lado aquello y decidió perder su tiempo en otra cosa. Quiso salir a caminar, pero no se sentía con ánimo, por ello buscó uno de sus viejos libros de la secundaria y comenzó a intentar recordar aquellos tiempos en que era una persona llena de vida y a la cual ningún problema le interesaba. Era muy difícil hacerlo, porque ya no podía volver a ser la misma, nada era igual desde que tuvo aquel trágico accidente, ni siquiera había visto nuevamente a sus padres, los sentía tan distantes que parecía que vivieran en otro lugar.
El mediodía acechaba las ventanas de la casa de Julia, lentamente se hacía notar la llegada del verano. Ella no le daba importancia, pues nunca había logrado comprender del todo el afán de los hombres antiguos de ponerle un nombre a los cambios climáticos causados por la rotación de la Tierra. Todo se encontraba tranquilo, igual que siempre. Julia era una persona muy tranquila, ninguno de sus vecinos tenía queja alguna sobre ella. Lo único que podían llegar a decir es que era una mujer muy extraña, quizás demasiado para sus gustos. Aun así la respetaban mucho y no se atrevían a preguntar el por qué de su pacífica personalidad.
Mientras tanto, en otro lugar del mundo, la gente rumoreaba historias algo extravagantes y casi increíbles sobre visitas de otros planetas. Nadie podía asegurar que fueran reales o ficticias, pero buscaban la forma de averiguarlo. Los científicos hicieron hasta lo imposible, pero no se veían resultados positivos. Finalmente y después de varios meses, decidieron abandonar el caso. Todo aquello quedó en el olvido, aun así la gente seguía comentando aquel tema. A él se agregaron los secuestros de personas terrestres ocasionadas por alienígenas, entre muchas otras cosas que no tienen importancia y no vienen al caso.
El tiempo transcurría sin ningún tipo de problemas hasta que, casi por casualidad, unos granjeros del norte de Transilvania encontraron una cápsula muy extraña. Al parecer nadie sabía cuál era su origen. Intentaron abrirla, pero nada resultaba, por este motivo fue llevada al centro de investigaciones del lugar, el cual se especializaba en ese tema. En primer lugar, los científicos realizaron varios estudios para determinar la procedencia del objeto, luego procedieron a descubrir lo que contenía. Al abrirlo, se llevaron una gran sorpresa. No sabían cómo reaccionar, todo parecía un sueño hecho realidad y, ahora podían asegurar que tenían la verdad frente a sus ojos: los extraterrestres existían...
Aunque se formularon varias hipótesis, nadie supo con claridad, la verdadera razón por la cual había caído la cápsula en un planeta como la Tierra. Todo estaba muy confuso, pero, nadie más que los investigadores, le dieron gran importancia. Por su parte, el resto de las personas de todo el mundo comenzó a organizar diversos festejos relacionados con el contacto de dos mundos separados por la distancia de las eminentes galaxias que componen el Universo. Cabe destacar que hubo cierta tendencia a intentar disfrazar el hecho de mentira, sólo para sacarle el mérito que merecía. Todo estaba vestido de gala, los niños, mujeres y hombres, sin distinción de clases sociales, se encontraban más unidos que nunca. Se podría decir que el planeta entero había despedazado las cadenas que oprimían el desarrollo de una sociedad sin fronteras, es decir, sin distinción de razas, sin discriminación. Aunque, como todo lo bueno, no duraría mucho y aquel hecho, como cualquier otro importante, luego de un tiempo es olvidado para quedar escrito en una innumerable cantidad de libros que relatan la historia del mundo contemporáneo.
Las celebraciones duraron aproximadamente un mes, era algo verdaderamente fantástico, difícil de creer. Todos los rincones de la Tierra se hallaban de festejo, excepto un lugar, un poco olvidado, al cual casi nadie concurría habitualmente y en el que, a simple vista, se podría considerar desierto. Ese lugar, un tanto tenebroso y lleno de tristeza, era la casa de Julia. Ella, por su parte, no estaba enterada de nada. Hacía ya bastante tiempo que ni siquiera leía el periódico, debido a que había decidido no hacerlo porque ello le causaba problemas y le recordaba aquel sueño que había tenido cuatro meses atrás.
Los años corrían su curso cada vez más rápidamente, pero no para esta mujer que se obsesionaba cada día más con aquella pesadilla, aunque ella no ponía nada de su parte para hacerlo. Aquel aparecía repentinamente y en cualquier momento. Poco a poco se encerraba cada vez más en sí misma, ya casi ni salía de su casa, se estaba convirtiendo en una mujer solitaria y triste. Nada le importaba, ni siquiera recordar su pasado. Sentía que había perdido todo lo que una vez la hizo feliz. Meditaba cada mañana el por qué de su aislamiento, hasta que una de ellas, llegó a la conclusión de que podía terminar con esa situación si lo quería, pues ella era la dueña de su destino y aquello había sido simplemente un sueño sin sentido que no tenía ningún derecho para guiar su vida sin siquiera ser algo físico que la obligara. Además, no podía seguir desperdiciando de una manera tan inútil los pocos años que le quedaban por vivir, pues, cuando menos lo pensara se encontraría descansando en una cama de madera que todos llaman ataúd. Por este motivo decidió, como primer medida, salir a dar un pequeño paseo, como en los viejos tiempos.
Al salir, sintió en su interior una sensación de paz que le causaba sentimientos enterrados en algún lugar inhóspito de su alma. Ya nada la inquietaba. En unas pocas palabras, parecía que hubiera vuelto a nacer. De repente, a lo lejos, pudo percibir una cosa un tanto extraña, pero a la vez familiar. Era algo que le devolvía aquella molestia olvidada, era como que presintiera que algo raro iba a suceder, aunque no podía descifrar si era bueno o malo. Por esta razón, regresó inmediatamente a su casa y volvió a encerrarse.
A la noche, cuando ya se había dormido, soñó que veía un objeto inmenso que surgía repentinamente del cielo, tal vez era la luna, quizás era el sol, no se sabe, La cuestión era que tenía un color rojo intenso y que estaba apoyado sobre una plataforma de fuego, de la cual se desprendían muchos rayos. Del interior del mismo comenzaron a salir pequeños seres que poseían cuatro rostros cada uno. Lo único que hacían era observar como morían las personas a causa de una luz muy intensa que se desprendía de la base del extraño objeto.
En ese mismo instante, Julia despertó. Estaba pálida y muy nerviosa. Intentó calmarse, pero nada daba resultado, había sido tan real que nadie que lo hubiera tenido habría pensado que simplemente se trataba de una pesadilla. Así, decidió salir para asegurarse que nada de eso había ocurrido realmente.
Al abrir la puerta, todo se hallaba tranquilo, igual que la última vez. Por ello, entró inmediatamente y prosiguió durmiendo como si nada hubiera sucedido.
En las noches siguientes, volvió a tener el mismo sueño y, además, regresó a su mente aquel que había tenido hacía ya nueve años. La inquietud se estaba convirtiendo en obsesión y se mezclaba poco a poco con la locura. Cada día que transcurría se transformaba en un martirio. Sin saber qué hacer y cada vez más desesperada, Julia salió de su casa y comenzó a correr en la calle, ya no sentía la misma sensación de paz en su interior, sólo sabía que un tremendo horror recorría todo su cuerpo. El ambiente había cambiado, todo resultaba distinto, la ciudad parecía desierta.
Preocupada, ingresó nuevamente a su hogar y, por primera vez en nueve años, se dirigió casi mecánicamente a la radio, pero, cuando intentó sintonizar alguna emisora, ninguna respondía. Lo mismo ocurrió con el televisor y el teléfono. Todo estaba muerto. Se hallaba incomunicada. Por este motivo, resolvió buscar ayuda.
No veía a nadie, parecía que se encontraba sola. Las puertas de las casas estaban abiertas. Aun no lograba entender lo que ocurría. Así, al entrar en una de aquellas, se halló con una escena espantosa: estaban todos muertos, uno a uno, desparramados en cada una de las habitaciones. Lo extraño era que no parecía tratarse de un asesinato ni nada por el estilo, ya que sus cuerpos se encontraban intactos, aunque se notaba que habían fallecido varias semanas atrás. Este hecho se repitió en las demás casas, no había ninguna señal de vida. Julia no sabía cómo reaccionar.
A la noche, ya en su habitación, intentó buscar alguna respuesta lógica a lo que estaba pasando mientras observaba la ventana sentada en un sillón. Eran las nueve menos cinco, sabía que no había nadie más en el mundo: todos los otros seres habían muerto. De repente, golpearon la puerta cinco veces seguidas. Se levantó del sillón y decidió abrir. Cuando estaba frente a la puerta, un misterioso escalofrío le subió por la espalda y, casi sin querer, alejó su mano del picaporte. Nuevamente golpearon, esta vez cuatro veces; la mujer no sabía qué hacer, estaba tan sola y triste que todo daba lo mismo. En ese momento se escucharon unas tenebrosas campanadas que marcaban las nueve de la noche. Aun así no se volvió a inquietar y, muy decidida, abrió la puerta, pero, del otro lado, no vio a nadie. En ese momento sintió un ruido estremecedor y, al mirar hacia arriba, una luz muy intensa la cubrió por unos instantes. Desde ese lugar, unos extraños seres la observaban detenidamente mientras, casi sin querer, le repetían: “Esto te sucede por traicionarnos”. Luego desaparecieron, al igual que la luz, y Julia cayó como los demás, sin vida. Así, la soledad ocupó también aquella casa.
Datos del Cuento
  • Autor: clevisol
  • Código: 1702
  • Fecha: 16-03-2003
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Francisco Crespo
invitado-Francisco Crespo 21-06-2003 00:00:00

Un cuento vastante bueno que no enseña que si nos enserramos en nosotros mismos finalmente nos quedaremos solos, pero no entendi muy bien el final

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