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Categoría: Misterios

La condena del penitente

Cerró los ojos y se desvió de la carretera despeñándose hacia el vacío, tras varias vueltas de campana, el coche que tantas veces la salvó de una muerte certera, ésta vez la condujo al único muro que quedaba en pie de un antiguo caserón en ruinas. Agarrotada, vió como le era arrebatado hasta el último latido, el último aliento, el último pedazo de existencia.

Aún así, las palabras grabadas en su contestador automático seguían retumbando en su cabeza, de un lado a otro, como una pelota de tenis: "Sentimos comunicárselo así, pero el resultado de la analítica ha sido positivo. Tal vez sean dos meses, aunque no le calculamos más de dos semanas. El tumor se ha extendido a lo largo de toda la región occipital y es irreversible. Lo sentimos mucho"

Aquella fue una larga noche, parecía que viajara subida a la silla de una noria, dando vueltas sin cesar, cada vez a más velocidad hasta salir despedida hacia el vacío. El final de un viaje que ella misma había trazado deliberadamente en el mapa de su vida.
El último.

Deseaba moverse. No supo calcular el tiempo transcurrido desde que viró hacía el muro, hasta el momento en el cual se hallaba. Aunque debió ser bastante. Porque al volver a abrir los ojos, ya eran decenas los que la rodeaban... La ambulancia del Samur, el coche de los bomberos, varias unidades de zetas, algún auto curioso que se detenía a fisgonear...

Caía una intensa helada, tanto, que el aliento de los allí presentes formaba lo que al principio la parecío una espesa y blanca niebla llena de matices de colores, seguramente producto de su estado, aunque vió claramente que se trataba de almas. Aquellas pequeñas nubes lechosas se deslizaban dentro del coche entonándo un cántico que no podía entender.

De entre la multitud, un joven moreno de aspecto derrotado, cuyo rostro se asemejaba más bien a una calavera, intentaba abrirse paso a trompicones gritando sin cesar: "Gabriela, Gabriela... es mi mujer, apártense, Gabriela..."
En un acto reflejo condicionado, quiso mover las piernas.
Caminar. Sólo caminar, sólo eso.

Alvaro se encontraba a su vera, de rodillas, las manos sobre los ojos, llorando entrecortadamente, desesperadamente, preguntándose por qué. Quiso ir a consolarlo y ésta vez lo consiguió. Se sintió liviana, como una pluma flotante, algo que la extrañó sobremanera. Es que nadie la veía? Es que ella estaba...? No hubo ni terminado de cuestionarse cuando al girar sobre sus pies descubrió algo que la dejó perpleja, atónita, muda. Se descubrió a sí misma o lo que de su cuerpo quedaba, allí, rodeada de los bomberos que intentaban liberar su cadaver aprisionado de entre el amasijo de retorcillos hierros, a base de motosierras.

La angustia la dejó bloqueada, aquella sombra negra era él, aquel que había venido a rerclamarla, no encontraba refujio donde cobijar su alma, sólo una caleidoscópica rueda de brillantes fractales que la conducía a la vacuidad.

Entretanto el agente se acercó a Alvaro recostado en la camilla de la U.V.I móvil. Estaba inerte, completamente rígido, incluso ni parpadeaba. Visualizaba mentalmente la nota de despedida que ella le había dejado en la cocina, clavada con un cuchillo en el panel de corcho. En ella le pedía que la perdonara, que escuchara el mensaje del contestador y lo entendería. Le pedía que tratara de rehacer su vida, que ella lo esperaría allá donde estuviera. Que no podía ni debía hacerle pasar por el trance que suponía el saber que iba a morir con una criatura dentro, condenada a la muerte mucho antes de nacer. Le pedía que recordara el momento en que tuvieron que tomar la decisión de inyectar a Hada, su perra, aquella pócima mortal que la liberaría de su sufrimiento, y la conversación que tuvieron acerca de ello, donde él la dijo que desearía lo mismo de hallarse en su caso.

- Este es el bolso y algunos de los objetos personales de su esposa.

A pesar de no ser la primera vez que se veía en una situación similar, el agente tenía tal nudo en la garganta que apenas podía respirar. El bocata de chorizo con queso que cenó en el bar, lo tenía a medio camino entre las amígdalas y la tráquea. No quería ni imaginar lo que estaría atravesando él mismo si su mujer embarazada se suicidara de repente, así, sin avisar. Mientras se alejaba compunjido, lo hacía murmurando entre dientes toda serie de blasfemias.

A sus pies, en la bolsa de plástico que contenía el bolso, había también un paquete de cigarrillos, un pequeño osito de peluche obsequio de él y un teléfono móvil.
El móvil! No supo siquiera si tenía ánimos de abrirlo y descubrir algo más que lo acabara de rematar. Pero así lo hizo. De todos modos ya estaba desahuciado. Reunió todas sus fuerzas y a pesar de los sedantes que le habían suministrado, consiguió incorporarse, llevar hacia sí la bolsa y apoderarse del móvil. Lo abrió y un mensaje pendiente de escuchar atrajo toda su atención; "Señora García, se ha producido un error, otra paciente con su mismo nombre nos ha llevado a cambiar los historiales sin querer. Me imagino que el mal trago que ha pasado no tiene compensación posible. Quizás así la alegría sea mayor al saber que está rebosante de salud y que el bebé no corre ningún riesgo. Por favor, hágase cargo de que los errores son humanos y cualquiera podría haber cometido éste.Siento de veras el disgusto que le hemos podido ocasionar a usted y su família y rogamos que acepten nuestras humildes disculpas de todo corazón"

Alvaro siguió en la misma postura, móvil en mano y mirada perdida, como diez minutos. Más aquello sobrepasaba los límites del dolor infrahumano. Las palabras del doctor se clavaron como cuchillos de afiladas hojas en su malherido corazón. El golpe, mórtal de necesidad, lo hizo caer como un yunque, sin conocimiento, alertándo a los enfermeros de la parte anterior del vehículo. En el tiempo que perdieron intentando llegar a él ya se les había escapado, abalanzándose desde atrás sobre la espalda de uno de los policías consiguió sustraerle el alma, introducirse el cañón en la boca y apretar el gatillo, todo eso en décimas de segundo.

Antes sus ojos se descubre una dimensión desconocida, como una ciudad fantasma, donde la oscuridad del vacío y las siluetas oscuras que vagan en diversas direcciones ni siquiera le preocupan. Sólo desea encontrarla. No tiene ropa, camina desnudo sin rumbo fijo, con una sola intención grabada a fuego en lo más profundo de su mente...
Reunirse con su amada.

Pero el destino no podía ser tan cruel, y si ciertamente Dios existe, por que motivo se ensañaba con ellos de ese modo, si se amaron el uno al otro obedeciéndo a su mandamiento?

Una dulce y cálida voz confirmaba su teoría. Parecía proceder de su mente.
- Prometí esperarte, recuerdas?.

El caudal de emociones que sintió ahora le rebosaba por los ojos cual pequeñas cataratas, las mareas de su mirada le impedían verla con claridad. De un brinco se aferró a su cuello como si fuera a ahogarla (aunque ya no fuera posible), permaneciéndo en ésta posición más allá de media hora.
A medida que se restablecía la calma se fue despegándo de ella. Poco a poco. Lentamente. Con suavidad. Sin separar en ningún momento sus manos del bello y frágil rostro de la muchacha. Ahora ya la veía, tal y como la última vez y le pareció tan hermosa que no hubiera podido amanecer sin contemplar el reflejo del sol en sus ojos, ni dormir hubiera sido lo mismo, sin la nana arrulladora de la melodía de sus latidos.

Conversaron largamente, más sus labios permanecieron sellados. Ella le explicó que allí no iban a necesitar de las palabras, alimentos o ropas. Entre los dos no supieron descifrar la incógnita del lugar que los albergaba. Nada que ver con el Paraíso. Con el Infierno tampoco. Tenían la eternidad para descubrirlo, sin embargo, abrazados, con las manos entrelazadas, partieron en busca de la respuesta.

No es fácil caminar por aquel laberinto de avenidas sin principio ni final. Sin casas ni edificios, sólo perversas formas geométricas. A menudo se encuentran con obstáculos que les impiden avanzar, extraños ruidos acompañados de olores nuevos los asustan, sombras que corren frente a ellos, obligándoles a dar rodeos inverosímiles. Hace frío, mucho frío, el hielo se instala implacable el sus huesos de delicado márfil. No tiene ropa, caminan desnudos sin rumbo fijo. Manejadas por hilos invisibles las marionetas del destino continúan su marcha obligadas a cumplir la condena del penitente.

II

El trueno ensordecedor lo despertó asustado, el aire corría a raudales por la habitación, le dolía la garganta, se durmieron con el ventilador en marcha antes de la tormenta y como único atuendo vestía unos calcetines de seda que no abrigaban demasiado. Tenía un sudor frío y estaba espeso, como aturdido, medio dormido aún. Se levantó como un alma en pena a verse el careto de calavera contra el espejo del baño. Al encender la luz, ésta lanzó más detellos que el traje de luces de un torero..
Ella lo siguió sigilosa.

- Qué pasa?
- Joderrr! Me has asustado. Después de la pesadilla que acabo de tener me tiemblan hasta las pestañas!
- Has soñado con la muerte otra vez?
- Si, pero prefiero no entrar en matices.
- Como quieras, vamos a desayunar amor.
- Bien, pero no olvides escuchar el mensaje del contestador, ese pitido me está enervando!
***************************************

"Es mucho más fácil matar a un fantasma que a una realidad". Virginia Wolf.
Datos del Cuento
  • Autor: ARCANGEL
  • Código: 13994
  • Fecha: 01-04-2005
  • Categoría: Misterios
  • Media: 5.93
  • Votos: 138
  • Envios: 5
  • Lecturas: 5170
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
Pau 2
invitado-Pau 2 02-04-2005 00:00:00

"LA CONDENA DEL PENITENTE" (ARCÁNGEL) Excelente obra, atrapante y llevadera. La condena de apresurarse,de no observar ni medir consecuencias, seguro lleva a vivir en una pesadilla. Pau

ARCANGEL
invitado-ARCANGEL 01-04-2005 00:00:00

Como es un poco largo puede resultar algo pesado, por tanto agradezco a quién se haya tomado la molestia de leerlo. Gracias y besos por los votos!

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