Uno está constantemente a punto de tomar decisiones que lo pueden cambiar para siempre. Eso pensaba parado en la puerta del hotel de la chica que conociera sentado en el parque de París, en Saint Denisse. Aun recordaba sus palabras, que eran simples pero directas: deseo conocer París… Yo no conocía aquel lugar que desde hacía un mes transitaba producto de una beca que había ganado en un premio literario, pero, la belleza de la chica y su apertura me hicieron decidirme a buscarla. Entré en el hotel y pregunté por ella… Un momento por favor, me dijo el recepcionista. Me senté en un sillón y esperé. La vi bajar con la misma sonrisa que viera el día anterior. Hola, le dije. Ella me dijo lo mismo. Me cogió de la mano y salimos como dos niños a un parque a jugar. Me sentí en el cielo, y en uno bello. La gente parecía envidiar nuestra alegría. Todo era luminoso y cálido. Todo era perfecto. Caminamos hasta Montmartre. Subimos a la Iglesia, rezamos, nos miramos con una sonrisa, salimos, y luego, le dije que la deseaba. Su rostro cambió, se llenó de rubor, vergüenza, y bajó la cabeza. Quise desparecer, pedirle disculpas pero ella levanto el rostro y, con una sonrisa, me dijo que ella también…
Hicimos el amor muchas veces, casi hasta sentirme hastiado. Dentro de mí sentía que todo cansa. Tumbados desnudos los dos, en mi cuarto, ella dormía, mientras que yo, miraba el techo, la pared, una mosca que oscilaba por nuestras ropas regadas por el piso… Todo era perfectamente muerto. Me levanté de la cama y me puse a observarla para apreciar lo que tenía a mi alcance. Sus piernas eran rosadas y bien entornadas, su pubis estaba adornado por una mata de vellos, rizos negros y gruesos que me gustaban, parecían como una tela de araña. Sus senos eran pequeños pero sus tetillas me hacían recordar a mi madre, o una especie de herida maternal… Y su cabello que cubría su rostro era cremoso, brillante y endiablado… Me acerqué a ella y la volví a besar en cada pedazo de su cuerpo, la adoraba verla así, durmiendo, sin saber que yo la observaba, como si fuera una estatua de carne, o una diosa diminuta, mía… Ella despertó y volvimos a hacer el amor, una y otra vez hasta que llegó la noche y salí a comprar un poco de queso, jamón y vino.
Y así pasamos los días hasta que llegó el mes, el medio año, los años, y, seguimos juntos… Y ahora que ya nos hemos separado por mutuo acuerdo, la recuerdo como el amor más bello que tuve, y, espero que ella lo sienta así. Antes de separarnos le pedí que si ella se casara que me enviara una carta, para saber, para olvidar cualquier atisbo de ilusión. Me llegó la carta. Pero, aunque maté la ilusión, no pude olvidarla fácilmente. Yo, no me casé jamás. Tuve muchas amantes, pero, nada fue igual. Todo era de un par de noches, o una que otra semana de pasión, nada más… Tuve que escribir para olvidar la pasión que se acumulaba por la belleza de la mujer. Y fue por eso que pude casi olvidar aquel tormento y vivir el resto de mis días como un ermitaño, enclaustrado en mis libros, en mis paseos como observador del mundo, como un poseso… Escribí muchas cosas, pero, jamás aceptaron mis textos. Decían que el amor era algo no comercial. Los entendí pero jamás pude escribir de otra cosa, jamás…
La vida en estos tiempos me mostró cosas interesantes, como el miedo al mundo. Fue algo que entendí cuando perdí todo aquello que amaba, incluso mis libros, mi salud… Sentí que podía perder todo menos el hecho de sentirme vivo para algo especial, y eso especial era el aprender a ser feliz, así como cuando llevaba de la mano a la hermosa chica helena que una vez vino a París… Y ahora que ya ni camino ni escribo ni leo porque mi vista y mi cuerpo están gastados, aun así, puedo sentir la emoción de sentirme vivo por un tiempo más… Uno descubre en el silencio de la vida que la eternidad, aquello que busca todo artista, está pegado en nuestra visita por la vida, y ella, ella es el instante, el presente cuando se disfruta a plenitud el regalo de la vida. Uno descubre que todo está perfectamente en su lugar, como si alguien lo hubiera diseñado así, con manos de artista, perfecto…. Y es tan hermoso como la sonrisa de la linda chica que amé en París…
San isidro, mayo de 2006