En otoño de 1994 la OMS (Organización Mundial de la Salud), publicó en los medios que una empresa farmaceútica japonesa acababa de crear un medicamento que barrería el cáncer de la faz de la Tierra. Antes de comercializarlo, la empresa nipona anunció el deseo de realizar una última prueba, consistente en llevar la nueva medicina al espacio exterior y someterla a condiciones límite en ingravidez. En diciembre del mismo año, firmó un acuerdo con la Agencia Espacial Europea según el cual el transbordador Mercury I incluiría el medicamento en su lista científica.
El proyecto, conocido por la prensa internacional como "el último escalón", duró seis meses, y las pruebas fueron totalmente satisfactorias en opinión de la tripulación del transbordador.
El 16 de julio del año siguiente, cuando el Mercury I se disponía a amerizar en el Mar Negro, a unos setenta kilómetros de la costa de Rumanía, el sistema de navegación sufrió un fallo crítico y la aeronave cayó en tierra firme.
Nadie sobrevivió al accidente, y el compuesto farmaceútico sufrió una serie de cambios que lo convirtieron en un mutágeno altamente tóxico. Se expandió por el aire a las ciudades cercanas, provocando que todos los contagiados sufrieran una degeneración progresiva de su organismo, aparte del trauma psicológico que acompañó a dicha transformación. En cuestión de horas la epidemia se extendió por todo el sur del país.
Las autoridades rumanas y la Unión Europea enviaron expertos para intentar erradicar lo que se antojaba como la peor pandemia desde la peste. Mientras tanto, la O.T.A.N. envió tropas para evitar que los infectados cometiesen atrocidades contra la población civil.
Después de año y medio, el portavoz del gobierno rumano anunció que la epidemia había sido eliminada. Setecientas veintiocho personas habían muerto por culpa de ella o asesinadas a manos de los infectados, y millares habían emigrado a los países colindantes.