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Categoría: Terror

La deformidad

Los gritos de la mujer podían oírse a cien metros a la redonda, en el rancho iluminaba la luz débil de una lámpara de kerosene, la noche descendía con oscuridad blindada sobre el ramaje de árboles secos, en las paredes de barro caminaban los chipos abatiendo las tinieblas, junto al catre de ramas una pobre cocina cubierta de tizna reflejaba el hambre, los alaridos eran aún más profundos, la cara de la joven se deformaba en una actitud letal como si dentro de ella se desprendiese un reptil arañando las entrañas, apenas siete meses de embarazo y ya la criatura llorosa quería salir del cuerpo endeble.
La mujer apretó los dientes acentuando en el rostro una risa sardónica, tensó los músculos de la cara al arquear la cabeza hacia atrás buscando fuerzas en los movimientos de cadera, nuevamente grito sofocada faltándole respiración; mediante instinto separo los gruesos muslos y corrió a través de las piernas una sustancia viscosa verde mientras perdía la conciencia, la pelvis llego a abrirse hasta el límite del dolor, el periné partido dejo asomar desde el fondo de la vagina una cabeza gigantesca, luego discurrió el cuerpo con escamas rodeado del cordón umbilical, y al final la placenta dejo de latir en los brazos del neonato.
Era horrendo!. Hilario fue la primera persona en verlo, quedo sentado allí en el sillón de troncos de cedro, quiso pedir ayuda pero lo detuvo el miedo de tener un hijo deforme cuyo único ojo colgaba de la frente y los orificios nasales pendían del cráneo, la boca entreabierta dejaba ver cuatro colmillos muy afilados.
Hilario no quiso en primer momento enseñarle aquella deformidad a la madre, pero ella insistió y al verle cubierto aún de lanugo quiso asirlo en los brazos para besarle, sonreía como una adolescente quien posee un manojo de jazmines, no le importó la apariencia amorfa de la criatura.

Guaina lo acercó con ternura a los senos dando de sorber los pechos hartos de leche, la fealdad apretujo afanoso las areolas mamarias mordiendo con sus colmillos la piel expuesta, sin tener importancia para la madre, ella lo amamantaría con devoción extrema cuidándolo cada segundo, no fuese a causarse daño, día tras día, compartirían identificados el uno con el otro, no importaba la forma aterradora del pequeño.
La entidad anómala crecía sin detenerse, pero desgraciadamente no lograba articular algún sonido de voz, se encontraba en un penumbroso silencio siendo comprendido apenas por gesticulaciones groseras interpretadas por los progenitores. Una especie de lenguaje oculto como un código íntimo era la forma de comunicarse, a veces el movimiento de los ojos, la expresión del rostro o algún quejido enunciaban desde las ganas precisas de defecar hasta las ansias de deglutir animales muertos. En consecuencia los hábitos alimenticios durante el desarrollo, siendo ahora un párvulo esquelético de huesos alargados, habían cambiado, inconsciente prefería las carnes crudas de los animales salvajes cazados por su padre en lo intrincado de la montaña, permaneció así durante años encerrado a merced de la soledad, separado del mundo, desarrollándose ensimismado en su propia deformidad.
De esta manera el niño creció oculto de sus congéneres renunciando sin saber a la infancia, uno por evitar el acto de pánico entre las multitudes del poblado, otra, consecuencia de esta, huir de la muerte ante el rechazo de los habitantes, los cuales hubieran deseado matarle. Es doloroso vivir para siempre en una habitación sin tener ningún contacto con los demás seres, sentir el tedio de los días en caravana monótona, repetir los mismos gestos, contemplar idénticos cortinajes balanceándose ante una brisa asfixiante, no conocer la fragua del sol o la frialdad del invierno, solamente estar allí esperando el paso de los segundos tras los ventanales.

La madre cuidaba con temor de su hijo. En ocasiones cuando la lluvia era tempestuosa y los temporales arropaban la selva haciendo emerger de los escondites las boas enfermas de hambre, Guaina incendiaba mechones de hojarasca espantando los reptiles alrededor del rancho, estas serpientes eran capaces de tragar en cuestión de minutos cualquier ser humano o la presa demolida de un mamífero engolosinándose incluso con la carne tierna de los infantes o las mujeres en cinta, por eso Guaina en los inviernos prolongados lo protegía cerrando con bambú las puertas.
Cierto día Hilario salió de caza, tercio su rifle sobre el hombro y se dispuso a caminar unos cuantos kilómetros bastante alejados del rancho, dormiría arriba de algún árbol vigilando en la oscuridad el movimiento imprudente de alguna presa, no necesitaba utilizar linterna, los ojos candela de los mamíferos guiarían su puntería, por lo demás evitaba la huida del animal ante el susto del reflector, era la séptima vez en salir luego del nacimiento de su hijo, buscó dentro de la arboleda un arbusto adecuado encaramándose en sus ramas, recordó a sus antiguos amigos, compañeros de caza todos, sabía ahora era un ermitaño alejado de los habitantes del caserío, pues el infausto suceso hubo aislado a su familia de los demás seres humanos, execrándolos al encierro y la soledad. Hilario colocó el arma a un lado y se acomodó en un largo ramaje esperando la oportunidad de asirse un buen venado.
Entrada la inhóspita y profunda noche se oyó un ruido en los intrincados matorrales, una respiración jadeante, cansada llegaba desde la orilla del río, el gruñido de un animal lo puso más alerta, la oscura selva no dejaba distinguir nada, tal vez solo bultos, dirigió la mirada a los márgenes del riachuelo, creyó ver el grueso cuerpo de una serpiente confundiéndose con el verdor de los arboles, pero no sentía seguridad en sí mismo, a través de la luz observó dos ojos incandescentes, la apariencia era de ataque, oyó nuevamente- pa….pa…..pa…..pasos de reptil tal vez, preparó la escopeta y disparó, tras el ruido del fogonazo, el animal cayó herido de muerte, corrió a verle, y en un vaho de angustia se arrodillo en tierra, dando golpes a la aridez de la arena, era su hijo, la triste deformidad que ahora llevaba dentro en la triste conciencia.
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
  • Media: 6.21
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