En un abandonado y pobre pueblo, vivían unos pobladores tan pobres y abandonados como el pueblo mismo. Parecía como si se hubiesen cansado de vivir, y sólo esperaban que llegase su muerte para cumplir así con el ciclo vital de la maternidad al cementerio.
En ese pueblo había una anciana que todos los días barría el frente de su humilde vivienda; hubiese o no algo que barrer, ella siempre pasaba su escoba para recoger la más leve presencia de polvo en el frente de la casa. Aquella anciana era como el renacer del pueblo, ya que a sus ochenta años, soñaba con salir de aquel lugar a conocer otros pueblos lejanos. Su escoba, también cansada de tanto y tanto barrer, parecía no estar conforme con su monótona actividad diaria de vivir arrastrándose por el suelo para luego recostarse a las paredes hasta el próximo día.
Entonces ambas soñadoras, anciana y escoba, salieron volando por encima del tejado en una noche de luna, a recorrer otros lugares, aunque la gente desconociendo el asunto, lo haya tildado hasta el sol de nuestros días, como un simple acto de brujería.