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Cuento publicado el 18 de Febrero de 2015

Llegaron en invierno como visitantes inesperadas. Nadie de la Pieza las había visto antes. Quizá oyeron rumores, un murmullo de tiempos pasados que hablaba de ellas, pero nunca fueron más que eso, un mito, una leyenda.
Las Chinitas.
No pidieron permiso a nadie. Ni al Rincón donde dormían, ni a la Lámpara donde paseaban, ¡ni siquiera a la Ventana por la cual entraron! El Póster de Judas Priest las oyó hablando acerca del frío, que aquí dentro estarían mucho más confortables que afuera con las heladas y casi sin pulgones que comer.
A nuestro Humano no le importó la repentina invasión de aquellos seres. Todo lo contrario a veces se quedaba un montón de rato mirándolas caminar. Observando sus horribles bocas con extraños dientes como si fueran la cosa más interesante de la Pieza.
Incluso dejó olvidados a los Libros, que fueron los primeros en sentir envidia y organizar nuestro contraataque contra los invasores.
Los Binoculares dejaron su trabajo de espiar a los vecinos para vigilar día y noche a las Chinitas. Solo gracias a su constante trabajo y esfuerzo se salvó a numerosos Peluches de volverse una incubadora con larvas en vez de relleno esponjoso.
Sin embargo también hubo pérdidas. El Teclado dejó de sonar sin previo aviso un día. Solía tocar la alarma cuando las Chinitas planeaban un ataque, pero aquella noche no tuvo tiempo. Se metieron en su interior y cortaron los cables necesarios para poner en marcha su plan.
No nos dimos cuenta hasta el último minuto, cuando las hordas de invasores estaban avanzando contra nuestra resistencia. Fue la batalla más cruel que hemos vivido.
Cuando ya habíamos perdido toda la esperanza fue cuando resurgieron los Soldaditos del olvidado cajón de los recuerdos. Pequeñas figuras con sus armas de plástico haciéndole frente a las Chinitas.
Luego de ardua lucha los invasores escaparon a través de la misma ventana por hace tiempo inició su migración. Entonces regresó la paz a la Pieza.
Sin embargo esta se quebró cuando escuchamos hablar a nuestro Humano con su madre.
-Ya no veo a las chinitas- dijo él, con tristeza.
Su madre se asomó por la ventana mirando en dirección al jardín. Afuera había un cálido sol.
-Habrán salido al exterior por la primavera. No te preocupes, volverán el próximo invierno…