Érase una vez una mujer llamada Palestina, que vivía precariamente con su prole de hijos en un piso de segunda mano. Un día se personó un hombre adinerado que díjose llamar D. Israel y que, acompañado de sus hijos y con la excusa de que esa casa había pertenecido a sus antepasados, logró instalarse previo pago de su estancia. Pero, los recién llegados, no contentos con ocupar una de las habitaciones y disponer de un baño, decidieron por la fuerza tomar posesión del salón y también de la cocina. Los roces entre las dos familias no tardaron en generarse, llegando incluso a las manos y teniendo que mediar en el conflicto la Comunidad de Vecinos. La decisión de ésta fue la partición salomónica de la casa. Decisión que ninguno de los dos recibió con agrado, pues los hijos de Palestina se vieron obligados a vivir en espacios más reducidos y D. Israel y los suyos pretendían controlar toda la casa.
Pasado un tiempo, viendo la Comunidad que D. Israel hacía caso omiso de su mandato pues iba tomando posesión de habitación tras habitación, quiso imponer su fuerza pero, el influyente Administrador, un ricachón llamado Jorge Bus con pinta de vaquero y amiguete de D. Israel, vetó todas las propuestas y provocó que algunos hijos de Palestina tuvieran que buscar refugio en casa de algún familiar por falta de sitio. Y aunque algunos vecinos intentaron mediar, hubieron de desistir dada la agresividad de D. Israel. Es el caso del vecino del ático, que vive en una casa en forma de pirámide para más señas, y que intentó plantarle cara, y que tras seis días de intensas disputas salió humillado y derrotado. "La bronca de los seis días", bautizaron en la finca.
Palestina, defraudada por la Comunidad y abandonada a su suerte, decidió hacer justicia por su cuenta, iniciando una guerra sucia contra los intereses de la familia de D. Israel y sus hijos, con la única intención de hacerse oír. "El día del antifaz", llamaban sus hijos cuando decidían atacar a los de Israel. Sin embargo, esos virulentos ataques no hicieron más que granjearse el reproche de sus vecinos y la impopularidad. Y ahora, Palestina y sus hijos viven en las habitaciones ocupadas por la familia de Israel, que ya controla la economía de la casa, la seguridad, las entradas y salidas, y el consumo de agua. Y aunque por cada golpe que dan los hijos de Palestina reciben dos a cambio y más fuertes si cabe, no cejan en su empeño por recuperar lo que consideran suyo desde el primer día.
Y esta ha sido y será la historia interminable de una Comunidad de Vecinos muy peculiar.