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Categoría: Fábulas

La historia olvidada que todos deben recordar

El edicto era claro y preciso: “Desde hoy poseer memoria será asunto de vida o muerte. Debido a la enorme escasez de recursos que asola al reino, me he visto en la obligación de reducir drásticamente la población, por lo tanto, he dispuesto que toda persona que olvide alguna obligación, sea de la índole que sea, será inmediatamente ajusticiada. Firmado: El Rey.” El pánico cundió en la población puesto que la gran mayoría de los lugareños eran personas humildes y bastas que sólo sabían de sus precarias obligaciones. El colegio albergaba a unos veinte chicos que luego de recibir una educación no muy prolija, eran enviados a palacio para servir en las labores administrativas que demandaba la autoridad. Lo que más angustiaba a aquellos seres sencillos era el acápite que sentenciaba que “el castigo será rubricado de manera drástica, evitando poner señal alguna en donde sea sepultado el cadáver del infractor”. Su religión proclamaba el reeencuentro en una esfera divina en donde todos los que se amaron en esta tierra podrían potenciar este amor por los siglos de los siglos. Ahora bien, si no se sabía en que lugar se encontraban los despojos de los ajusticiados ¿Cómo se produciría dicho reencuentro?

En términos prácticos, todos se transformaron en seres memoriones, hasta los ancianos que se pasaban todo el santo día repasando los detalles de su extensa vida y diciéndose en voz alta: yo soy fulano de tal y esta es mi historia. Por lo tanto, esa retahíla de sucesos se manifestaba como una especie de zumbido ambiental, muy parecido al ruido que emitirían mil moscardones.

De cuando en cuando, los inspectores de memoria golpeaban cualquier puerta, al azar y comenzaban a interrogar a los nerviosos personajes. Entonces, alguno comenzaba a recitar el Albores de Pentiaquín, otro, las tablas de multiplicar, el de más allá, el árbol genealógico de su familia o los apellidos de alguna celebridad dichos al revés. Muchos fueron los que, no pudiendo controlar su pánico, olvidaron hasta pronunciar su propio nombre, por lo que, fueron sacados en vilo de sus modestas viviendas y nunca más se supo de ellos.

Fermián, el patriarca de aquella comunidad, despertó aquella mañana con una horrible sensación. Su memoria parecía haber sufrido un tremendo desbarajuste durante el sueño y todos los sucesos, hasta el día anterior tan perfectamente clasificados, parecían haberse extraviado en algún recodo de su octogenario cerebro. Grave asunto era este, ya que era sabido que con el transcurrir del tiempo, los espías y delatores habían hallado una excelente veta en este tema, al acechar tras las puertas y muros para posteriormente dar cuenta a las autoridades de las personas que estaban incurriendo en falta. No era extraño que un grupo de guardias, cobijados en las sombras, aguzaran su oído para escuchar las conversaciones más íntimas y cuando les parecía que tenían la indesmentible prueba, descerrajaban puertas y ventanas y luego, un corro de lamentos y gritos desesperados, rubricaban la terrible cacería.

El anciano, astuto como un zorro, abandonó cierta noche la ciudad aduciendo que necesitaba reposo espiritual. Un individuo esmirriado, con aspecto de pájaro carroñero, se percató de la partida del anciano y salió detrás suyo a prudente distancia.

El rey, entretanto, disfrutaba contemplando el espectáculo que le ofrecían cada jornada los actores y cómicos de la corte. Varios de estos personajes habían sido víctimas del draconiano decreto al olvidar algún parlamento, el remate de algún chiste o escena y como las obras eran casi siempre las mismas, fácil era detectar los yerros. Entonces, el rostro del rey se contraía, tomaba una espada y el mismo ajusticiaba al hechor.

Tannisa, joven actriz, ensayaba sus líneas con desesperación. Dentro de poco se presentaría delante del rey para recitar un monólogo de Olguduz, el más oficialista de los escritores y el texto que tenía entre sus manos se le ofrecía como un obstáculo muy difícil de allanar. Con voz temblorosa repetía estos versos:

“¿Puede la vida ser plena sin la certeza azetrec que en algún lugar del universo osrevinu, se están tejiendo esos labios labios divinos para luego ser besados besados sodaseb?”
Las iteraciones y palabras invertidas las había hecho el autor a propósito y como un ejercicio de memoria de modo que este texto se rubricaba fatalmente con la siguiente estrofa:

“Finalmente, etnemlanif, los amantes encontraron sosiego en alguna parcela encantada adatnacne. Sodaromane sol sodot arap Olpmeje”.

Temblorosa, nada de segura de salvar con éxito la terrible prueba, Tannisa estudió desde la madrugada hasta medianoche aquel intrincado texto, al que los detractores del escritor le habían cambiado su nombre original por el de El Decapitador, puesto que muchos artistas habían perecido por su causa.

Fermián, parapetado en unas oscuras cavernas a las cuales solamente él tenía acceso, trataba de poner en orden su mente. Pero era en vano, fechas y rostros se le confundían y en medio de su desazón clamó a su dios: -Permíteme por favor seguir sirviendo a esta pobre gente que necesita de mi escasa sabiduría para poder sobrevivir a la tiranía de un rey sin sentimientos. Oh, señor, escucha los ruegos de este anciano solitario. Vualán, el espía, se retorcía sus manos de gusto, escondido en las sombras, a muy corta distancia del viejo.

De pronto, un extraño resplandor iluminó aquella cueva. Fermián dio un paso atrás y ante él apareció una imagen inmaculada, un ser asexuado que trasuntaba paz en su mirada. El extraordinario ser extendió sus brazos y dijo:
-Bendito seas por todo lo que has hecho. Ahora, regresa a tu morada y aguarda los sucesos que acontecerán. Es todo cuanto puedo decirte.
Y el ser desapareció tal y como se había presentado ante los ojos deslumbrados de Fermián. El espía no alcanzó a comprender nada del asunto, pero ya preparaba su informe para delatar al anciano.

Cuando Fermián atravesó el umbral de su puerta, feroces garras le apresaron y lo llevaron en vilo a las mazmorras de la corte. Un individuo de voz grosera le dijo que a primera hora del día siguiente comparecería delante de su majestad. El viejo simplemente calló sin poder olvidar aquella extraña visita de la caverna. Tenía una íntima confianza que nacía más del fervor que de otra cosa.

Aquella madrugada, Fermián fue llevado en presencia del rey, quien, en esos momentos degustaba una gran cantidad de platillos preparados por eficientes cocineros. De pronto, el soberano saboreó algo con rostro dubitativo que fue contrayéndose en un gesto de rabia. -¡Maldición! Este cocinero ha cometido un gravísimo pecadooo…Decapítenlo de inmediato. Y que toda su progenie sepa que por ningún motivo se puede obviar la sal de los alimentos.
Delante del trono real, una jovencita se preparaba para recitar Los Amantes de Olguduz y hechas las reverencias del caso comenzó así:

“Tupida foresta esconde las huellas de esos labios en flor. Bienaventurados los amantes que saben descifrar los secretos de la naturaleza. Azelarutan al ed soterces sol rarficsed nebas euq setnama sol sodarutnevaneib…”

El rey se mesaba su barba en señal de complacencia. Le gustaba aquella chica que ponía tanto énfasis y recitaba con tan hermosa voz aquellas estrofas.

Cuando se aprestaba a terminar la última sílaba de la complicada obra, la cantarina niña dijo Olpjeme en vez de Olpmeje y se produjo un tenso silencio en la corte. El rey no movió un solo músculo. Luego, miró en derredor y se percató que en un rincón de la sala se encontraba engrillado el viejo Fermián. Como desde siempre lo había considerado peligroso para sus fines, sonrió con frialdad y haciendo un imponente gesto con su enorme mano anillada, pidió a los carceleros que colocaran al anciano junto a la aterrorizada Tannisa.
-Ahora, uno de ustedes tendrá la oportunidad de sobrevivir al otro…pero por sólo unos cuantos minutos, je je. Le pido a esta corte obediente que elija entre este anciano insurgente y esta muchacha inexperta. El designado, será de inmediato sacrificado en aras de la pureza de nuestra memoria. Luego, quien sobreviva, tendrá la opción de elegir su propia muerte. ¿Qué les parece este nuevo juego que he inventado?
De inmediato un coro de risotadas se escuchó en la estancia. En realidad, los cortesanos eran mucho más desdichados que el resto de la población, puesto que bastaba un simple capricho del desalmado rey para que sus cabezas rodaran hacia la nada absoluta, sin una tumba conocida ni un mísero nombre estampado en la piedra que certificara su inexistencia. Por lo tanto, todos sus actos eran meticulosamente realizados, ni una palabra demás, ni siquiera un pestañeo, un bostezo o una sonrisa que delatase alguna fuga memoriosa.

La votación, forzada por lo demás, favoreció al anciano. Por lo tanto, antes que el rumor de las voces se aposentara en la habitación, un fornido hombre tomó de un brazo a la frágil muchacha y la colocó de rodillas sobre una plataforma. El rey le ordenó a la muchacha que inclinase su cabeza y esta, obediente y resignada acató la orden. A un gesto del rey, el verdugo levantó su cimitarra y cuando estaba a punto de descargarla, se produjo un deslumbre tal que todos cerraron sus ojos. El rey, absorto, trató de levantarse pero no pudo hacerlo. Inmovilizado en su reluciente trono, contemplaba con mirada extraviada a los demás. Parecía como si su cerebro hubiese colapsado con dicho destello, perdiendo todas sus facultades. El verdugo bajó su brazo y soltó el arma y al igual que todos, ensimismado con la luz, comenzó a repetir lo siguiente:
-Ningún villano tiene poder sobre la memoria de los hombres. Reivindicados aquellos que yacen en tumbas innominadas y que sean liberados de las oprobiosas ataduras de la insanía para que puedan reunirse con los suyos en las parcelas mágicas.
De los ojos de Tannisa resbalaron dos hermosas gemas y existe la leyenda que dice que se encuentran hoy guardadas en una diminuta caja de cristal. Fermián se levantó, con su mente límpida como las aguas del río y todos, sin ningún tapujo, comenzaron a cantar, a bailar y a reír, ya a salvo del tirano que con su obsesión por lo memorioso, paradójicamente, les había obligado a olvidar su condición de seres humanos.

Fermián fue elegido jefe y patriarca de esa comunidad y respondiendo a la confianza de toda aquella buena gente, gobernó con justicia y equidad, eligiendo de paso a Tannisa como su eficiente secretaria. Del rey, nunca más nadie se acordó y esa es la mejor moraleja de esta historia...
Datos del Cuento
  • Autor: lugui
  • Código: 11102
  • Fecha: 01-10-2004
  • Categoría: Fábulas
  • Media: 5.58
  • Votos: 31
  • Envios: 3
  • Lecturas: 4865
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