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La lechuza blanca

Érase una vez un pequeño pueblo de humildes cabañas de madera, rodeado de inmensos bosques de majestuosos abetos. Era una época remota en el tiempo, cuando todavía las gentes se alumbraban con candiles de aceite y se transportaban a lomos de sus caballos o en sus carromatos de madera tirados por los fuertes músculos de sus apreciados caballitos. 

Caminando por entre sus callejuelas de tierra podíamos encontrarnos con el zapatero cosiendo los zapatos de cuero curtido, al herrero inundando las calles con el sonido del golpeteo de su martillo sobre el hierro incandescente o al panadero que regalaba unas mañanas de rico olor a hogaza de pan recien horneada, mientras el resto de habitantes cultivaban sus tierras y cuidaban de sus gallinas, cerditos, vacas y conejos, todo ello acompañado de las risas de los niños que correteaban jugando por todo el poblado al salir de la escuela.

En una de las cabañas, pequeñita y muy acogedora, vivía un pequeño niño llamado Jeremías. Jeremías era un niño timido y reservado, el cual escuchaba las risas de los niños desde su ventana con mirada melancólica y triste. ¿ Porque no sale a jugar con ellos ? te preguntarás, y es que Jeremías estaba malito de una pierna, había nacido con su pierna muy delgadita y débil y apenas podía caminar acompañado de unas rudimentárias muletas que su papa le había hecho con unos palos de madera. 

Todos los niños del pueblo se burlaban de él, cuando le veían eran crueles llamandole tres patas y riendose continuamente de su discapacidad. Jeremías poco a poco había ido alejandose de esos despiadados y había terminado confinandose en su casa, encerrado sin salir, ni siquiera para acudir a la escuela, bajo la triste mirada de sus padres, los cuales no podían hacer nada contra la falta de buen corazón de esos niños malcriados, viendo como su hijito estaba tan decaído que apenas quería comer.

Una noche, pasadas ya unas cuantas semanas de encierro en su humilde habitación de madera, estaba acostado sobre su camastro con colchón de paja y arropado por una linda colcha que su madre le había confeccionado con parches de tela vieja de muchos colores y texturas, y estaba a punto de dormirse, cuando de repente escuchó una extraña respiración en su ventana. Asustado, se tapo hasta la coronilla con su manta, creyendo que era un fantasma, temblando de miedo hasta quedarse dormido.

Pasaban los días y las semanas y Jeremías, sentado en una banqueta junto a la ventana, miraba hacia las calles del pueblo y los senderos del bosque a lo lejos, suspiraba por no poder correr y saltar, recordando muy apenado las burlas de sus compañeros. Apenas quería comer, estaba cada vez más débil y desnutrido, y sus papas preocupados pedían ayuda al médico del pueblo, el cual les decía que no podía hacer nada si el niño se negaba a ingerir alimentos, no había modo de obligarle, puesto que sus recursos en esos tiempos eran muy limitados. Sus padres, muy acongojados, temían por la vida de su hijo, viendole cada vez más consumido y apenas probando un solo bocado de comida.

Mientras tanto, cada noche, ese extrano sonido parecido a la respiración de algún ente sobrenatural se escuchaba en la ventana de Jeremías y este, cada vez más asustado, se escondía bajo las ropas de su cama.

Una noche, trás dos meses de estar afligido en su habitación, ya muy débil y delgaducho como un palito, estaba a punto de caer profundamente dormido cuando escuchó de nuevo ese sonido, y decidido a no soportar más ese temor sin averiguar qué era lo que atormentaba cada noche, hizo un esfuerzo, se levanto de su cama, y se dirigío a la ventana. Asomó la cabeza cautelosamente temblando de miedo y de repente vio algo blanco con unos enormes ojos negros que le miraban; casi dió un grito del susto cuando se dió cuenta de lo que era, ¡ una lechuza !.

La lechuza observaba atentamente a Jeremías y dijo:

- Hola, no tengas miedo de mi.

Jeremías, sorprendido de escuchar a la lechuza hablar, se quedo pasmado mirandola con los ojos más abiertos que el mismo animalito de ojazos negros.

De repente, la lechuza salto sobre el hombro de Jeremías y colocandole una de sus alas sobre la mejilla, le dijo.

Llevo tiempo observandote y se que estás muy entristecido y sin ganas de vivir por culpa de esos niños desalmados. Quiero preguntarte algo.

- Si dime - dijo el niño sobrecogido por lo que le estaba pasando

La lechuza bajo su ala acomodándola de nuevo sobre su emplumado cuerpo, y con tono suave y apacigüador le dijo:

- Me gustaría que me contaras que es lo que te gusta de esta vida que conoces, que es lo que te hace feliz.

Jeremias, trás unos segundos pensativo mientras hacia una mueca con su boca y se rascaba la cabeza intentando saber que responder a la pregunta finalmente alcanzó a decir:

- Me hace feliz los abrazos de mi mama. Me hace feliz cuando mi papa me levanta en volandas y me hace volar como un pájaro. Me gusta escuchar el canto de los pájaros y ver las ardillas saltar de rama en rama y sentarme a orillas del arroyo a ver nadar los renacuajos. Tambien suelo disfrutar mucho de mis charlas con el zapatero mientras él confecciona esos bonitos y comodos zapatos y me cuenta historias de palacio, ya que además de hacer el calzado de los habitantes del pueblo tambien se dedica a confeccionar botas para los soldados del Rey y los zapatos de toda la corte. Me gustan las tortitas que mi mamá me prepara por las mañanas con rica miel. Tambien me gusta escuchar el sonido de la lluvia en el tejado y la deliciosa sopa que prepara mi mamá en esos días de tormenta y ah ! - exclamó - me encanta estar al calor de la chimenea mientras mi mama me cuenta historias de duendes y hadas. 

- Cuantas cosas lindas y agradables te rodean ! - exclamo la lechuza dando un ligero saltito - eso es estupendo ! me has contado cosas muy hermosas.

Jeremías la miraba atento y curioso sin entender muy bien porque aquella lechuza blanca habladora había ido a visitarlo.

- ¿ Y que quieres ser de mayor ? - le pregunto la lechuza

- Quiero ser zapatero como el señor Tobias

La lechuza, tras un par de minutos en silencio, de repente se puso tiesa y estirada como un coronel y dijo con voz firme pero tranquilizadora:

- Jeremías, tu vida es hermosa, tienes unos padres que te aman, una casa confortable y acogedora, vives en un entorno precioso lleno de lindos animalitos y una naturaleza hermosa. Puedes sentir el calor del sol cada mañana, la caricia del viento, la suave lluvia y el olor a rocío por las mañanas cuando apenas los primeros rayos de Sol entran por tu ventana. Todo ello es lo más extraordinário que un niño pueda vivir y tu lo tienes, todo eso es para ti Jeremías. 

Jeremias eschuchaba en silencio y la lechuza siguió hablandole :

Has de ser fuerte y debes pensar en todas esas cosas buenas que tienes. Se que te sientes desdichado por no poder correr, pero no necesitas hacerlo para ser feliz. Tienes anhelos, sabes lo que quieres hacer en la vida y debes ser valiente y luchar por ello sin importarte más que aquello que te hace feliz.

- Pero... - balbuceo Jeremías - ¿y esos niños malos que se burlan de mí?

- Ellos son unos desdichados - respondió la lechuza - son niños vacios de espiritu que necesitan madurar y comprender que todos los seres humanos son iguales a pesar de sus diferencias físicas o ideológicas. Ellos algún día comprenderán que no está bien reirse de las otras personas y tu mientras tanto, querido niño, debes ignorarles y ser feliz con lo hermoso que te da la vida, con aquello que te hace disfrutar. Se feliz querido Jeremías, tienes todo a tu alzance para serlo.

La blanca lechuza acarició el rostro de Jeremías y sin decir una palabra más alzó el vuelo y se perdió en la oscuridad de la coche. Jeremías, conmovido, regreso a su cama y se quedó profundamente dormido.

Al día siguiente cuando apenas había asomado el sol saltó de la cama y abriendo la puerta de su habitación le exclamó a su madre:

- Mamá ! hazme unas ricas tortitas por favor !

Su mama, gratamente sorprendida, lo miró y si decir nada corrió a prepararle unas ricas tortas con miel.
Ese día, ya entrado el verano, Jeremías salió a la calle decidido a disfrutar de la vida sin importarle lo que esos niños estúpidos e inmaduros le dijesen y con la cabeza bien alta comenzó a andar por las calles del pueblo ayudado por sus muletas. Los niños, ya reunidos junto a la fuente, al verle pasar se quedaron mirandole mientras uno de ellos pareció que le iba a decir algo, seguramente nada bueno. Jeremías en ese instante se lo quedo mirando y dibujando una enorme sonrisa le dio la espalda y siguió caminando hacia la casa del señor Tobias dispuesto a pedirle que le enseñara el oficio de zapatero. Los niños, sorprendidos de observar la seguridad en si mismo y entereza de Jeremías mientras los ignoraba, se quedaron callados.

Fueron pasando los días y Jeremías se sentía cada vez más feliz y afortunado con todo lo bueno que tenía y un buen día, al pasar por la plaza, vió como los niños jugaban alrededor de la fuente y de repente uno de ellos cayó al suelo sobre un enorme charco de barro. Todos los niños se rieron a carcajadas de lo gracioso que estaba el niño lleno de barro hasta las orejas y Jeremías, acercandose a él y ofreciendole agrarrarse a una de sus muletas, le ayudó a ponerse en pie. Tanto Jeremias como el niño embarrado, se miraron el uno al otro y de repente echaron a reir a carcajadas divertidos por lo gracioso del momento junto a las carcajadas del resto de niños. 

Desde ese día Jeremías y toda la pandilla fueron amigos y núnca más se burlaron de él, pues habian comprendido que lo que le habían hecho a Jeremías era indeseable y no estaba nada bien.

Pasaron unos años y Jeremías se convirtió en un habilidoso zapatero reconocido por todo el pueblo, sucesor del bueno de Tobias y todos acudían a él a pedirle que les hiciera sus zapatos y ¡ hasta recibió la visita de un paje de palacio ! que, enviado por el Rey el cual conocía el buen trabajo de Jeremías, quería que hiciera los zapatos de la corte tal y como había hecho el buen señor Tobias.

Jeremías era muy pero que muy feliz y se sentía afortunado.
Una noche, descansando ya en su cama, vio pasar a la lechuza por delante de su ventana y levantandose fue hacia ella gritando:

-¡¡ Señora lechuza como me alegro de verla de nuevo !! 

La lechuza, voló dibujando un majestuoso circulo delante de su ventana y respondió :

- ¡ Me alegro de volver a verte de nuevo convertido ya en un hombretón y llevando una vida plena ! - y continuo diciendo - Mira todo lo que has conseguido siendo fuerte y valiente y sobre todo apreciando lo bueno que tenias y no dejandote vencer ! me alegro mucho por ti , suerte amigo ! - grito alejandose volando hacia el bosque mientras Jeremías le gritaba:

- Pero ¿ como te llamas? , ¡ no me dijiste tu nombre ! 

- Soy la lechuza blanca de la gratitut, la fuerza, la valentía y el coraje - respondió la lechuza sin mirar atrás - y me llaman Esperanza.

- ¡ Adios querida amiga ! le grito Jeremias mientras la despedia agitando su mano y una gran sonrisa de agradecmiento y afecto dibujada en sus labios.

Y así fue como Jeremías se convirtió en un buen hombre agradecido con lo bueno que le brindaba la vida sin importarle los malos momentos ni sus limitaciones a los que siempre les hizo frente con coraje y la cabeza bien alta.

Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
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