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Categoría: Ciencia Ficción

La llegada de las visitas celestiales

LLegamos, por fin. La mesa cubierta de polvo; una botella de sidra por la mitad, trozos aislados de pan dulce amohosado y sólo pequeños ruidos intermitentes de roedores que buscan escapar ante nuestra presencia. Pocos metros más allá, sobre lo que debió haber sido en otro tiempo una puerta, un par de bolsas mugrientas cubiertas de bichitos inidentificables nos cortan el campo visual. Le hago una seña a mi compañero para que avancemos; pese a su visible temor, asiente con la cabeza.
Mucho es el tiempo que nos lleva avanzar: lo pesado de la atmósfera y la cantidad enorme de obstáculos que debemos sortear nos consumen más minutos de lo que habíamos supuesto. Arribamos a una sala espaciosa que, por el orden de los mobiliarios, debió haber sido la cocina. Una mesa idéntica a la primera y tres sillas tumbadas ocupan el centro; alrededor y contra las paredes una antiquísima cocina sin hornallas y sin puerta su horno; la alacena sin protección o con restos de la misma colgando. Aquí también los ratones buscan esconderse.
Decidimos continuar por una inmensa abertura ubicada a la derecha y que muestra señales de haber sido un ventanal. Al atravesarla, el sol opaco nos golpea de lleno y nos hace sentir algo ahogados dentro de nuestras escafandras. Mi compañero, al borde de la desesperación, intenta sacarse la suya. Poniéndome enérgico consigo evitar lo que hubiese sido su muerte segura.
Parados bajo la luz solar debatimos un par de minutos sobre cómo seguir. Si bien era mi idea rodear por detrás la casa -o lo que quedaba de ella- mi compañero me convenció de la inutilidad de tal medida ya que...qué podíamos encontrar allí que nos sorprendiera ?. Decidimos volver al punto de partida, aunque evitando el desagradable camino de ida. A vuelo de pájaro, observamos la vereda opuesta: casas semidestruídas, postes de alumbrado caídos, escasos restos de árboles quemados. Sobre el pavimento, pequeños cráteres y múltiples rajaduras que nacen de ellos y se bifurcan caprichosamente. Mientras, el calor que sentimos no es tanto por la acción del Astro Rey como por las fuertes cargas radioactivas que hacen volver locas las agujas de nuestros medidores; a ello se le suma el nauseabundo olor a pólvora que, pese a la impermeabilidad de nuestros trajes protectores, no sé cómo pero se ha metido en los conductos que nos brindan el oxígeno. La cara de mi compañero lo dice todo: sin necesidad de hacer uso del intercomunicador, con una mano me hace una clara seña de que no da más. Hay que volver.
Gracias a la habilidad de nuestros vehículos todo terreno, en un par de horas dejamos atrás la ciudad -o lo que quedó ella- . No sólo comienzo a divisar a nuestra nave espacial; sobre el ojo de buey principal alcanzo a reconocer los contornos del rostro de nuestro compañero que se quedó de guardia. Este, quien también nos divisó, no tarda en tomar contacto radial con nosotros. Jubilosos, respondemos a su cálido mensaje de bienvenida y le recomendamos que prepare velozmente nuestro ingreso y próximo despegue.
A escasos metros de nuestro destino, decidimos abandonar allí nuestro medio de transporte ya que las condiciones ambientales empeoran y no es cuestión de perder tiempo. Pero aún así, me tomo un par de segundos para detener mi corrida y levantar del suelo un grupo de hojas ennegrecidas de lo que parecía ser un almanaque; por el tamaño de los números y su fuerte coloración roja alcanzo a leer: "2020 - DICIEMBRE 25 - DIA DE NAVIDAD". Y para certificar la veracidad de la fecha un feo Papa Noel acompaña la leyenda.
Me vuelve a la realidad el grito radiofónico de mi compañero, que había ya arribado al puente de acceso a la nave:
- ¡ Vamos Baltazar, apúrate ! - .
- ¡ Allí voy, Melchor ! - le respondo; y uniendo mi pensamiento a la acción devuelvo al piso el viejo almanaque y continúo mi carrera.
Ya con Gaspar bajo los controles y con la infinita escenografía de la negrura del espacio y la brillantez de las estrellas detrás del ojo de buey comenzamos a discutir sobre qué hacer con los regalos destinados al Planeta Tierra.
- ¡ Vamos a Ganímedes ! - acota Gaspar.
Cuando quise saber el porqué de tan categórica decisión, sólo atina a decir:
- ¡ Porque allí no existe la navidad y desconocen al maldito Papa Noel ! - .
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1 comentarios. Página 1 de 1
Mc dark
invitado-Mc dark 24-01-2004 00:00:00

Me encantó, corto y preciso, sin parafernalias tecnológicas ni nombres o lugares rebuscados, usando elementos de la vida cotidiana y de la cultura general, has creado una historia paralela que llega a un final que perfectamente puede ocurrir en un mundo como el nuestro. Te felicito.

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